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El declive de la vida privada

¿Referencias personales? En medios norteamericanos y escandinavos empieza a ser corriente indagar -a efectos de empleo, de compraventa o de matrimonio- las características de determinado individuo recurriendo a las huelllas de Internet. Esa red, que antes parecía cómplice y reservada, se ha convertido ya en el mayor espacio transparente de lo social. Gianni Vattimo publicó La sociedad transparente (Paidós, 1990), como anticipación del actual ocaso de la intimidad. Pero en octubre la misma editorial editó otro libro, esta vez de Whitaker, con el rótulo rotundo de El fin de la privacidad, donde se repasan las cuantiosas formas en que uno se encuentra hoy expuesto al examen de los demás. O de los poderosos.Un fisgoneo, relativamente corriente, es el de las empresas a sus empleados, sometidos por la conexión informática a espionaje permanente. Este domingo The New York Times Magazine contaba que con apenas 100 dólares ya puede adquirirse un software Spector, Assentor o Investigator, válido para rastrear las conversaciones o correos de los asalariados en su jornada. ¿Injurias a los jefes? ¿Sediciones? ¿Deslealtades? ¿Acosos sexuales? Toda manifestación queda registrada y localizable con la invocación de un término clave. Lo que a escala planetaria, con intereses políticos y militares, practica la NSA, se hace en las empresas bajo el pretexto de procurar armonía y con la coartada de haberlo advertido. Los empleados saben que se les vigila y tratan de contenerse, pero aun así la obtención de datos es tan provechosa que las compañías provistas de control crecen aparatosamente cada año.

Y no sólo este auge domina el trabajo. Sobre el comportamiento en el amor, por ejemplo, hay ya al menos una asociación femenina estadounidense llamada Disgruntled Housewife (Ama de Casa Descontenta) que dispone de una página donde se sirve una detallada información sobre la negativa experiencia que tuvieron unas y otras mujeres con unos y otros hombres, identificados con nombres familiares u omitiendo algunas letras de sus apellidos.

Las demandas de pornografía, libros, licores, productos farmacéuticos, conversaciones en el chat, los e-mails, las pujas en las subastas, cualquier rastro personal puede quedar registrado y reutilizado ahora gracias a las cookies, dispositivos electrónicos que pueden introducir en nuestro propio aparato las empresas a cambio de alguna ventaja. Hasta ahora ninguna firma comercial poseía tanta información sobre los ciudadanos como Abacus Direct, que había logrado datos de hasta 90 millones de consumidores. En noviembre, sin embargo, la máxima compañía de publicidad en la red, Double Click, compró a Abacus la lista con direcciones e información de tales clientes y en enero llegó a cruzar esos datos con los que ella había obtenido en Internet. El resultado fue de tanta envergadura y de posible amenaza para la privacidad de los usuarios que la presión de instituciones y abogados logró detener el proyecto. O, mejor, postponerlo.

Entre tanto, los sistemas para rastrear gustos, costumbres, vicios, virtudes e inclinaciones de ciudadanos particulares, sea a través de los usos de Internet, de las tarjetas de crédito, de la televisión o del teléfono, son tan numerosos y eficientes que ha brotado ya el negocio de los programas AtGuard, BackOrifice, NetBus o Kremlin para proteger, al menos parcialmente, el uso de las redes. ¿El fin pues de la privacidad? Una nueva corriente, entre la que se han alineado algunos especialistas anglosajones, defiende la tesis de que, ante la segura imposibilidad de defenderse cerrando puertas, se replique con la aceptación de una transparencia completa. Es decir, la sociedad transparente, la casa transparente. La voluntaria abdicación pornográfica del Gran Hermano.

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