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Tribuna
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Que se repitan

Nunca hubiera sospechado que las nuevas tecnologías servirían para descubrir que entre las palabras y los hechos existe cierta distancia. Conocíamos la noticia a través de la réplica que hacía el señor Martínez Noval al entonces candidato a la presidencia del gobierno. Decía el portavoz socialista que hoy en día los ordenadores trabajan muy rápido y que eso le permitía afirmar que el señor Aznar repetía muchas veces términos relacionados con el acuerdo o el consenso, pero que esa repetición no iba acompañada de los hechos. Profunda conclusión, después de emplear tres largas horas para realizar la autopsia del discurso. Al menos podremos alegrarnos de que las nuevas tecnologías coincidan ampliamente con el refranero.A Martínez Noval se le agradece poco la dignidad de su parlamento y la exposición oral del discurso, más espontáneo y menos rígido que la lectura escolar a la que nos tienen acostumbrados. En su caso, cuando es casi imposible ofrecer contenidos concretos, al menos es conveniente refugiarse en la dignidad. No pretendo, por tanto, criticar su intervención. Simplemente, me sorprende la ingenuidad de su análisis y el poco aprecio que demuestra hacia las repeticiones verbales. Los políticos, como el resto de los mortales, intentan convencer y convencerse insistiendo en palabras y frases, construyendo la realidad a través del discurso, creando hábitos con el lenguaje. Cuando no repiten, cuando no insisten, es que no les preocupa convencer y sólo desean mandar. Y eso si que resultaría preocupante.

En 1996, por ejemplo, el presidente Aznar contaba con una escasa mayoría y empleó más de diez mil trescientas palabras en su discurso de investidura, para persuadir a la cámara de su idoneidad. Ahora tiene una amplia mayoría absoluta y su discurso se limitó a unas ocho mil palabras. Hemos perdido dos mil trescientas palabras de rica y repetitiva prosa presidencial, posiblemente el plus de seducción que ahora ya no necesita emplear. Por eso se dirige más a la señora presidenta que a los diputados, como si hablase por conducto reglamentario. La misma tendencia que se observa en el presidente Zaplana, que utilizó siete mil cuatrocientas palabras en 1995 cuando su victoria todavía no era absoluta, mientras que en 1999 es más conciso y se repite menos en su investidura con sólo seis mil palabras. En teoría y llevando el razonamiento hasta el absurdo, si un candidato llegase a tener a su favor a toda la cámara, podría tentarle publicar un bando en lugar de repetirse a lo largo de un discurso. Y eso, estarán de acuerdo conmigo, no es nada bueno para la salud.

En esto de los discursos, los candidatos y las repeticiones es conveniente estar bien orientado, señor Martínez Noval. Es adecuado y positivo mirar directamente a los ojos del interlocutor, repetir mucho, insistir, dirigirse directamente a sus señorías, seducir con las palabras y con los gestos. En definitiva, hay que demostrar que estamos desesperadamente interesados en convencer y persuadir a los demás, porque no tenemos el monopolio de nada. El ademán impasible y la expresión escueta sólo son útiles para marcar el paso. Y tampoco es eso. Que se repitan, que se repitan mucho, por favor.

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