Conjura de imbéciles
Condenar la cobardía, está claro. Y también, como hizo Jospin, denunciar "un terrorismo ciego". ¿Incluso, hasta si nos extraña la expresión: un terrorismo dirigido (...), no merecería el mismo oprobio? Pero haríamos mal no estigmatizando, en el asesinato de Quévert, la imbecilidad. Imbecilidad total, abismal, la imbecilidad que mata. Ya que, si hubo conjura (...), es una conjura de imbéciles. En definitiva poco importa que al o los asesinos les motivase la defensa de un improbable separatismo bretón, la lucha contra la comida basura, la revuelta contra el hegemonismo americano o la indignación por la vivisección de animales: se tiene que ser literalmente imbécil, en el año 2000, en Francia (...) para arriesgarse a matar en nombre de una causa, sea ésta la que sea. Ningún combate político puede justificar aquí y ahora tales extremos. Y sobre todo que no nos vuelvan a explicar, sea en Bretaña, Córcega o País Vasco, que recurrir al asesinato sirve para crear un shock, un "sobresalto", que enfrenta al Estado con sus responsabilidades. Ya que el asesinato sólo desacredita las causas por las que se asesina. ¿Mejor prueba? Sin duda el que, horas después del crimen, ninguna organización se había atrevido a reivindicar la bomba. Razón de más para desear que la investigación acabe pronto y confunda a los criminales imbéciles, sin olvidar a los que les han inspirado y han apostado por su imbecilidad. ¿Acaso se debe agregar que este tipo de mascarada sangrienta constituye una afrenta, un insulto, para los que en otro tiempo no tuvieron más remedio (...) que matar a sus verdaderos enemigos?
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