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La grieta del deseo

LUIS DANIEL IZPIZUA

Le digo que eso que llaman mundo me hastía y que no reconozco más mundo que ella. Rasga el silencio con un dedo, lo oigo en el aire, y lo siento luego en el labio. Lo beso. La mano es larga, delicada, y veo la silueta de su cuerpo como una pluma en la penumbra. Dobla el cuello, lo alza, y siento un pájaro en el pecho. Entre las alas que palpitan escucho su pregunta, ¿por qué me hastía el mundo? Le respondo que tal vez sea porque ella existe y nada puede resistir su comparación. El mundo se cae cuando tú emerges, le digo. Pero ella protesta y arguye que un amanecer vale más que ella. Le pregunto si vale también más que yo y me dice que no. Concluyo que nuestro amor anula también los amaneceres, en la medida en que estos nos otorgan un valor dispar que no se corresponde con lo que nos declara la noche. Los amaneceres también me hastían, hace tiempo que dejaron de existir.

La busco entre mis dedos y le digo que gracias a la estupidez del mundo aún nos queda todo. Si el mundo no fuera tan estúpido ella y yo no nos hubiéramos inventado y nos hubiéramos acomodado a él, ¡qué pérdida! Me pregunta a qué mundo me refiero y yo señalo a la ventana y le digo, al que se ve ahí detrás: al mundo graso. Ella ríe y corrobora mis palabras cuando dice, el cosmos michelín. Luego me acaricia las costillas y se aovilla como un gusano en mi ombligo. Déjalos que se desintegren, dice, se les ve ya en la cara que son como ánimas del Purgatorio. Se estira, y siento como si bajo su tierra estuviera el Paraíso. Le explico que así está bien, que ellos nos empujaron a descubrir la grieta y que éramos felices en aquel exilio amoroso. Hay cientos de miles de cuerpos-luz que no conocen la grasa y brillan todo el día sin escuchar la Voz, le digo. Me pregunta si algún día se acabará la Voz. Y le respondo que sí, que llegará un momento en que ya no encontrará más grasa que quitar y se hará una autoliposucción con una trompetilla para sordos. Entonces la Voz será como un silbido de neumático y en todas las grietas se escuchará un aplauso.

Me recorre un suspiro de pies a cabeza y me disfruto como un campo de trigo en la brisa. Ella se queja. Sospecha que una vez que desaparezca la Voz su cuerpo dejará de ser el mapamundi y nuestras palabras intentarán apropiarse de aquellas tonterías del señor Arzalluz. La tranquilizo diciéndole que lo que hemos aprendido en el exilio ya no lo olvidaremos nunca y que el lago Baikal seguirá estando aquí -le beso aquí- y los Urales allí -le beso allí-, y que las palabras de la Voz ya no las repetiremos nunca porque llevamos demasiado tiempo riéndonos de ellas en la grieta. Le recuerdo cómo nos habíamos reído hace unos días cuando una corriente de aire nos trajo aquello de que el problema vasco es, en realidad, el PNV. Y cómo ella había replicado que el problema vasco es en realidad un invento del PNV, mientras se deslizaba como un salmón por mi espalda y me mordisqueaba la nuca.

Al amanecer nos arropamos mutuamente como toquillas y nos asomamos a la ventana para comprobar si fuera el tiempo sigue siendo gris-gras. Y vemos una comitiva de hombres grasos que han sido expulsados del cosmos michelín y les preguntamos si han pecado por defecto o por exceso: si tenían poca demasiada grasa o mucha demasiada grasa. Nos responden que pertenecían al partido de la Voz y que creían estar en el punto óptimo, aquel mismo que suele tener la Voz cuando se viste las abarcas. Pero que la purga de Benito alcanzaba ya a todos. Que la cosa había comenzado con quienes no comulgaban con el catecismo contra gentiles, que siguió luego con los gentiles por el catecismo y que alcanzaba ya a los catequistas consinparapor catecismo.

Mi amor me dice que a ella todo aquello le resultaba muy barroco y le objeto que en la grieta vivíamos en el clasicismo de Amor y Psiquis de Canova, pero que fuera todo era como un teatro barroco lleno de aspavientos y cilicios. Entre las luces de las grietas que giran en el cosmos el teatro michelín es como una obra de bandoleros irredentos interpretados por los locos del asilo de Charenton, digo. Pero matan, me replica ella. Y vemos a la comitiva de neograsos desperdigarse en pos de una grieta. Y la miro a ella, justo antes de que nos dispongamos a apagar el amanecer. Y me digo que el ámbito de la Voz tiene repuesto: es delgada, sutil, esbelta, elegante y amable. Y no viste abarcas.

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