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Entrevista:Ex magistrado de la Audiencia Provincial de Vizcaya

"En Euskadi no hay menos justicia, sino la justicia posible"

Antonio Giménez Pericás nunca pensó en ser juez, pero la jubilación como magistrado no la interioriza como una liberación, en un entorno complejo como el del País Vasco. Su itinerario personal acumula demasiadas circunstancias y complejidades como para descomponerse ante situaciones adversas. Niño de la guerra, liberal por educación de su familia republicana, estudiante de Derecho en España y Alemania, comunista, periodista, preso durante tres años, abogado laboralista (junto a José Etxebarrieta, hermano de Txabi) y magistrado por el cuarto turno, Giménez Pericás probablemente sea, en definitiva, un lector por obra y gracia de las circunstancias familiares y porque no le gusta jugar a las cartas. No en vano, en el homenaje que le tributaron sus amigos en la despedida, tituló su discurso Elogio de la memoria, no como evocación, sino como ejercicio del conocimiento.Pregunta. ¿Cuando un juez que ha ejercido en el País Vasco se jubila siente una especie de liberación?

Respuesta. Entiendo que se pueda pensar eso, pero es algo tan subjetivo que no lo comparto. Quizás sea por las experiencias que me han tocado vivir. No se puede hacer una regla general de este asunto. Primero, es muy subjetivo en el planteamiento, o, mejor dicho, la respuesta tiene que salir de experiencias personales, de concepciones del mundo que atañen a cada persona. Yo entiendo que, en general, se podría establecer esa regla. Quizá tenga que reconocer que soy un poco raro en eso. Yo añoro la profesión, no me gusta jubilarme.

P. Probablemente es raro, porque su persona reúne todos los vicios y todos los peligros: comunista, periodista, abogado y juez. Seguramente eso influye en que para usted dejar de ser juez en este país no haya sido quitarse un peso de encima.

R. Todos menos el de ser cura, efectivamente [risas]. Sí, uno corre peligro en la dictadura y la democracia. Así estamos aquí, en una situación muy especial.

P. Si hay menos libertad en el País Vasco, como se está viendo cada día, ¿quiere eso decir que hay menos justicia?

R. No, no hay menos justicia Se puede decir que hay la justicia posible. La justicia es una tendencia a hacer justicia, del mismo modo que la verdad es una tendencia a conocer la verdad, y la belleza, salvo excepciones cinematográficas, es una tendencia a algo ideal. A ese respecto, hay que recordar que aquí coincidieron Belloch, Joaquín Giménez y Elizabete Huertas, por ejemplo. No sé si expresa o tácitamente, actuaron como si hubiera habido un acuerdo. Primero, de seguir aquí ejerciendo pasara lo que pasara, y pasaron muchísimas cosas. Y segundo, hacer una justicia constitucional y democrática. Pero el quid de la cuestión es que la Constitución es un hecho muy reciente y la historia de España ha estado salpicada de golpes de estado, pronunciamientos militares, con una influencia omnipresente y un entendimiento unilateral de la religión, muchas veces confundida con el poder. Todo ha marcado el ejercicio de la justica también. La justicia constitucional, que es la justicia de las garantías, de la independencia, de la neutralidad, la justicia que tiene como valor fundamental la protección de los débiles frente a los poderosos, eso en España no ha podido materialmente existir antes de la Constitución. Entonces, aquí para los jueces constitucionalistas el hacer justicia - y es un palabra que yo emplearé con mucho cuidado- necesitan que coincida su trabajo con su concepción de las cosas, del mundo y de su propia vida. Yo no me atrevo a utilizar la palabra religiosa de vocación, porque la justicia no es una religión.

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P. ¿Usted como juez ha llegado a sentir miedo?

R. Pues me es difícil contestar.Desde luego he mirado para atrás, he mirado a través de los escaparates y he examinado los bajos de mi automóvil. Supongo que ese miedo que decimos que es natural, en mi caso venía un poco atemperado porque soy un gran bebedor de té y dos pueblos muy sabios y muy distintos, como el chino y el británico, se pertrechan de té. Por otra parte, he hecho guardia en garitas muy duras, pero desde luego he sentido sobre todo miedo por mi familia. Pero hay un problema más que de moral de estética, de procurar no descomponerse en este país donde hay tanto descompuesto, y no sólo de las víctimas sino de los victimarios.

