La 25ª Schubertiade reúne en Austria a los máximos intérpretes del 'lied' Thomas Hampson y Angelika Kirchschlager cautivan en la primera semana del festival
ENVIADO ESPECIALEl festival que la región austriaca del Vorarlberg dedica desde 1976 a Schubert se está lanzando definitivamente al monte. Tres de los cinco periodos en que está dividida la actual edición se celebran en la comarca del Bregenzerwald -a finales de mayo, septiembre y comienzos de octubre-, con Schwarzenberg como centro y con la incorporación de Bezau, que ha estrenado un auditorio edificado sobre la antigua pista de tenis del hotel Post. Feldkirch se ocupa de la fase central, del 15 al 25 de junio, y el palacio de Achberg, en la vecina Alemania, ha convocado a los jóvenes valores. El programa de las bodas de plata está centrado alrededor del canto. Das grosse Liederfest (La gran fiesta del 'lied') es el lema bajo el que se dan cita la flor y nata del lied en la actualidad.
La concentración de primeras figuras es impresionante: sopranos como Juliane Banse, Barbara Bonney, Edita Gruberova, Barbara Hendricks o Edith Mathis; mezzosopranos como Angelika Kirchschlager, Marjana Lipovsek, Cecilia Bartoli, Waltraud Meier, Violeta Urmana o Ann Murray; tenores como Ian Bostridge, Christoph Prégardien, Michael Schade, Peter Schreier o Marcus Ullmann; barítonos como Olaf Bär, Matthias Goerne, Thomas Hampson, Simon Keenlyside, Christopher Maltman, Thomas Quastoff o Bo Skovhus.Algunos ciclos emblemáticos, como Viaje de invierno o La bella molinera, de Schubert, son interpretados hasta en tres ocasiones: el primero, con Hampson, Quastoff y Schreier; el segundo, con los tenores Bostridge, Schade y Ullmann. Varios cantantes que ya no están en activo han querido unirse de alguna manera a la fiesta y participan dando clases magistrales o conferencias. Es el caso de Dietrich Fischer-Dieskau y Brigitte Fassbaender. O el de Elisabeth Schwarzkopf y Hans Hotter que, junto a Elisabeth Furtwängler, participaron en una mesa redonda la semana pasada.
El lied acapara la mayor parte de las actividades, pero no arrincona la música de cámara. Así, entre los ilustres participantes de la Schubertiade 2000 se encuentran, por ejemplo, Nikolaus Harnoncourt, Gidon Kremer, Alfred Brendel, el cuarteto Alban Berg, el de Tokio, András Schiff, Ivo Pogorelich, Leif Ove Andsnes, Zoltán Kocsis o Arcadi Volodos.
Música y naturaleza
¿Cuál es el secreto del éxito de un festival sin grandes óperas, sin excesivos conciertos sinfónicos -la integral de las sinfonías de Schubert en 1992 con Harnoncourt y la Concertgebouw de Amsterdam fue casi una excepción-, sin un chelín de subvención pública y en una zona apartada del mundanal ruido? Desde luego, la calidad, pero también la intimidad, el recogimiento, la posibilidad de combinar música y naturaleza en una atmósfera de tranquilidad y espiritualidad.
Valentin Erben, violonchelista del cuarteto Alban Berg, lo ha descrito con nitidez: "La naturaleza, las montañas, el maravilloso silencio. Éste es el lugar ideal para que los músicos y el público se encuentren en el estado mental idóneo para hacer y sentir la música. No creo que Schubert se pueda apreciar en ningún lugar del mundo como aquí". Con estas premisas, no es extraño que la fidelidad de los artistas al festival sea similar a la del público asistente.
Desde que Hermann Prey abrió el fuego en Hohenems en 1976, en un intento que se vio imposible por motivos artísticos y financieros de ofrecer en orden cronológico toda la obra de Schubert, la Schubertiade ha ido creciendo por toda la región del Vorarlberg hasta acabar asentándose en Feldkirch y, últimamente, en Schwarzenberg, al verse reforzada la coqueta sala Angelika Kauffmann, de 430 plazas, con la antigua pista de tenis de un hotel de Bezau convertida en un auditorio con capacidad para 800 personas. Es el lugar donde actúan los divos, es decir, Harnoncourt, Kremer, Bartoli, Pogorelich o Hampson. En el camino han quedado en años anteriores periodos de conciertos en Lindau, junto al lago de Constanza, o en la abadía de San Gerold.
Schwarzenberg está en la comarca del Bregenzerwald, un tercio más o menos en extensión de toda la región del Vorarlberg, con sus 900 kilómetros cuadrados, 22 pueblos, 28.000 habitantes y aproximadamente el mismo número de vacas. La población es mayoritariamente católica, amable y conservadora, sin tentaciones de ultraderechismo a lo Haider. El paisaje, de montaña media-alta, es verdaderamente excepcional.
30.000 asistentes
Los asistentes a la Schubertiade se han asentado por encima de los 30.000 al año desde 1997, fecha en que se celebró por todo lo alto el segundo centenario del nacimiento de Schubert, y el número de conciertos no baja desde entonces de los 70. La mayoría de los espectadores son alemanes (46%) y siguen a continuación los austriacos (26%), suizos (12%) y británicos (5%). Los japoneses y americanos aún no han llegado a estos parajes. El número de visitantes no europeos no supera el 2%. La financiación del festival procede íntegramente de la venta de entradas.
La primera semana de la Schubertiade 2000 ha dejado para el recuerdo un arrollador y aclamado Viaje de invierno con Thomas Hampson y Wolfram Rieger, un sutilísimo recital del joven barítono británico Christopher Maltman y una encantadora actuación de la mezzosoprano Angelika Kirchschlager, además del toque de distinción de la veterana soprano suiza Edith Mathis. Pogorelich se ganó el respeto con un sobrio e intenso Rachmáninov, y el pianista noruego Leif Ove Andsnes se descolgó con una actuación memorable a base de Janacek y la penúltima sonata de Schubert.
La misteriosa pintada
De las diferentes familias musicales, la Schubertiade es quizá la más apacible, aunque hay quien piensa que es también la más peligrosa por su indomable independencia. Los schubertianos no se reúnen en lugares que impresionan, como Salzburgo, Bayreuth e incluso Pesaro. Cuando se encuentran, lo hacen en regiones más o menos apartadas, sin necesidad siquiera de que por ellas haya pasado su admirado Schubert.Tal vez ello tenga algo que ver con una asombrosa pintada que ha aparecido estos días en una pared del territorio de la Schubertiade austriaca y que dice: "Schubert hat nie gelebt", es decir, "Schubert nunca ha vivido". Los schubertianos no se han ofendido. Tienen la vena melódica de su compositor preferido tan metida en su organismo que no les preocupa demasiado si ha vivido o no en otros tiempos, porque lo que es evidente es que para ellos vive en la actualidad con sus serenatas, truchas, doncellas, sueños, arroyos, molineras, cisnes y melancolías.
Hay quien ha comparado el Vorarlberg schubertiano con el Bayreuth wagneriano. Un error. Los schubertianos no peregrinan. Y si lo hacen es en el más respetuoso silencio. Se transmiten sus secretos al oído, de boca a boca. Por ello se especula que la misteriosa pintada ha sido escrita por un schubertiano alarmado de tanto trasiego en Schwarzenberg últimamente. Desde esta hipótesis tan juiciosamente pensada, todo asistente a la Schubertiade se ha convertido en un sospechoso de pintadas furtivas.
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