Las marismas
La exposición de fotos de Atín Aya sobre las marismas del Guadalquivir es como para quedarse de piedra. Porque poco tienen que ver con las que conocemos ni de las que hablamos, con las del camino del Rocío o con las del arroz que nos penetra en el cajón de imágenes mentales en su paquete del súper y con su montaje industrial. Es algo completamente distinto, tan sutil como ala de mosca y tan denso como las dunas de arena; es abstracción y realidad, historias de sombras, silencio y soledades.Tan extensas estas marismas enmarcadas que no hay foto posible que cumpla todo el horizonte, sino sólo un trozo rectilíneo que divide al mundo en agua y nubes, en tierra y sol, en luz y luz, con figuras recortadas por el negro de la humedad y la verdina. Claridad y sombra del atardecer callado y quieto, sin pájaros, como dos abismos flotando el uno sobre el otro. Y en la línea divisoria, tal como en el alambre del equilibrista, un quehacer lejano y mudo, unas figuras avanzando por un camino sin principio ni fin. Un horizonte que cobra irrealidad con una tierra seca y resquebrajada, o realidad con una duna cenicienta sobre la que un caminante mira sus pasos.
Los retratos de los habitantes de las marismas son rotundos, de los que no se pueden evadir porque miran sin truco y sin piedad, sin asombro ni miedo ni prisa. Una mirada concreta: aquí ahora. Sólo presente y memoria inescrutable. El presente de la foto que rebosa historias de paciencia, de amabilidad, de hermetismo, de dignidad, de coquetería, de curiosidad, de sosiego, de afirmaciones, de desconfianza, de desilusión, de cansancio, de fuerza. Miradas que se pueden escuchar. Haga la foto si quiere, pero ¿qué va a salir de todo esto? Bueno, a nosotros nos da igual, si a usted le sirve y es sólo un momento... Retráteme, sí. No me importa una foto, ni que me miren. Aquí estamos: somos una pareja. Esto es lo que hay. Lugar de soledad, de otros trabajos y otros tiempos, de galgos aspirados como espíritus, de labios fruncidos que no dejen escapar palabras que rompan el aire y que a nadie le importan, lugar herido por el sol y la humedad de la enorme marisma abierta que todo lo encierra en su silencio.
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