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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aznar y Arzalluz

La política requiere sutileza. Aznar tiene razón en ser exigente con los nacionalistas al reclamar una rectificación sobre el fondo -la ruptura del consenso autonomista- y no conformarse con un apaño únicamente destinado a tranquilizar las voces críticas surgidas tras el último asesinato de ETA; pero el presidente del Gobierno calculó mal el momento y la dosis, y el resultado de su solemne emplazamiento del jueves puede ser contraproducente. Al introducir el asunto de la necesidad de sustituir a la actual dirección del PNV ha proporcionado a Arzalluz la coartada que necesitaba para apelar a las bases en nombre del patriotismo de partido. Nada podría resultar más inoportuno en un momento en que acababan de aparecer signos de que la rectificación podía abrirse paso.Es contradictorio afirmar que el mínimo aceptable es la ruptura con la dinámica soberanista de Estella y no resistir la tentación de entrar en el tema de la sustitución de Arzalluz, por muy populista y excitante que resulte. En última instancia, incluso podría irse Arzalluz, y Egibar con él, sin que el partido modificara sustancialmente su estrategia antiautonomista.

Seguramente el mensaje de Aznar iba en parte dirigido a los socialistas. Ambos partidos comparten la convicción de que el PNV sólo rectificará si pierde poder o se ve en peligro inminente de perderlo. Para ello, socialistas y populares han optado por mantener un mismo nivel de exigencia, sin tratar de obtener réditos de la debilidad de Arzalluz y Egibar. Por eso, Aznar insistió en que no bastaría cualquier gesto del PNV -ruptura de pactos en algunos ayuntamientos- para que fuera posible aceptar su pretensión de seguir gobernando con nuevos apoyos externos, como si nada hubiera pasado. Si es moralmente insoportable compartir el poder con quienes consideran legítimo asesinar a los diputados o concejales de otros partidos, la indignación no puede expresarse a plazos, rompiendo hoy en Durango y mañana en otro sitio, y manteniendo abiertos Lizarra y Udalbiltza.

Pero sobre todo esto hay una coincidencia clara con los socialistas, según acababan de reiterar Chaves y Redondo. ¿A qué viene entonces incluir ahora una nueva condición, con el argumento de que no podrá haber cambio real en el PNV sin sustitución de sus dirigentes? Esa opinión puede hasta ser razonable, pero otros piensan que tal como están las cosas sería preferible que la rectificación fuera encabezada por el propio Arzalluz. En todo caso, no es asunto sobre el que deba pronunciarse el presidente del Gobierno.

Arzalluz no sería quien es si no la hubiera cogido al vuelo para decir a sus fieles que Aznar pretende ahora no sólo condicionar la política del PNV, sino decidir su dirección. Pase lo que pase en los próximos meses, es seguro que esa idea se oirá mucho en los discursos de campa de este verano. Pero Arzalluz también se negó a admitir que la estrategia de buscar la paz por la vía de asumir lo esencial del programa de ETA (independencia y territorialidad) ha fracasado. Que lo mismo dijeran tanto Egibar como su sucesor en Guipúzcoa, Juan María Juaristi, indica que las resistencias a admitir la evidencia son todavía fuertes; está justificado, por ello, mantener un nivel de exigencia en lo fundamental. No hay acuerdo posible mientras la dirección nacionalista pretenda tener un pie en las instituciones, dirigiéndolas, y otro en artilugios ideados por ETA y HB para deslegitimarlas. Ese mensaje es claro y lo comparten los sectores del PNV que han levantado la voz esta semana. No había que enturbiarlo con adornos populistas.

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