P. Se habla habitualmente de jueces progresistas y jueces conservadores, incluso asociativamente ¿Es que hay una justicia conservadora y una justicia porgresista?

R. No debería de ser así. Aproximativamente, podríamos decir que hay jueces constitucionalistas, o mejor dicho, comprometidos con la Constitución porque quieren, en pleno ejercicio de su libertad de opción, y posiblemente otros no. De hecho, es conocido que después de la Constitución ha habido jueces no sólo nada constitucionalistas, sino anticonstitucionalistas, y posiblemente haya -no tengo estadísticas- un montón de ellos indiferentes a la Constitución. Jueces que estiman que su profesión no es nada más que una profesión, que además se llama carrera, lo cual da una imagen un poco ciclista del asunto.

P. Hablando de ciclistas, no sé si es bueno o malo que en este país se conozca a los jueces por el nombre, igual que sucede con los árbitros de fútbol. ¿Existe una politización de los jueces más allá de lo inevitable?

R. Ese es un punto fundamental. Realmente la justicia, de un modo o de otro, está politizada en todos los países, sobre todo en EE UU, donde la política está judicializada también más que aquí. Y por supuesto en Italia, con resultados más catastróficos. El problema es el equilibrio entre ambas presiones, pero no hay que temer a politización de la justicia ni a la judicialización de la política. Esto es algo que ocurre en una época muy compleja cuando ni el legislativo puede abastecer de normas y regular toda esa complejidad, ni el Ejecutivo puede discrecionalmente atender a las demandas de la gente. Entonces, esta labor la hacen los jueces. Esto es inevitable, porque volviendo a una necesaria comparación, ningún famoso juez americano ha sido obediente al presidente que lo ha nombrado.

P. Visto que usted no cree mucho en la vocación para ser juez,supongo que nunca se había planteado serlo.

R. Siempre pensé ser profesor de historia. Ser juez sólo me lo planteé cuando surgió la oportunidad. Soy muy curioso, siento atracción hacia las cosas, sobre todo hacia lo que no conozco, y me resultaba tremendamente tentador el contemplar la realidad de la vida cotidiana desde la perspectiva que más horizonte amplio proporciona.

P. ¿El día más triste pudo ser el pasado domingo?

R. Tuve otro día tan triste como el domingo, un día desolador, el más desolador, cuando mataron a Fernando Múgica. Otro día desolador fue cuando vi en el hospital a un gran policía, un policía constitucional, demócrata, llamado Nieto, gran amigo, hombre culto, cortés, incluso sibaríticamente educado, y le vi hecho un vegetal, pero con vida.

P. ¿Cómo se puede entender la ausencia de las instituciones en la manifestación convocada por el Foro Ermua con motivo del asesinato de López de Lacalle?

R. Aparte de que toda situación es empeorable, a mí no me extraña. No lo veo como un enfrentamiento entre las instituciones vascas, concretamente el Foro Ermua. Mi patria es la Constitución, que me da naturaleza de ciudadano libre si me permite elegir y opinar. Yo me pregunto si es tan difícil renunciar al Pacto de Estella, que sin duda alguna es un pacto manifiestamente contra el resto. Se anuncian catástrofes sin sentido, pero yo me temo que un Estado constitucional tiene la obligación de recurrir en estos momentos, o quizá agotadas otras iniciativas, a lo que la misma Constitución regula en el artículo 155. Si el crimen se ha convertido en sistema de actuación política para unos determinados señores; si otros señores, que algunos les llaman moderados, por razones ideológicas de su origen fundacional, han firmado un pacto que abastece de seudorrazones al crimen continuado, que venga el santo Dios y me diga si eso va al interés general de un Estado consitucional, en una absoluta vulneración de los derechos humanos. Parece que la gente no se da cuenta de que existe esta posibilidad constitucional, que no es un estado de excepción, sino un requerimiento a este Gobierno para que reconsidere su postura.

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