Paz, perdón y piedad...
Las noticias y artículos publicados, últimamente, por EL PAÍS a propósito de si la Iglesia debe pedir perdón, o no, por su actitud durante la guerra civil merecen algunas reflexiones.Es absolutamente cierto que la Iglesia española fue sujeto paciente y víctima de ella y que miles de religiosos fueron asesinados por el mero hecho de serlo. Pero esto es solamente parte de la verdad y no toda la verdad. Lo demuestra la extensa Carta de los obispos españoles a los obispos del mundo (Burgos, 1937), suscrita por casi toda la jerarquía de 1936, en la que, entre otras cosas, se calificó aquella guerra como de Santa Cruzada; esto conllevó unas connotaciones típicamente religioso-medievales. El calificativo de Santa Cruzada liberó de escrúpulos a muchos de los combatientes de una de las dos medias Españas que se habían enzarzado en una fratricida masacre. Morir en nombre de Dios o matar en nombre de Él ha sido una terrible constante en la historia de la humanidad. Es justo reconocer que no todos los obispos de 1936 suscribieron la beligerante y poco evangélica carta. Es el caso, entre otros, de un hombre ejemplar: monseñor Vidal i Barraquer, cardenal-arzobispo de Tarragona, que se negó a hacerlo. Falleció en 1943 y su nombre está en vías de canonización.
Fue el laico y denostado Manuel Azaña quien nos dio, y nos sigue dando, el mejor ejemplo de un mensaje cristiano en sólo tres palabras: paz, perdón y piedad. Son las tres últimas palabras escritas en su testamento político: La velada de Benicarló.
¡Pobres perdedores! ¿Quién se acuerda de ellos? ¿Quién pidió perdón "para" los que murieron como penitentes? ¿Quién pide perdón, sobre todo, "por" los que murieron como mártires?; estos últimos lo fueron por decenas de millares y no tuvieron derecho a un sitio ni en el cielo ni en la historia, al contrario que sus congéneres del bando opuesto, que fueron glorificados. A aquéllos sólo se les dio derecho a un pequeño trozo de tierra de la madre España para descansar en el más absoluto olvido.
Como católico lamento profundamente algunos de los hechos que acabo de exponer; pero lo hago con la conciencia tranquila y en honor a la justicia y a la verdad. Me lo permiten 72 años de perspectiva y de vivencias personales. Paz, perdón y piedad..., tres sencillas palabras. ¿Tan difícil es volverlas a repetir?-
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