La ONU preprara la batalla de Freeetown
La llegada de fuerzas británicas ha reforzado la confianza de los habitantes de la capital africana
FreetownENVIADO ESPECIALNo cortan manos o brazos en una lotería siniestra y cruel, pero el pánico entre la población civil es el mismo; basta con la memoria de lo sucedido en enero de 1999, cuando la guerrilla del Frente Revolucionario Unido (RUF), una extraña mezcla de maoísmo rural, polpotismo y sed de poder y diamantes, tomó con las armas dos terceras partes de Freetown, ahora se halla de nuevo a las puertas de la capital, no muy lejos de la estratégica localidad de Waterloo, agazapada entre la foresta. Las fuerzas del Gobierno (los restos del Ejército, los golpistas de 1997 -que ahora han mudado su bando- y los kamajors -cazadores de montaña-), apoyadas por los cascos azules de Naciones Unidas, han avanzado sobre Masiaka, a 65 kilómetros al este, donde se combate desde hace días. Nadie sabe quién controla Masiaka, pues las informaciones son confusas y contradictorias.
En Freetown, decenas de fornidos paracaidistas británicos protegen los controles militares próximos al hotel Mama Yoko, transformado en cuartel general de Naciones Unidas y en la única puerta de descarga para los helicópteros que atraviesan con material de guerra y despegan con familias de refugiados. "Estamos esperando a los refuerzos de la ONU", asegura un sargento inglés con el brazo cubierto de tatuajes. "Nuestra misión es asegurar esta zona", dice asomado en un búnker de sacos terreros. Pero otros piensan que estos 700 hombres tan bien armados, vestidos de camuflaje y con el dedo presto en el gatillo, no están aquí para socorrer a civiles con la maleta a cuestas. En esta ciudad inundada de fantasmas, el rumor es casi la única información disponible: hombres y mujeres deambulan por las calles polvorientas con una radio pegada a la oreja, deseosos de escuchar una buena noticia. Algunos soldados británicos, que parecen miembros de las SAS, cuerpo de élite del Ejército, se encuentran en Sierra Leona. Pese a las noticias de que los británicos han tomado el control efectivo de la misión de la ONU unos y otros lo desmienten. Pero el futuro del general indio al frente de los cascos azules parece el despido.
El resto de los controles militares, desde el centro de la ciudad, están a cargo de cascos azules africanos y de milicias de autodefensa: un par de hombres con la bocana caída y la mirada asustada en cada uno. Parecen poca cosa. En las orillas verdosas de la carretera, de camino al hospital de Connaught, el que en enero de 1999 recogía una ración diaria de terror, habita una soldadesca con uniforme sesteando en la solana; son hombres del teniente coronel Johnny Paul Koroma, quien fue aliado del RUF y hoy lo combate con el entusiasmo del converso. "Koroma ha pedido perdón al pueblo por sus errores y éste le ha perdonado", asegura Patrick. Pero en Sierra Leona, nadie se fía de la esperanza.
"La ONU nos ha ofrecido una imagen irreal, de que la paz había llegado", dice un misionero, "y no era así: ahora sabemos que en los últimos meses, la guerrilla ha estado probando la reacción de los cascos azules y cuando había visto que no había una respuesta eficaz ha lanzado su ataque", añade. Aquí, en Freetown, nadie sabe qué es lo que pretende el RUF. "No creo que se atrevan a tomar la capital con todos estos soldados de la ONU dentro, pero estoy convencido de que, como en la otra ocasión, el RUF tiene infiltrados a muchos de los suyos en la ciudad; sólo esperan a que los que avanzan desde el interior conquisten Waterloo", asegura otro misionero.
"El problema es que la guerrilla nunca ha estado dispuesta a entregar sus armas; sin ellas quedaría expuesta a la ira del pueblo". El misionero, para reforzar su opinión, narra un hecho reciente: "Un joven sin el brazo derecho me dijo: 'Aún me queda el otro y éste es suficiente para matar al que me hizo esto'". El odio se mezcla con el pánico en las miradas. Asesinos, que fueron amnistiados por los acuerdos de 1999, pululan por la ciudad sin remordimiento. Son las huestes arrepentidas de Korona. "Una mañana, un hombre reconoció al que le dejó manco. 'Tú me has hecho esto', le espetó. El otro, aturdido, sacó un puñado de billetes del bolsillo. La gente, explica el padre Jerome, uno de los javerianos heridos en la ofensiva de 1999, decía: 'Insúltale. No cojas ese dinero'. El hombre se dio la vuelta y comenzó a alejarse: 'Ese dinero no me hará crecer el brazo".
En las calles de Freetown bullen los mercados y no parece escasear la gasolina. Es una apariencia de normalidad falsa. Apenas sí se ven personas sin brazos o manos por las calles. Están reunidos en centros especializados de recuperación. Practican gimnasia y aprenden a vivir sin medio cuerpo. No existen prótesis capaces de reconstruirles, pero los cirujanos de la Cruz Roja operan a las víctimas para limarles los huesos que han crecido sin control desbordando los muñones. Toda esa labor humanitaria está en suspenso. La proximidad de la guerra y el pánico han expulsado a muchas ONGs, que recortaron su personal.
El Freetown de hoy no es el de enero de hace un año: la ciudad no se halla ocupada por una guerrilla rural que aborrece a la gente de la costa. Los controles militares son pacíficos y poco altaneros; sin soldados nigerianos con los nervios crespos y el arma altiva, éstos ofrecen sensación de seguridad, pero esta capital, rodeada de hermosas playas y montañas selváticas, es lo único que queda de la misión de la ONU; el resto del país, menos el sureste, que es de donde proceden los kamajors, se encuentra en manos del RUF. La guerrilla tiene el campo, ciudades importantes como Makeni (donde se suponen están retenidos los casi 500 cascos azules con los que se ha perdido toda comunicación) y poseen lo más importante: las minas de diamantes de Kono, al este.
En el extremo occidental de Freetown, cerca del hotel Mama Yoko, la sede de la ONU, sólo se escuchan las aspas de los helicópteros, los de Naciones Unidas y los gigantescos Chinnook británicos. Es un puente aéreo constante, bien con Dakar, la capital de Senegal o con el aeropuerto sierraleonés de Lungi, al otro lado de la bahía. Es el miedo que viaja de nuevo, de ida y vuelta, pero con la gravedad de que esta vez, a diferencia de enero de 1999 cuando murieron 6.000 personas en tres semanas y otras 1.000 sufrieron amputaciones, Sierra Leona sí interesa y Freetown se halla invadida por decenas de periodistas protegidos por la ONU. Deben ser los únicos que sienten esa protección pues la población civil ya perdió la confianza. "La gente", dice un misionero, "se ha convencido de que las intervenciones exteriores les perjudican; tal vez tengan razón, esta es una paz que sólo se puede conquistar con la guerra, que gane uno u otro, y lo que estamos haciendo es retrasar el final del duelo".
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