El club de los imitadores de la literatura
Creen que la búsqueda de nuevas rutas literarias debe hacerse páginas adentro, en el mismo universo del libro. Por eso Helicón ha recibido una inusitada procesión de escritores como pocas veces ha visto en su mítica historia. Porque en estas visitas que ahora los autores hacen a la isla de las musas griegas no sólo se limitan a invocar sus favores, sino que acuden como exploradores tras los rastros de los grandes nombres, o en un intento por desvelar las rutas literarias que llevaron a aquellos a la Historia de las letras. Y para eso se han aliado con la metaliteratura o metaficción, con la literatura que habla de sí misma, de la cual, pese a tener tantos amigos como enemigos, esperan vientos renovadores.Una tendencia de entre siglos de la cual dan fe en estos días casi medio centenar de autores en lengua española y en otros idiomas con la publicación de obras en narrativa y ensayo. Todos procedentes de las diversas rutas de Helicón: desde la más tradicional que opta por la erudición/información en cuanto a investigar y recrear las razones por las que dejaron de escribir grandes personajes, según la recuperación que hace Enrique Vila-Matas en su Bartleby y compañía (Anagrama); pasando por quienes rinden homenajes como el de Juan Manuel de Prada a la poetisa Ana María Martínez Sagi en Las esquinas del aire (Planeta), o en las que se cuentan ciertas relaciones de los escritores como relata Sealtiel Alatriste de Kafka en El daño (Espasa). O rutas en las que se resucitan personajes como el Tadzio de Thomas Mann de la mano de Luis G. Martín en La muerte de Tadzio (Alfaguara). O caminos zigzagueados de críticas a obra y creadores como Bernhard o Pessoa según los ojos de Pablo d'Ors en El estreno (Anagrama), o donde se parodia a alguno de ellos según la licencia que se toma Luciano G. Egido con Proust en El amor, la inocencia y otros excesos (Tusquets). O donde simplemente se reflexiona sobre el arte de escribir y se les rinde tributo a nombres como Platónov o Rimbaud en La compañía de los solitarios (Pre-Textos), de Juan Bonilla. O rutas que intentan mostrar con personajes nuevos el mundo y las razones de los escritores en la voz de Héctor Abad Faciolince con Basura (Lengua de Trapo). Y, así, rutas bifurcadas que surgen de otras bifurcaciones hasta crear un mapa de la geografía literaria.
¿Autocomplacencia? ¿Crisis creativa? ¿Narcisismo? ¿O simplemente un remanso en el fluir de las letras del cual, tras su inmersión, se espera una nueva corriente con ideas frescas? Éstos son algunos de los interrogantes que rondan las cabezas de críticos, editores y de los propios autores. Las razones de esta exploración dentro del propio mundo literario son tan variadas como ventajas, riesgos y enemigos tiene la metaliteratura. "Es un recurso que prueba que el autor ha fracasado en su conexión con la realidad, y busca el reflejo de ese mundo real en la literatura con experiencias interpuestas. Y es un síntoma de nuestra época debido al temor o a la incapacidad", afirma Manuel Borrás, editor de Pre-Textos, que prepara la celebración de los 25 años de la editorial con un libro en el que 25 autores escribirán un cuento sobre personajes literarios.
Es como si los grandes temas de la vida se hubieran agotado en la literatura de Occidente, reflexiona Juan Manuel de Prada; "como si la calidad de vida hubiera adormilado la capacidad de asombro y creatividad que, en cambio, parece estar en el mundo de los países convulsos", donde la vida no termina de acomodarse ni de dar nuevas visiones a los creadores.
