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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Generaciones

Ahora resulta que -EL PAÍS, 17 de mayo- Joaquín Leguina piensa que la suya es "la generación jodida". ¿Qué habría dicho si hubiese sido de la mía, a la que precisamente los de la suya terminaron de joder? Me explicaré: a quienes estábamos empezando la muchachez -12 añitos recién cumplidos tenía yo cuando estalló la guerra civil-, aparte de hacernos pasar hambre y otras calamidades durante la contienda e inmediatamente después de ella, se nos tuvo durante varias décadas sometidos a censura cuando queríamos expresarnos. Y después, cuando finalmente la censura acabó y pudimos pensar que lo de estar en el candelero nos tocaba a nosotros, los que habíamos llegado a peinar canas luchando contra el anterior sistema, hubimos de ver cómo otros bastante más jóvenes que nosotros juntaban codos y, con el empuje de sus años mozos, avanzaban hasta las candilejas ocupando el primer término de los más diversos escenarios. En las ejecutivas de los partidos, en las redacciones de los periódicos, en las editoriales y otros lugares imponían sus ideas, si las tenían; sus criterios, sus gustos y nuevos estilos, y, sin censura formal, también ellos terminaban quitándonos la palabra.Y llamo a la mía "la generación sin tiempo", aunque primero existimos de prestado en un país y tiempo que pertenecían a los vencedores de una guerra que no habíamos hecho nosotros; y después, también de prestado, seguimos existiendo en otro tiempo y país en los que la que alguien no sé si ha denominado la "generación del coñazo" o ha calificado como "ese coñazo de generación" campa por sus respetos. Difícil lo tienen, desde luego, quienes en el campo de la política pretenden ahora hacer valer su juventud para sustituir a los que antes supieron desplazar a los cansados veteranos y, ya con vicio de poder y el colmillo retorcido, sabrán defenderse bien contra la ambición de los bisoños.- Juan Pablo Ortega. Madrid.

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