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FERIA DE SAN ISIDRO

Un torrente de casta brava

El gran acontecimiento de la feria son las novilladas. Tres van celebradas y el público ha podido vivir con ellas todas las emociones que conlleva la lidia. La casta constituyó, en las tres, el fundamento del espectáculo. Casta a raudales hasta llegar al torrente de bravura y nobleza que fue la novillada de Baltasar Ibán.Máquinas de embestir parecían los ibanes. A lo mejor lo eran. Seis novillos que se recrecían tercio a tercio hasta acabar desarrollando unas embestidas fijas, humilladas, inagotables. Seis novillos para recrear el toreo total, desde las suertes fundamentales hasta todo tipo de adornos y fantasías, que también admite el arte de torear.

Pedirles tanto a los novilleros habría sido demasiado, con esos toros que embestían como un torrente. El toro que embiste, aunque sólo sea al ritmo del plácido discurrir del manantial, no les va al toreo moderno ni a los toreros del tercer milenio. Hablamos de los matadores de alternativa, figuras incluidas.

Ibán / Martín, Julia, Álvarez Novillos de Baltasar Ibán, bien presentados, dos derribaron; de excepcional casta y nobleza

Martín Antequera: pinchazo, otro sufriendo un derrote en la cara, da unas manoletinas, nuevo pinchazo y estocada (ovación, que recibe la cuadrilla); estocada corta tendida trasera caída perdiendo la muleta y descabello (oreja con minoritaria petición y protestas). Rafael de Julia: pinchazo, estocada desprendida -aviso- y descabello (aplausos y también algunos pitos cuando saluda); pinchazo, media perpendicular, rueda de peones -aviso- y descabello (silencio). Alberto Álvarez: pinchazo y estocada trasera caída (silencio); estocada corta saliendo trompicado (oreja con escasa petición y protestas). Enfermería: asistido Martín Antequera de herida en la cara, pronóstico leve. Plaza de Las Ventas, 30 de mayo. 21ª corrida de abono. Más de tres cuartos de entrada.

Más información
Martín Antequera: "Tenía que demostrar que, además de tener valor, sé torear"

Sale el toro de codiciosa embestida y ya le están llamando tobillero. Los taurinos son muy propensos a utilizar este término tan hortera (la mayoría de ellos son también bastante horteras, por cierto). Tobillero lo llaman porque humilla y persigue codicioso los engaños y en una de esas podría topar con los tobillos del torero. Circunstancia harto difícil, sin bien se mira; pues según la técnica impuesta por el toreo moderno en cuanto se remata un pase hay que correr.

Lo malo sería que el toro fuese sobaquero, porque busca las axilas, o corbatero, si derrota a la nuez. En este aspecto, por supuesto, no existe discusión ya que toros así traen enormes peligros. Pero los taurinos horteras y los toreros del tercer milenio, ni quieren estos pregonaos ni aquellos de encastada nobleza, y sólo les sirve el toro dócil de alma borrega. Y lo califican así: sirvió (o no sirvió), con lo cual dejan reducida la tauromaquia -la ganadería de bravo, el arte de torear, la lidia- a un binomio comercial más propio de tratantes y tenderos.

Paradigma de la casta resultó el cuarto novillo de Ibán, que embestía en progresión ascendente. No digamos si tobillero o sobaquero porque dependía del matador: si lo templaba, el novillo tomaba entregado la pañosa arando la arena; en caso contrario respondía derrotándola con indomable fiereza.

Martín Antequera, a quien correspondió, hizo de lo uno y de lo otro; o sea, pares y nones, con más desajustes que acabado reunir; y en el fondo es lógico, tratándose de un novillero aún inmaduro. Similar suerte corrió en el primero de la tarde, nuncio, con todos los pronunciamientos, de la casta asombrosa que traía la novillada. Al entrar a matar, Martín Antequera sufrió un pitonazo en la cara, del que hubo de ser asistido en la enfermería, y salió de nuevo para continuar la lidia, con la valentía, el pundonor y el espíritu de superación característicos de quienes quieren ser de verdad toreros.

Así fueron los novilleros toda la vida: arrojados, valientes, a despecho de reveses e infortunios. Martín Antequera no es torero del tercer milenio, evidentemente. De sus compañeros, en cambio, no se sabría decir. Rafael de Julia, por supuesto muy voluntarioso, desaprovechó sendos novillos de sensacional boyantía. Y Alberto Álvarez, que parece tener el toreo bien enseñado, y lo intentó procurando ajustarse a los cánones de la tauromaquia clásica, dejó al descubierto sus limitaciones, que se tradujeron en numerosas destemplanzas.

En definitiva, los novillos, los seis, se quedaron sin torear. Tampoco debe extrañar demasiado: los toros bravos descubren a los toreros. Ya se lo decía el Guerra al novillerito aquel que deseaba le saliese un toro bravo el día de su debú en la Maestranza: "Ay, hijo: si te sale un toro bravo, vas arreglado".

Dos novillos derribaron, dos salieron sueltos de las varas, cuatro recargaron entregados, todos derramaron el torrente de su casta brava y llenaron de emociones el ruedo de Las Ventas. Supuso un reverdecer de la fiesta con todos su valores; como si hubiésemos vuelto a la época en que toros y toreros ofrecían cada tarde el mayor espectáculo del mundo. El único que no se enteró fue el presidente, y se puso a regalar orejas. Debió creer que estábamos en una corrida de rejones.

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