Casi todo trabaja a su favor
Debe de ser efecto de las mayorías absolutas, pero, lo sea o no, hay que ver la cara de satisfacción que a todos se les pone cuando salen del palacete de La Moncloa a posar para la foto de rigor con el presidente del Gobierno. A partir un piñón se diría que están incluso dirigentes políticos que llevaron a gala en la pasada legislatura su enfrentamiento con Aznar como, por ejemplo, el presidente de la Junta de Andalucía. Por no hablar del sempiterno representante de la patronal, a quien sólo ganan en plácemes y sonrisas los líderes sindicales. No, no parece que este Gobierno vaya a tener problemas por el frente social: pocas veces han sido tan intensos los deseos de patronal y sindicatos por alcanzar acuerdos bajo la benéfica tutela gubernativa.Por el lado político, la situación en la que el PP se encuentra en este 2000 es como una repetición ampliada de la que disfrutó el PSOE en aquel lejano 1982. El PCE y su marca electoral, Izquierda Unida, se encuentran perdidos en un penoso ajuste de plantilla y desahucio inmobiliario, obligados, para colmo, a mudar de jefatura en tiempos de gran tribulación. Los socialistas, por su parte, anuncian candidaturas, velan armas, recuentan efectivos, negocian pactos y producen, como rosquillas, larguísimos manifiestos o ponencias que a muy pocos, salvo a sus redactores y personal muy adicto, logran interesar. En todo caso, el PP no tiene hoy verdadero enemigo a la izquierda, como en 1982 no tenía el PSOE ninguno a la derecha.
En la sociedad civil se ha producido un fenómeno tan llamativo como en los meses siguientes a las elecciones del 82: la generalizada complacencia de que disfruta el Gobierno en los medios de comunicación. A poco que esto siga así, todos acabaremos ministeriales, como se decía en la Restauración, y aunque algún dinosaurio se obstine en traer a colación los orígenes de mengano o zutano, lo cierto es que esas acusaciones actúan como el búmeran que se vuelve contra el cazador antes de alcanzar su presa. Directores generales, secretarios de Estado y hasta ministros procedentes del antiguo rojerío han violado el gran tabú de la cultura política española: que se es de izquierda o de derecha de la cuna a la tumba. La quiebra del tabú, a la que tanto contribuyó el PSOE con su deslizamiento del marxismo al social-liberalismo, ha culminado con el PP, que puede pescar tranquilamente colaboradores en aguas antes vedadas.
¿Qué queda, entonces, como oposición? Hay que mirar hacia arriba, a los nacionalismos, para encontrar alguna. Pero en este punto, como acaba de demostrar el presidente de la Generalitat, las cosas tampoco pintan mal para el Gobierno. Cuando la legislatura no va siquiera mediada, Convergència ha iniciado el debate sucesorio, que agudizará la debilidad propia de los fin de época, agravada en este caso porque en Barcelona CiU depende de los votos del PP, mientras que el PP no necesita de los suyos en Madrid. La metáfora propuesta por el genio siempre vivo de Pujol en torno a los dos amigos que caminan por el paseo de Gracia, llamada a dar tanto juego en el futuro, prueba bien que los tiempos en que gobernaba sin oposición en Cataluña y decidía en Madrid han pasado a mejor vida y nadie sabe muy bien con qué se les puede sustituir.
Quedan los nacionalistas vascos, a los que Aznar, quizá porque casi todo trabaja a su favor, ha decidido tratar con un lenguaje de confrontación y unos modos de maestro de escuela a la antigua usanza, de los que hablaban claro y por su orden. Motivos siempre podrá aducir, puesto que la actual situación política en Euskadi tiene por origen los acuerdos no ya secretos, sino mil veces mentidos entre el PNV y ETA de los que salió el Pacto de Lizarra, sostén del actual Gobierno autónomo. Pero si en Madrid toda la Castellana es suya y en Barcelona puede caminar del bracete de Pujol por el paseo de Gracia, ¿qué necesidad tiene de cerrarse con torpes maneras todos los accesos a la Gran Vía de Bilbao?
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