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El siglo de la historia.

El siglo XX es el siglo en que la historia logró desarrollarse en la universidad española como lo venía haciendo en otras partes de Europa desde el ochocientos. Dos fechas marcan el inicio de una nueva etapa. La primera, hace ahora justo cien años, cuando el Ministerio de Instrucción Pública aprobó en 1900 la reforma que hizo surgir, en las universidades de Madrid, Sevilla, Valencia y Zaragoza, una sección independiente de historia en las antiguas facultades de Filosofía y Letras. La segunda, una década más tarde, al crearse en Madrid el Centro de Estudios Históricos, en el seno de la Junta de Ampliación de Estudios. Así, con retraso, comenzó la etapa que llega hasta los años treinta y que tuvo una mayor trascendencia de lo que suponíamos hasta hace poco.Con anterioridad a 1900, a duras penas existía la historia como disciplina autónoma en la universidad española. La nueva coyuntura creada por el "desastre del 98" modificó la situación. El desarrollo mínimo y deficiente del estudio de la historia y la débil nacionalización impuesta por el Estado, sin el respaldo de una ciencia como la que se cultivaba con éxito en países como Alemania y Francia, aconsejaban cambios. Por ello, la etapa comprendida entre 1900 y la guerra civil hizo que se dieran en España tres conocidos fenómenos de diferente naturaleza, pero muy relacionados entre sí: el impulso político en favor de una historia convertida en disciplina con entidad propia; la aparición de una "comunidad de historiadores", dispuesta a superar el mero empirismo de la historia erudita y a responder a los retos planteados por las nuevas ciencias sociales; y el "espíritu patriótico" que, tras el "desastre del 98", invadió la cultura y la vida científica en España e impregnó el estudio de la historia de un nuevo nacionalismo.

En un siglo como el nuestro, lleno de obstáculos que dificultaron o abiertamente impidieron la transición del parlamentarismo oligárquico a la democracia, el desarrollo de la nueva "ciencia de la historia" dispuso de poco apoyo político. La nueva historia concebida como ciencia social, preocupada fundamentalmente por la explicación de los hechos de "civilización" y no por la descripción de los acontecimientos y el protagonismo de los grandes personajes, esa historia que tuvo en Rafael Altamira su figura más relevante, se desarrolló a duras penas durante el primer tercio del siglo XX. Lo mismo le ocurre significativamente al nacionalismo español de carácter democrático.

El triunfo de la dictadura de Franco cortó violentamente el desarrollo iniciado en 1900. Los años cuarenta produjeron una dramática ruptura y un enorme retroceso, en especial si comparamos la vitalidad de la historiografía anterior con la obligada subordinación de los historiadores a la ideología del régimen durante los años de la posguerra. Con honrosas excepciones, hubo también una vuelta al viejo empirismo decimonónico y a una concepción erudita de la historia, ampliamente superada antes de 1939 por la creciente influencia del positivismo y de la "síntesis histórica". Los partidarios de Franco colocaron al positivismo como una más de las plagas modernas, junto al liberalismo, la masonería y el socialismo. Así, la expulsión de José Deleito y Piñuela de la universidad, a finales de 1939, pudo justificarse por "sus lecciones de cátedra, de giro avanzado y disolventes, enraizadas en el positivismo racionalista de fines del siglo XIX y saturadas del espíritu de institucionistas tan destacados como Sales y Altamira".

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A partir de 1950 y hasta el final de la década de los ochenta, comienza en España una nueva etapa de carácter muy diferente. La influencia de la síntesis histórica de Henri Berr y del positivismo científico dejó paso a un nuevo tipo de historia según el modelo Annales. En las tres últimas décadas del siglo XX, también entre nosotros el viejo territorio de la historia fue constantemente ampliándose y se multiplicaron los enfoques, las fuentes y los métodos de quienes lo exploraban. A la enorme influencia del marxismo, en los años finales de la dictadura, le siguió un pluralismo que hoy se manifiesta en las diversas versiones de una historia constantemente presentada como "nueva" (económica, social, política, de las mentalidades, de la cultura, de lo cotidiano) y en los revisionismos que periódicamente se nos ofrecen como alternativas al saber establecido. Así se ha puesto de relieve en el V Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea, que acaba de celebrarse en la Universidad de Valencia, con el apoyo de la Fundación Cañada Blanch, cien años después de la reforma que introdujo la historia como disciplina autónoma en la universidad española.

Sin embargo, no es posible ignorar que nuestra disciplina, tal y como la concebíamos en los años sesenta y setenta, ha recibido numerosas y fundamentadas críticas en el último cuarto de siglo. El estudio de las estructuras y de sus respectivas lógicas de reproducción y de transformación internas ha resultado insuficiente para dar cuenta del proceso histórico. Por ese motivo, el centro del análisis se ha desplazado a las experiencias y a las prácticas sociales, a los diversos modos de expresión por los cuales los individuos o grupos manifiestan o silencian sus acciones y a la manera en que los participantes en el proceso histórico son simultáneamente objetos y sujetos del mismo. En definitiva, a la forma en que los seres humanos se apropian del universo social que condiciona sus vidas y constantemente lo modifican o transforman. Ello nos lleva a un tipo de historia diferente del que había en los años sesenta y setenta, pero no forzosamente a dejar de concebirla como una ciencia social con sus propias peculiaridades.

El desarrollo actual de la historia presenta también algunos rasgos peculiares en España. Por un lado el nacionalismo español generó su visión histórica del pasado, mientras por otro surgían las propias de los nacionalismos alternativos (catalán, vasco, gallego). En el contexto de una disputa que ha durado todo el siglo, hubo en los años treinta una postura equidistante de los dos extremos que reivindicaba la idea de una España histórica y culturalmente plural, dispuesta a integrar la diversidad en un proyecto destinado a construir, de modo democrático y no por la coacción, como en el pasado, un futuro político en común. En 1937 Pere Bosch Gimpera citó a Azaña en apoyo de ese nuevo concepto de España que se oponía al supuesto "metafísico" de una esencia eterna mantenida a lo largo de los siglos e identificada con la cultura y la lengua de uno de sus pueblos. Hubo que esperar a los años cincuenta y sesenta para que la nueva historia económica y social de Jaume Vicens Vives y su escuela comenzara a profundizar en las diferencias de una España concebida de modo plural. Luego, en las dos últimas décadas, la investigación a escala "plurinacional", "regional", "comarcal" o "local", experimentó un crecimiento espectacular al que no fue ajena la implantación del nuevo Estado de las autonomías.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, la presión a favor de poner orden en el conocimiento acumulado tiende a propugnar síntesis de todo tipo. Pero una gran parte de ellas, en vez de producir visiones lo suficientemente complejas como para recoger mínimamente la pluralidad de una historia a la vez común y diversa, vuelven por desgracia a orientarse en un sentido que reproduce la simplicidad de los viejos nacionalismos. A ello también contribuyen la pobreza de nuestros conocimientos históricos sobre lo que hubo fuera de España (otra de las características de nuestra actual historiografía) y el menosprecio de todo aquello que la "regionalización" de la investigación de las dos última décadas ha puesto de relieve. Con los medios y la preparación que tienen actualmente los historiadores en España, sólo la comodidad o el temor que nos tienta a quedarnos en lo próximo, en lo familiar, en lo relativamente bien conocido, por un lado, y, por otro, la obsesión nacionalista que continúa impregnando buena parte de nuestros estudios históricos, nos explican esa peculiaridad que mal se corresponde con la sociedad en la que estamos.

Pedro Ruiz Torres es catedrático de Historia Contemporánea y rector de la Universidad de Valencia.

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