Evocaciones
La motivación, si es verdadera, es capaz de justificar un espectáculo de danza, ser su eje. A veces, hoy, ya no tiene que ser un pomposo argumento, sino simplemente un perfume lejano, una idea, un propósito interior donde anida, por ejemplo, la técnica misma del ballet en todas sus variantes o tendencias.Se esperaba mucho de esta costosa producción, pero el resultado es ingenuamente confuso, evidente hasta lo simple, sin cohesión estilística desde la banda sonora -hecha de retales nobles y recuerdos- hasta los números de danza, a veces bonitos en su brevedad. Las luces ayudan, son solares y envolventes, la escenografía es de un realismo de postal que no pega, aunque correcta en su factura y el vestuario, con rarezas como la bata de cola marina, se refugia en el folclor árabe y su colorido estridente. En cuanto a lo coreográfico, hay mucho de juego corporal, pero se carece de estructura, amén de un regodeo verbal ininteligible que la buena inventiva de la que Nieto es capaz no necesita.
Real Ballet de Flandes El sueño del emperador
Coreografía: Marc Bogaerts. Música: Arvo Pärt, Heinryck Gorecky, Michael Nyman, Alfred Schnittke y otros. Diseños y luces: Roger Bernard. Teatro de Madrid. 15 de junio.Teresa Nieto en Compañía Tánger. Dirección coreográfica: Teresa Nieto. Música: Emilio de Diego y otros. Vestuario: Ana Llena. Escenografía: Soledad Seseña. Luces: Gloria Montesinos. Teatro Albéniz. Madrid, 14 de junio.
Carlos V en puntas
Anoche, en el Teatro de Madrid se comprobó que con los ballets historicistas no hay suerte, de Cleopatra al Che Guevara, da igual: ninguno se salva. Con mucho presupuesto y una ensalada sin calificativo estético posible, Bogaerts nos descubre la secreta fascinación del emperador por travestirse, calzarse zapatillas de punta y asistir a sesiones leather. En general, la pieza es de fárrago y larga en exceso, como aquellos ballets de los años sesenta, mucho aire bejartiano, pero sin ton ni son, lo que hace pensar que al propio Carlos V quizá le hubiera gustado una evocación más íntima, acaso de sus últimos días en Yuste, con su gota, su silla de mecanismo, sus cuadros italianos y un plato de marisco norteño entre oración y oración.
El Ballet de Flandes es una buena compañía, con una plantilla joven, cosmopolita y bien preparada en lo técnico; todos los intérpretes hacen lo que pueden para que la velada sea llevadera, a lo que no contribuye en lo absoluto un decorado monumental de feria de muestras, un vestuario carnavalesco y sin inspiración y, sobre todo, un compendio coréutico que resulta cuanto menos críptico como el trío de geishas japonesas, donde entre la parida y el despropósito hay que quedarse con el chiste.
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