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Feria de abril

Casta sonámbula

Los toros de María Luisa Domínguez Pérez de Vargas, que en genérico los expertos llaman Guardiolas, salieron haciendo cosas de manso, tomaron las varas bravos y luego embestían sonámbulos. Extraña casta es esa. Toros sonámbulos no sirven a la fiesta y los rechaza el arte de torear.Lo importante, de todos modos, es la prueba de varas. Si los toros la pasan bravos, es que hay en ellos la sangre encastada propia del ganado de lidia. Claro que si en los siguientes trotes van sonámbulos, el mismo razonamiento dicta que la contaminó el cruce con un sucedáneo, acaso moruchón. O a lo mejor era el Iloveyou. Convendría investigar.

El comportamientro de los Guardiolas en el primer tercio constituyó una sorpresa. Después de pararse junto a la puerta de chiqueros, escarbar la zona, deambular buscando tablas, admitir aborregados y sumisos que los veroniquearan, en cuanto veían un caballo se lanzaban al ataque enfurecidos; y, soportado el varazo carnicero, se revolvían inquietos para reemprender la pelea. Dos hasta derribaron la acorazada presuntamente inexpugnable y uno desmontó de un arreón, lanzando al picador a tomar vientos.

Domínguez / Punta, Valderrama, López Toros de María Luisa Domínguez Pérez de Vargas, bien presentados, la mayoría flojos, varios inválidos; bravos en el primer tercio, amodorrados en el tercero

Antonio Manuel Punta: pinchazo y estocada trasera desprendida (palmas y saluda); pinchazo, estocada corta traserísima caída y rueda de peones (silencio). Domingo Valderrama: estocada caída y rueda de peones (ovación y salida al tercio); tres pinchazos -aviso con retraso-, otro pinchazo y dos descabellos (aplausos y salida al tercio). Samuel López: tres pinchazos, estocada atravesada trasera -primer aviso-, tres descabellos -segundo aviso-, dos descabellos más y se echa el toro (silencio); estocada corta perpendicular baja y rueda de peones (silencio). Plaza de la Maestranza, 8 de mayo. 17ª y última corrida de feria. Dos tercios de entrada.

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52 toros rechazados

La suerte de varas -bien se vio- es fundamental en la lidia. Allí se compulsa el grado de bravura del toro, se ahorma su fortaleza en tanto le hace recrecer el celo, y el ganadero (si es observador y sabe; lo que no ocurre con frecuencia, por cierto) obtiene datos suficientes para saber si las líneas de la selección y crianza de su ganadería van por buen camino.

Todo esto, naturalmente, si la suerte de varas se hace en forma pues de lo contrario puede salir un churro. Y eso fue lo que ocurrió. La gente estaba con que pusieran a los toros de largo, lo exigía a gritos y ahí empezaba y terminaba toda su sabiduría sobre la lidia, las varas y la bravura de los toros. Y el tercio se ejecutaba totalmente contrario a las reglas. Manda la lógica que al toro se le sitúe en las rayas para el primer puyazo, si lo toma con bravura se le distancie en el siguiente y así sucesivamente. Y, sin embargo, se exigía que para empezar los toreros colocaran a los toros en Alcalá de Guadaira. Y, por supuesto, desde tan lejos no les daba la gana de ir a visitar al picador, así fuese el mismísimo Alejandro el Magno tocado de castoreño.

Y luego, la barbaridad de los puyazos. En vez de picar de frente para medir la verdadera codicia y fijeza de los toros, lo hacían tapándoles la salida, envolviéndolos en la cruel carioca y metiéndoles varazo por los lomos traseros.

Terminado el tercio, volvía la sorpresa. Una vez desaparecidos los picadores, los toros devenían sonámbulos y no había manera de torearlos, por muchos esfuerzos que hicieran los toreros. Recordaban al toro peruano de las capeas...

El toro peruano de las capeas (el testimonio lo trujo, tiempo ha, el empresario José Luis Lozano) se lo alquilaban en las fiestas de los pueblos a un indito andino que era su propietario. Venían de las montañas caminando sosegadamente, el indito delante, detrás el toro atado con una soga. Cruzaban el pueblo mansamente sin meterse con nadie y encerraban al toro en un corral. Cuando lo soltaban, salía hecho una fiera, revolcaba peruanos, a unos les partía un brazo, a otros les abría la cabeza, sembraba el terror; y al guardarlo de nuevo entraba el toro en el corral pegando bufidos.El indito, entretanto, se la pasaba empinando el codo y cuando ya no le cabía más licor en el cuerpo, plegaba, y volvían pacíficamente a las montañas. Sólo que ahora al revés: el toro abriendo camino, el indito detrás, agarrado a la soga, pegando traspiés y haciendo eses.

Quién sabe si por vía de herencia o de adulterio la casta originaria de ese toro andino les llegó a los Guardiolas. Pues no se explica que, concluida la suerte de varas se conviertieran en género modorro y crepuscular, y anduvieran sonámbulos por el albero. Antonio Manuel Punta intentó pases a los de su lote con impecable apostura y mayor voluntad, sin poder cuajar ninguno. Domingo Valderrama derrochó valor y torería en unas faenas merítisimas hechas de aguante y porfía. Y Samuel López, a quien nadie conocía en el lugar, se mostró torero de limitados recursos, aunque también echó el resto. Y hasta sufrió un volteretón por consentirle al sexto la descortesía de faenar sonámbulo y topón.

Tres horas duró aquello. No por culpa de los toreros sino del presidente. Llovió antes de empezar la corrida, operarios acondicionaron el ruedo, y a las seis y media -hora señalada para empezar-, lo tenían a punto, incluso había salido el sol. Y apareció entonces uno con un cartel donde se avisaba que retrasaban el comienzo para arreglar el ruedo. Por supuesto nadie lo arregló ya que estaba arreglado. Veinte minutos se perdió con eso, y el público, harto de esperar. A lo mejor es verdad que la manzanilla hace estragos.

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