"Este agotamiento es una respuesta a cierto exceso de la narratividad que ha desembocado en este filón que ofrece una literatura endogámica y de la autorreferencialidad", asegura el crítico Ernesto Ayala-Dip. Una especie de retroceso, según Soledad Puértolas -que ha recurrido a la libre mitografía de lo artúrico en La rosa de plata, Espasa-, porque ella prefiere "explorar la vida viva, en función de lo que sucede hoy". Incluso hay quienes, como Tom Wolfe, son más duros con esta vertiente literaria a la que consideran como parte de una cultura decadente y narcisista: "¡Otra historia sobre un escritor que escribe una historia! ¡Otro regressus ad infinitum! ¿Quién no prefiere un arte que, ostensiblemente al menos, imita algo distinto de sus propios procesos?".
Pese a ello, la destilación de la esencia de la literatura es importante para Vila-Matas, uno de los españoles que más ha trabajado el tema, y está convencido de que que el universo literario sí es una parte importante de la realidad y la vida. "Yo abordo el tema desde la ficción e imaginación, desde mis lecturas, desde la realidad entendida como tal y a ellas incorporo mi experiencia vital". Una ruta creativa que él vivifica y que, según De Prada, siempre ha ejercido sobre el escritor una fascinación que lo lleva a transformar la literatura en sustancia literaria, de tal manera que la ha convertido "en una coartada imaginativa estupenda". Sólo que hoy el uso de estos materiales es más explícito, reconoce Luis G. Martín.
Es entonces cuando aparece la figura de quien casi convirtió la metaficción en un genero en sí mismo y en su sello y aporte a las letras del siglo XX. No sólo por concebir el paraíso ideal como una gran biblioteca, sino por considerar que de todos los instrumentos creados por el hombre el más asombroso era el libro: "Los demás son extensiones de su cuerpo", dijo Jorge Luis Borges, para luego añadir que "el libro es una extensión de la memoria, de la imaginación". Aunque la prehistoria de este recurso se encuentra en el siglo XVIII en Tristam Shandy, de Laurence Sterne; mientras que uno de los primeros debates públicos sobre el arte de la escritura lo tuvieron en 1884 Henry James, R.L. Stenvenson y Walter Besant.
Todo un juego de letras en el que coinciden ese medio centenar de autores entre los que también figuran Kundera, Cunningham, Haefs o Crume y que Vila-Matas justifica con un truco metaliterario al decir que son las consecuencias de la huida que han emprendido los personajes de uno de sus libros y se dedicaron a dar vueltas en otros libros en busca de continuar la fiesta de shandys iniciada hace 15 años tras la edición de su Historia abreviada de la literatura portátil, el más claro antecedente de metaficción en la cultura reciente española. Y cree que es una de las rutas de la cual saldrá una nueva literatura; porque, paradójicamente, de la inmersión en el pasado como límite último puede surgir un nuevo aliento en los creadores tras el enfrentamiento con quienes ya pueblan la historia de la literatura. Vila-Matas ya vislumbra una ruta: "Las fronteras entre la llamada ficción y no ficción cada vez se difuminan más con estos textos mestizos donde los recursos literarios y ensayísticos se amplían y se entrecruzan sin problemas para reflexionar de algo de forma narrativa".
En cuanto a las piedras en ese desandar, Ayala-Dip advierte la de que la metaficción "se convierta en una retahíla de citas sin ton ni son, y se deje al lector como espectador de un discurso pedante o trivial". Ése es el principal peligro que inquieta a Martín, que además considera este recurso como un arma de doble filo. Sobre todo, "porque es algo que casi siempre se queda en sí mismo, en una literatura circular", dice Puértolas. Otro temor es que este auge de la metaficción sea aprovechado por editoriales o autores que trivialicen el tema y quieran llevarlo a los tentadores predios donde especulan con el ofrecimiento de descifrar los secretos de la creación literaria.
Sea la ruta que sea, los exploradores de Helicón ya habrán topado con las palabras de Nabokov de que "la literatura es invención", y que por eso "todo gran escritor es un gran embaucador"; sin olvidar que "una cosa es tratar de averiguar los vínculos y etapas de la vida, y otra muy distinta tratar de comprender la vida y el fenómeno de la inspiración".
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.