Educación tras los barrotes
En el módulo de madres de la cárcel de mujeres de Alcalá de Guadaira hay 18 internas. La mayoría está en prisión por haber cometido delitos de tráfico de drogas (contra la salud pública, que se llaman legalmente), y todas lo están en este módulo por tener hijos que, por ser menores de tres años, viven con ellas.Las 18 reclusas del módulo de madres son las destinatarias potenciales de las prácticas que los alumnos de último curso de la Facultad de Pedagogía de la Universidad de Sevilla realizan en el centro penitenciario desde hace cinco años.
Este año son tres chicas las que eligieron este destino para realizar su trabajo de prácticas de la asignatura Técnicas Educativas y Práctica Básica. Míriam García, Ingrid Sanz y Celia Mínguez se decidieron a meterse en la cárcel "porque era el destino más atractivo de los que ofrecía el departamento, donde más se podía aprender", dice Celia.
Han acudido a Alcalá de Guadaira desde diciembre hasta finales de abril, dos días a la semana, para dar sesiones educativas de dos horas cada día. El programa surgió de ellas, con la supervisión de la dirección del centro. Dieron charlas sobre educación infantil, enfermedades de transmisión sexual, drogas, educación sexual, empleo, relajación o manualidades. Un menú variado destinado a interesar a las reclusas.
Maribel Cabello, subdirectora del penal, es también la tutora de las alumnas durante su trabajo en el centro. Ella cree que es una experiencia muy interesante para las alumnas, pero también para las presas. "Al principio, las internas muestran algo de recelo, pero si el programa es interesante y les es de utilidad, son muy fieles", explica Maribel. En la última sesión, las 13 internas que han asistido regularmente al cursillo hacen balance junto a las estudiantes, convertidas allí en monitoras.
En la balanza, del lado de lo mejor caen los debates que han desarrollado alrededor de cada tema expuesto. En el otro, las propias internas reconocen que lo peor ha sido que se han interrumpido demasiado entre si, ha faltado respeto al turno de las demás. "Hay que pedir la palabra, levantar la manita", protesta Zaida, una argelina que habla el castellano con fluidez, uno de los cinco idiomas que maneja.
¿Qué temas gustaron más? De entre el barullo que montan al responder todas a la vez a la pregunta de las monitoras parece distinguirse que las internas sacaron mucho provecho de los temas más educativos: la vacunación de sus hijos, la higiene infantil, las drogas. "A mí me gustó mucho cuando nos hablasteis de los consoladores", dice Esmeralda, una gitana muy jovencita. "Se refiere a los anticonceptivos, los preservativos", aclara Pepi, que además del trabajo que le dan sus críos, parece haberse hecho cargo de la tutela entre rejas de Esmeralda.
Pero no todo lo que quieren es teoría. La mayoría pide para el próximo año clases de peluquería y de baile. La más interesada en aprender flamenco es Bianca, una holandesa alta y rubia a la que se le ocurrió subirse algo de hachís desde Marruecos. Y Zaida, la argelina, pide más oportunidades de trabajo "al salir del trullo", y clases de informática, para irse preparando. Todas reconocen que, a veces, su actitud no es la mejor para el aprovechamiento de lo que les cuentan. Aceptan que son cabezotas y revoltosas. "Pero es porque esto es una distracción para nosotras", afirman casi a coro.
Las que serán pedagogas en el futuro toman nota y guardan silencio. Saben que, el año próximo, serán otras las que vengan y lo harán con su propio planteamiento. "Mientras no haya profesionales que atiendan habitualmente a estas mujeres, todo esto sirve de poco", confiesa Míriam resignada.
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