Lazarillo
MIQUEL ALBEROLA
Más allá de las fijaciones, los resentimientos personales y las críticas fáciles que fluctúan en el mercado, alguien debería medir algún día en una tesis de doctorado, qué habría sido de Eduardo Zaplana -y de sus sucesivos gobiernos compuestos más a base de fidelidades inquebrantables que de otra materia- sin Rafael Blasco, el actual consejero de Bienestar Social. Cuánto más habría tardado en tomar el pulso de la Administración sin la orientación de quien fue impulsor de gran parte de las leyes socialistas. O cuántas meteduras de pata (del calibre de la filfa del espionaje telefónico o de la sustitución del proyecto de Ciudad de la Ciencias de Calatrava por un huerto de Getsemaní de autor anónimo) hubiera suministrado a los papeles. Cuál hubiera sido su discurso, por qué derroteros lo hubiera encauzado, de qué modo se habría singularizado en el contexto popular español y cómo se hubiese proyectado en el extranjero. Por no entrar en los asuntos de comer, como es el caso de la fagotización de Unión Valenciana y la domesticación del BNV, así como la relajación del sector lingüístico con la zanahoria de la Acadèmia. Sin duda, los subapartados que darían pie al estudio serían interminables. Incluso se podría tratar de buscar una respuesta a qué es lo que hubiera sucedido con Rafael Blasco si Joan Lerma no lo hubiese aniquilado innecesariamente ni hubiese dado de baja a toda la militancia socialista de la comarca de La Ribera Alta para reafiliar sólo a lermistas. Lo que resulta incontrovertible es que Blasco ha sido el hombre fuerte de cualquiera de los gobiernos populares valencianos, desde dentro o desde fuera. Además de ser el disco duro de Zaplana, su corta estancia en la Consejería de Empleo ha sido suficiente explícita con la relación alcanzada con los sindicatos y el diseño de proyectos, aún sin impulsar, que han vaciado de contenido el departamento. Por no hablar de Bienestar Social, en cuyo discurso inaugural, aunque sólo se trate de una declaración de intenciones, ha cancelado las limosnas y las propinas para hacer del departamento algo útil. Dicho sea en el momento en que se celebra el quinquenio del desalojo del PSPV del Palau de la Generalitat por las urnas.
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