La acorazada sanguinaria
El primer tercio de la lidia consiste en que sale una acorazada ecuestre con propósitos sanguinarios y descuartiza a los toros. La felonía ya ha tomado carta de naturaleza y aparece por doquier. En Sevilla, a todos los toros de la feria sin excepción alguna los picaron así. En Madrid, también.Para empezar en Madrid y que no haya dudas: todos los toros los aniquiló la acorazada de picar. Y si quedaron para el arrastre, las reclamaciones al maestro armero.
Visto el trapío de los toros de Hernández Pla, sus capas cárdenas, su preciosa estampa, la casta que tenían, la bravura que varios de ello sacaron, la actuación de la acorazada de picar se consideró crimen; y de existir justicia, a los siniestros individuos del castoreño que la encaramaban los habrían llevado al cuartelillo.
Hernández / Jiménez, Higares, Gómez Toros de Gabriel Hernández Pla, todos cárdenos, con trapío y espléndida estampa, bien armados; con casta; cuatro bravos, mansos los dos últimos
Muy castigados en varas, acabaron con poco recorrido. Pepín Jiménez: pinchazo bajo, estocada caída y rueda de peones (silencio); bajonazo descarado (protestas). Óscar Higares: media a un tiempo, rueda de peones, estocada perpendicular, dos descabellos -aviso- y siete descabellos (pitos); estocada contraria, rueda insistente de peones y dos descabellos (silencio). Gómez Escorial: pinchazo, otro hondo tendido, dos metisacas -aviso-, pinchazo y tres descabellos (silencio); media estocada tendida caída perdiendo la muleta, pinchazo, estocada corta perdiendo la muleta, rueda de peones -aviso-, otra rueda de peones y se echa el toro (palmas). Plaza de Las Ventas, 13 de mayo. 1ª corrida de feria, 4ª de abono. Cerca del lleno.
Toros bravos, que se arrancaban de largo, que metían los riñones manteniendo fija la cabezada en la armadura del peto, los descuartizaron. Prácticamente los descuartizaron. Primero, tirándoles trasero el puyazo, que no ahorma sino mata; después, envolviéndolos en las infame carioca y tapándoles la salida.
Los picadores llevan tanto tiempo perpetrando estas carnicerías que los espectadores desinformados y los aficionados de nuevo cuño se tienen creído que esa es la norma. Lo cual, unido a la dejación de funciones por parte de la autoridad, que no los sanciona, permite que continúen practicando la barbarie desde la más absoluta impunidad.
No hace tanto, cuando un picador recurría a la carioca (dar vueltas alrededor del toro mientras se les hinca la puya), el presidente tiraba de teléfono, el delegado gubernativo (que estaba al habla) extendía la multa, y apenas descabalgaba el infractor y volvía al callejón ya se la estaba entregando.
No sólo se trataba de impedir el abuso sino los perjuicios que causa a la lidia,pues picando de semejante manera es imposible medir la bravura del toro, el castigo que corresponde a su pujanza, incitarle el celo, que pierde al verse sacrificado por un armatoste inexpugnable que le derrota y le hunde en la miseria.
El tercer toro de Hernández Pla podría valer como ejemplo de lo que es destruir la bravura y la misma fiesta. Bravo a carta cabal, salió de las brutales cariocas pidiendo confesión. Aún así se arrancó codicioso a los banderilleros y llegó a la muleta con una nobleza que no pudo desarrollar por puro agotamiento. Se le iba la vida; se desangraba a chorros. Y, no obstante, murió en los medios, la boca cerrada, pidiendo pelea.
Hubo otros toros nobles que se comportaron igual. Y los dos últimos, pese a ser mansos, doblaron con la boca cerrada y pidiendo pelea también.
Los manes de la casta. Un toro de casta es algo muy serio. La casta explica las precauciones que tomaron Pepín Jiménez y Óscar Higares. Se explican más las de Pepín Jiménez en el que abrió plaza, pues era incierto. Se explica menos que las tomara en sus reiterados intentos de dar derechazos y naturales al cuarto, que resultó noble. Tampoco parecieron de recibo las de Óscar Higares, dubitativo, rectificando terrenos, metiéndole pico al encastado segundo, y su falta de recursos frente al manso quinto, que acudía a los engaños con media arrancada y sin fijeza.
Gómez Escorial, por el contrario derrochó valor, porfió a los quedados toros que había destruido la acorazada sanguinaria, recibió al sexto mediante una angustiosa larga cambiada ya que el toro se paró antes dos veces y le acometió incierto. En cambio, con la espada estuvo fatal. Pero dejó buen recuerdo. A la casta de los toros de Hernández Pla correspondió con casta torera. Como debe ser, sí señor. Porque eso es lo que hace falta para ser figura.
Babelia
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