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Motivo vasco JUAN CRUZ

Juan Cruz

Luis Carandell, que ahora cuenta sus memorias para hacer reír a España, se recorrió este país con mucho sigilo a principios de los setenta y halló un día en un pueblo de Málaga, cuando habían empezado los atentados etarras contra las playas del sur, una pintada enorme escrita en andaluz: "Vajcoj, qué raro zoi". Escribir en andaluz en las paredes y en la vida es lo que hacía el malagueño Rafael Pérez Estrada, que se murió esta semana después de reírse del mundo entero; Pepe Hierro escribió un memorable poema en andaluz: "Ojú, qué frío, los andaluces". Los andaluces siempre le han hallado, desde Séneca, filosofía a lo que pasa, y se han reído de lo que ocurre como si el drama fuera por dentro pero la zandunga se llevara en la cara. Antonio Muñoz Molina deplora a los graciosos andaluces profesionales, y son en efecto deplorables; pero hay graciosos andaluces profesionales en toda España, incluso en el País Vasco. Pero, entre todas las manifestaciones públicas, pintadas o dichas, por los andaluces, la que más se me ha quedado en la memoria es aquella que vio Carandell cuando aún no sabíamos del todo que la ETA es lo que fue y lo que será si no se serena. Los andaluces, pues, se han llevado la gracia, y desde Miguel de Unamuno y antes siempre hemos pensado que los vascos son serios, profundos, esquivos, y son todo lo contrario, mirados muy de cerca; si hubiera una contabilidad de los chistes por metro cuadrado los que los donostiarras tienen de los de Bilbao -"¿les decimos que somos de Bilbao?", "pues no, que se jodan"- o viceversa serían más numerosos que los chistes circulantes de gomeros o de gallegos o de argentinos. Pero como existe esa nebulosa que la ETA hace pasar sobre el cielo raso de Euskadi, pues la gente cree que los vascos están ensimismados todo el día y no se ríen sino como Arzalluz u Otegi, con media boca. Las tertulias tienen cierta culpa, claro: abren las emisoras siempre con la misma letanía: ¿y hoy no hay ningún motivo vasco? Me recuerdan las tertulias esa anécdota, ya célebre, de un parroquiano que va al Guggenheim, cuando lo inauguraron, y luego se halla con su mujer que le pregunta por su impresión del museo. Su respuesta: "Fatal. Ningún motivo vasco". Pues a ver si algún día no hay ningún motivo vasco para abrir las tertulias. Sería la paz, valga la redundancia.

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