Robarnos el futuro
KOLDO UNCETA
Leí con amargura el grito de dolor de Agustín Ibarrola: "Me quieren borrar de la historia de este país". Comprendí el sufrimiento de una persona que, como otros muchos hombres y mujeres, vive acosado por el odio y la sinrazón de quienes ven en la libertad su principal enemigo. Traté de entender la frustración del artista que ve atacada su obra por unos fanáticos, y me acordé de las juventudes hitlerianas quemando libros cuyo contenido seguramente ignoraban.
Pero no, Ibarrola puede estar tranquilo respecto a la historia. Nada ni nadie podrá nunca borrar la huella del pensamiento, del arte, de la cultura. Muchos lo han intentado antes, y todos han fracasado. No consiguieron destruir la poesía de García Lorca, ni la de Miguel Hernández. Tampoco las canciones de Víctor Jara. Y no conseguirán, amigo Ibarrola, quitar de la retina de nuestros ojos los árboles de Oma. No lo lograrán porque es sencillamente imposible. Esos árboles estarán siempre en nuestra memoria y en la de nuestros hijos, para muchos de los cuales el paseo entre las pinturas de tu bosque ha constituído su primer contacto directo con las artes plásticas.
Nunca podrán borrar nuestra historia. Pero hay algo que sí quieren lograr: robarnos el futuro, destrozar nuestras ilusiones, nuestros proyectos, nuestros anhelos, nuestras luchas. Conseguir que nos convirtamos en seres resignados, en personas que renuncian, debido al miedo, a ejercer su libertad. Paralizar nuestras mentes, que es como matar el pensamiento. Hacer que abdiquemos de nuestra condición de personas libres, única capaz de permitirnos construir un país libre.
Quieren robarnos el futuro. Ese futuro que día a día tratamos de construir en cada trabajo en el que volcamos nuestra ilusión, en cada proyecto que tratamos de hacer realidad, en cada palabra que escribimos, en cada acuerdo que establecemos. Quieren robarnos nuestra capacidad de pensar, hacernos creer que no hay más futuro que el que ellos han decidido y que, en consecuencia, es absurdo resistirse. En nombre de inconcretos cuando no estrambóticos proyectos de construcción, nos quieren robar el futuro que día a día estamos construyendo para este país.
Quieren robarnos nuestro futuro, como antes lo intentaron otros. Lo de menos es que ese futuro lo concibamos en una u otra clave política: autonomía, federalismo, independencia. Nos quieren robar todos los futuros posibles imaginados desde la libertad y el consentimiento de la mayoría. Quieren cerrarnos todos los caminos, todas las vías que conduzcan al debate de ideas, al contraste de pareceres y la búsqueda de acuerdos. Y, para ello, nada mejor que matar la palabra, acallar la discrepancia, arruinar la cultura, destruir el arte.
El viernes pasado, un nutrido grupo de personas, de todos los sectores sociales del País Vasco, nos reuníamos en Bilbao para homenajear a Federico Mayor Zaragoza por su trayectoria al frente de la Unesco, por su defensa de la paz, la cultural y la libertad, por su impulso de la educación y el conocimiento como base fundamental del desarrollo de las personas y los pueblos. Mientras tanto, un grupo de ignorantes destrozaba la obra de Ibarrola en Oma, se supone que como represalia por la defensa pública de unas ideas opuestas a las suyas. Me imagino el patético espectáculo de unos chavales emprendiéndola contra los árboles, ante su incapacidad o su impotencia para comprender, analizar, dialogar, o rebatir.
Muchas veces se ha dicho que el problema de la violencia es cultural, que la incapacidad para escuchar las razones de los demás y discutirlas abiertamente es producto de la ignorancia. Se trata, en todo caso, de una peligrosa ignorancia que pretende amenazar nuestro futuro. La historia no la pueden borrar. Pero nos pueden robar el futuro.
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