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La señal ANTÓN COSTAS

Antón Costas

Parecía imposible. Pero algún día tenía que ocurrir. Y el destino ha hecho que ocurra el mismo fin de semana. Jordi Pujol y Josep Lluís Núñez han enviado una señal anunciando que están dispuestos a retirarse. Por no sé qué misterioso designio, ha sucedido el mismo fin de semana en que el abad de Montserrat ha presentado su dimisión y en el que Juan Pablo II ha desvelado el tercer misterio de Fátima. No soy capaz de entrever el nexo que une estos cuatro hitos, pero haberlo, haylo. Tal vez Juan Pablo II ha querido enviar la señal de que está dispuesto a retirarse del papado.Pero viniendo a cuestiones más terrenales, que es lo nuestro, el anuncio del presidente del Barça y las palabras del presidente de la Generalitat a sus juventudes de que ve bien que haya gente dispuesta a coger el relevo pueden interpretarse como la señal definitiva del inicio del cambio en Cataluña. Como sucede con toda señal premonitoria, la ciudadanía no acaba de creérselo y los círculos de exégetas se dedicarán ahora a interpretarlas. Pero algo hay, porque la señal principal ha venido acompañada de señales menores que la confirman, como sucede con toda revelación. En el mismo fin de semana los apóstoles elegidos han enviado, a su vez, señales. Artur Mas ha anunciado su disposición al sacrificio del liderazgo y Josep Antoni Duran Lleida ha dado a conocer el grupo de sabios que le aconsejarán en su travesía por el Mediterráneo.

¿Qué es lo que ha forzado esos anuncios? Descartado el efecto Fátima para explicar el cambio de Jordi Pujol, queda el efecto Piqué. El ministro catalán del Gobierno del PP ha removido los fundamentos más profundos del poder de Jordi Pujol y del de Narcís Serra, y amenaza con llevarse por delante a las élites burguesas que en el último cuarto de siglo han monopolizado el poder político. La amenaza ya no está sólo en Barcelona y su cinturón industrial, donde los más inquietos son los socialistas, sino en la Cataluña más profunda, de donde CiU saca sus más sólidos apoyos y donde el inicial efecto Piqué se ha fortalecido con el nombramiento de una ministra de las comarcas de Girona.

Me disculparán que lleve el agua a mi molino, pero éste es un caso paradigmático de cómo la competencia también funciona bien en la política. Hasta ahora la política catalana tenía una estructura de duopolio, en el que CiU y PSC se repartían de forma relativamente amigable y estable el mercado catalán. Ese duopolio es el que producía esa sensación ficticia de que Cataluña era diferente, un remanso de paz y convivencia civilizada, que nada tenía que ver con el ruido de Madrid. La aparición de la competencia efectiva que representa Piqué ha roto el duopolio y ha comenzado a mover las aguas estancadas.

El caso del presidente del Barça no responde a las mismas motivaciones. En este caso no se puede hablar aún de un efecto Tusquets, sino de un efecto despecho: ese sentimiento que en algún momento embarga a las personas que, creyendo haber hecho mucho por la comunidad, ven que ésta les responde con pañoladas y pitos. La historia acostumbra a ser ingrata con las personas que permanecen contra viento y marea al frente de las instituciones. Acaban saliendo por la puerta falsa de la historia. Por eso es tan deseable la limitación de los mandatos.

Creo que la señal va en serio. Pero permanece un peligro. Los grandes personajes acostumbran a ser tentados por el deseo de concluir. En expresión más nuestra, por el deseo de dejar todo atado y bien atado. Es la forma que adopta su deseo de perpetuarse, de permanecer aun en la ausencia. También es el camino más fácil para destruir a las instituciones. Por eso conviene recordarles que, como creo que dijo Galileo, la naturaleza tiene horror al vacío, y por eso, una vez desaparecidos los grandes líderes, otros nuevos y, al menos, tan capaces como ellos vienen a sustituirles.

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