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FERIA DE SAN ISIDRO

Qué petardo

Menudo petardo pegó El Juli en su confirmación de alternativa, y eso que había despertado una expectación inusitada. Ni un rasgo de torería, ni un detalle artístico, ningún gesto; nada que permitiera barruntar que aquí hay torero. Oiga: así no se viene a Madrid.No se viene a Madrid ni con ese ánimo ni con esas formas. No se viene a Madrid eligiendo semejante mansada de samueles infumables, sin trapío para empezar ni fuelle para terminar, que en otras plazas (desde Sevilla a Castellón; la referencia es intencionada) valen para justificarse y cortar orejas; pero en Madrid, no.

Tarde aciaga de El Juli y casi peor para aquellos que (dicen; un servidor no lo ha visto) habían pagado arriba de veinte mil duros para asistir a su confirmación de alternativa.

Flores / Ponce, Rivera, Juli Cuatro toros de Samuel Flores y 2º y 3º de Manuela Agustina López Flores, tres primeros justos de trapío y sospechosos de pitones, resto mejor presentados;, inválidos, mansos y aborregados

Enrique Ponce: aviso antes de matar, pinchazo y bajonazo traserísimo (división y tambien fuertes protestas cuando sale al tercio); estocada corta baja (algunos pitos). Rivera Ordóñez: estocada corta baja y rueda de peones (silencio); estocada corta trasera baja (algunos pitos). El Juli, que confirmó la alternativa: pinchazo, otro hondo y estocada tendida trasera (silencio); tres pinchazos y estocada (silencio). Plaza de Las Ventas, 17 de mayo. 8ª corrida de abono. Lleno.

Más información
El Juli: "Si el toro no se mueve, nada tiene importancia"

El petardo se extendió a cuanto se movía en el redondel: desde los seres irracionales hasta los racionales representados por el hombre blanco. Desde los caballos de picar, que estaban igual de inválidos que los toros (o igual de fumados), hasta los compañeros de terna de El Juli, figurones del escalafón, incapaces también de dejar plasmado allí para el recuerdo algún remoto rasgo de torería.

Aburridos pegapases ambos colegas; pelmazos del derechazo. Dios los cría y ellos se juntan. Aunque puestos a dirimir, no sería justo ocultar que uno es mejor que el otro. No sabe igual el derechazo de Enrique Ponce que el de Rivera Ordóñez. El de Enrique Ponce, con su pico, con sus ventajas, con su falta de ligazón, posee una estética y una enjundia inimaginables en el de Rivera Ordóñez, que aún mete más pico y se toma mayores ventajas.

Enrique Ponce, por añadidura, toreó al natural, suerte que a Rivera Ordóñez le parece ajena. Y, por naturales, cuajó al segundo toro de la tarde tres de hermosa factura, que acogió la plaza con júbilo y estruendosas ovaciones. Claro que a buenas horas. Llevaba ya un montón de pases sin reunirle ninguno al borrego inválido, y cuando ligó los tres naturales, más otros tres redondos de propina, el inválido borrego ya estaba para el arrastre.

Y, ejecutados y aplaudidos, ocurrió lo de siempre: que pasado de faena el tundido toro, no se cuadraba, sonó un aviso... Enrique Ponce es el diestro que más avisos ha oído en toda la historia de la tauromaquia.

Al cuarto ni siquiera esos naturales buenos le dio. Tampoco verónicas ni nada con el capote. Salieron los picadores y Ponce aún no se había enfrentado con el manso, que galopaba abanto por el redondel. Enfrascado durante el turno de muleta en el derechazo, que embarcaba con el pico para salir corriendo en cuanto lo remataba, Ponce ensayó varias tandas y tan pronto pudo apreciar que en el tendido se coreaban con rechifla, cortó la faena.

Las faenas de Rivera Ordóñez se caracterizaban por el color. Y el color que las caracterizaba era la ausencia total de color. El descolorido artista, salvo un breve intento de aplicar naturales al tercer toro (y la afición le dio las gracias por desistir), se dedicó a los derechazos con fruición. A cual peor, por cierto. Se puede ser de derechas pero hay que tener mano izquierda, y si del arte de Cúchares se trata, la izquierda es la que trae la fama y los billetes. Este torero, si en vez de llamarse Francisco Rivera Ordóñez se llamara Pachi Pérez, no sabe uno si llegaría a torear.

El Juli se esperaba redimiera al público de tanta vulgaridad, pues se le ha visto por esas plazas variado, alegre y valiente, sin permitir que nadie se le subiera a las barbas; mas resultó que estaba sumido en ella hasta las trancas (es ésta expresión de poetas) y no dio pie con bola. Discreto en par de quites, mediocre al banderillear, sin gusto ni poderío. y ni siquiera aguante -que es lo suyo-al muletear, decepcionó a todo el mundo y abandonó el ruedo marcado por el estigma del fracaso. Quién le ha visto y quién le ve a El Juli.

Corría el rumor de que, según aseguraban "por estas y que me muera aquí mismo si no" presuntos testigos presenciales, un caballero había pagado cuarto de millón de pesetas por dos entradas de mil duros. Enhorabuena. Al que lo cobró, por supuesto, pues con eso ya tiene arreglado el veraneo y se libró de soportar aquel petardo.

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