Monólogo exterior de una mujer

Una de las mejores cosas que han pasado este año por Madrid en Danza es el baile maduro y elegante de Joëlle Bouvier. La vimos hace años varias veces, acompañada por Regis Obadia y su compañía en diferentes obras (primero, El Reino milenario en La Villa, y después, en el Albéniz, donde también había un columpio, y ella estaba rubia, fascinante en su femineidad casi provocativa). Ahora este solo es un intenso desnudo con la plasticidad de un desván en ruinas. La bailarina rebusca en las motivaciones de la soledad de la mujer abandonada de sí misma la infancia con marcas que se desdibujan pero no desaparecen del subconsciente, la sugerencia del tratamiento lacaniano de las obsesiones, el desprecio egoísta por lo que sucede puertas afuera de su mundo; así, hasta armar un todo coral que no decae en lo dramático.Actualmente el baile de Bouvier sigue partiendo de su colocación exquisita, su potencia y un arrebato lírico que la distingue. En la pieza se intercalan al menos tres breves bailes en los que resalta la gran artista de danza que es. Resulta una danza desesperada y oscura, que reclama comprensión sensitiva. Al ver su solo se piensa en otra grande del género, Susanne Linke, aunque explorando el aria lamentabile por senderos muy diferentes, y también hubiera algo de la danza-teatro alemana, más tendente a ese brusco tratamiento concéntrico, que puede ser despiadado con el espectador, pero de gran efectividad, pues el espectador recibe un golpe de humor y uno de rabia, sin otra pausa que un desesperado diálogo con la nada.

Decididamente, el solo es un riesgo y se necesita del temple y de la madurez de un intérprete de categoría capaz de interiorizar las imágenes y devolverlas, convertidas en movimiento, en acción, bailada o no, pero a través del cuerpo, y en este caso, de una voz rota por el hambre de lucidez, o acaso de compañía.