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Reportaje:EUSKAL HERRIA ESCONDIDA

La última sede del Gobierno vasco

La tranquilidad que se respira en Trucíos hace que su referencia histórica como última sede del Gobierno vasco del lehendakari José Antonio Aguirre se difumine entre los distintos atractivos que ofrece este valle de las Encartaciones vizcaínas. Pero allí, en el palacio de La Puente, se afrontaron las últimas decisiones antes de la rendición de Santoña en los inicios del verano de 1937, colofón de una retirada más que apresurada tras la caída de Bilbao.Una placa conmemora aquellos trágicos momentos, en los que las tropas vivieron el inevitable "sálvese quien pueda" entre palacios y caseríos, ermitas y plazas de toros, aportaciones monumentales de Trucíos que comparten atractivo con los encantos naturales que le ofrece su aislamiento. Las palabras de Aguirre que se recogen en el escudo conmemorativo muestran el dramatismo de aquel momento, que supuso el fin de la guerra civil en el País Vasco y que se vivió en Trucíos como una anécdota más, hasta tal punto que no existen casi recuerdos escritos.

Cómo llegar: La localidad vizcaína de Trucíos se encuentra en el centro de las Encartaciones, y para acceder a ella es preciso pasar por Cantabria inevitablemente: si se va por la A-68, desde Bilbao, hay que tomar, ya en Cantabria y después de pasar Castro Urdiales, la desviación hacia Guriezo por la BI-2617

Y si se opta por la carretera interior, la BI-630, es imprescindible llegar hasta el enclave cántabro de Villaverde de Trucíos para desviarse por la citada BI-2617.Alojamiento: Los hoteles más cercanos se encuentran en Zalla, Chicote (tel. 94 6390178), y en Balmaseda, San Roque (94 6102268), Begoña (94 6102326) y Mendia (94 6102258). Los establecimientos de agroturismo desatacbles son Caserío de la Toba, sito en Arcentales (94 6109611), y Lezamako etxe (94 6504237) y Andima zahar (94 6504077), ambos en Sopuerta. Comer: En Trucíos, el bar Los Jorrios ofrece platos combinados (94 6109482). Otras opciones hay que buscarlas en Villaverde, Zalla o Balmaseda.

Fue una retirada dura en los primeros instantes de la salida de Bilbao, con los quintacolumnistas acechando desde las últimas casas de Olabeaga, pero que se convirtió en Trucíos en esa calmachicha que siempre anuncia el final de la tragedia. Por lo menos para la tropa. Los diarios personales de los gudaris que vivieron aquellos días reflejan una actividad más propia de unas vacaciones o de la película La vaquilla de Berlanga (pesca de truchas en los ríos y percebes en la costa cercana; intercambio de periódicos con los soldados fascistas) que de un final deshonroso.

Quizás en esta laxitud de la tropa intervino el ambiente amable, relajado, que se respira en Trucíos, donde ni en las guerras de banderizos hubo grandes escenas violentas. En la localidad encartada, la principal afición en la que puede haber algo de riesgo son las corridas de toros. Famosos son los cosos taurinos de Trucíos, que cuenta con uno justo enfrente de ese palacio que albergó al último gobierno del lehendakari Aguirre.

Pero esta plaza es justo la que menos merece la pena si se emprende una visita al valle. Hay que ir sin falta hasta la ermita de san Roque donde todavía se mantiene en buenas condiciones una casi perfectamente circular plaza de toros de un diámetro de 28 metros, realizada íntegramente en mampostería, con dos toriles y un espacio para la tribuna. Hasta aquí, incluso durante aquella guerra que conmocionó durante unas semanas la vida del pueblo, llegaban los toros que se habían cazado antes en monterías. Para ello, los trucenses utilizaban perros -esa raza autóctona que es la de los villanos de las Encartaciones- que apresaban a unas reses que luego se conducían a estos redondeles para lidiarlas.

Espectadores privilegiados de estas fiestas taurinas han sido de siempre los pobladores del palacio de La Puente, edificio emblemático de Trucíos que cuenta con una de las plazas de toros frente a sus balcones. Los descendientes de esta importante familia, que llevaba en su escudo el lema de "Por pasar la puente me puse a la muerte", siguen habitando el edificio que se construyó a finales del XVIII. Y han mantenido las principales joyas del palacio, como las puertas de madera tallada, la escalera o las pinturas que decoran las habitaciones del primer piso. Entre las anécdotas que se conservan de este edificio está la de que sus moradores encendieron durante años la chimenea con los legajos que dejó el Gobierno vasco en aquel mes de junio de 1937.

Además, los visitantes a Trucíos pueden disfrutar de otros palacios que el citado de La Puente, como la torre del mismo nombre, o los de Machín o de Tueros. Sin olvidar el elegante pozo que aún se mantiene en pie, aunque la mansión a la que abastecía haya desaparecido.

Entre estas joyas arquitectónicas, civiles y religiosas, tiene un lugar principal la iglesia de San Pedro de Romaña, en la carretera que lleva al barrio de Gordon, entre renacentista y barroca -con antecedentes góticos- y con un mobiliario interior más que atractivo: así lo confirman los dos retablos del siglo XVII que adornan sus paredes principales.

Trucíos es además un excelente valle para dedicarse al paseo, alejado de cualquier ruido que perturbe esa calma que en los últimos siglos sólo inquietó durante unos días el final de la guerra civil en el País Vasco.

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