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Confidencias

Hace dos semanas publiqué en esta columna una reflexión en caliente sobre la turbación que me provocaba comparar los nuevos gobiernos de España y Andalucía y llegar a la conclusión de que, por vez primera en mi vida, me gustaba más un gobierno de derechas que uno de izquierdas.Al hacer esta confidencia, me temía una avalancha de mensajes llamándome chaquetero y poniéndome de vuelta y media. Pero no ha sido así. Con excepción de la carta de una empleada de la Junta -que defiende al Gobierno que le nombró con tanto celo que convierte en catedrática a la consejera de Cultura-, parece que los lectores no se lo han tomado a mal.

Por el contrario, media docena larga de militantes socialistas -y, entre ellos, un dirigente- me han reconocido personalmente que compartían mi turbación y mis sentimientos: a ellos también les gustaba más el Gobierno del PP que el de Chaves. Reconozco que ha sido un consuelo: lo mío, por tanto, no era una rareza, ni una perversión, ni el primer síntoma de una irreversible mutación ideológica.

Hay una serie de acontecimientos que están marcando en el socialismo andaluz el fin de una época. Por un lado, el avance irresistible del PP y la admiración que muchos socialistas sienten por la organización de sus rivales y su conexión con la sociedad. También sucede que al autolimitarse a dos el número de sus mandatos, Aznar ha puesto en un brete a los dirigentes socialistas que se eternizan en el poder. Por último, se da la paradoja de que haya sido Chaves el llamado a ventilar los aires del PSOE español, mientras que en el andaluz se pretende que nada cambie.

En el PSOE andaluz es perceptible una atmósfera de fin de régimen, aunque para Gaspar Zarrías no sea más que "un resfriado que se cura con una aspirina". No sólo no es un resfriado, sino que tampoco se limita a ser una querella en torno a unos nombramientos, un episodio que chuscamente se ha pretendido bautizar como "caso Pezzi".

Lo que nadie puede impedir es que buena parte de los debates entre socialistas se hagan ahora públicamente. Gracias a Internet, se puede curiosear, por ejemplo, en la página de Iniciativa para el Cambio (www.porunnuevosocialismo.net) y ver cómo muchos socialistas se quejan de los cargos indefinidos, de los censos inflados y trucados, de los pucherazos en las agrupaciones locales y de la larga serie de martingalas que adulteran el reflejo de la representación de las bases.

No faltan tampoco en esta página web las quejas sobre cómo los que se definían como "renovadores" y pedían listas abiertas y limitación de mandatos, ahora, cuando tienen el poder, no renuevan nada y acumulan cargos con más voracidad que lo hacían los guerristas. "Los comportamientos que criticábamos desde la renovación", dice, por ejemplo, el militante almeriense Emilio Viciana, "han sido asumidos de una manera más fuerte y aplicados de una forma más cruda si cabe".

No cabe duda de que al PSOE ha llegado el fin de la era de los hiperliderazgos, de los líderes indiscutibles, y que el PSOE-A difícilmente puede convertirse en una excepción. Sobre todo, si se tiene en cuenta que sólo desde el sarcasmo o la adulación se puede considerar un hiperlíder a Manuel Chaves, que, no lo olvidemos, llegó a Andalucía tras mucho resistirse y parachutado desde la política nacional.

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