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La obsesión de Mbeki

Thabo Mbeki es un líder africano de corte inglés. Hizo la maestría en economía en la Universidad de Sussex, fuma en pipa, viste americanas de tweed y basa su política de gobierno en el modelo de Tony Blair. Es un presidente centrista que ha dedicado la mayor parte de su vida a la lucha por la liberación de los negros de su país, pero que ha ganado la confianza y la admiración de los hombres de negocios blancos.No es ningún Robert Mugabe. No es ni como el presidente de Zimbabue ni como ninguno de aquellos dictadores de caricatura que se han visto en las últimas décadas en África y América. Pero cuando llega la hora de tratar el sida, el problema más apremiante de Suráfrica, pierde el guión. De repente se transforma, se convierte en lo que no es: en uno de esos líderes obsesivos, irracionales, que surgen de vez en cuando en el Tercer Mundo.

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Veamos un ejemplo. Las organizaciones médicas más prestigiosas del mundo coinciden en que un tratamiento de AZT, el fármaco base del cóctel que toman los enfermos de VIH en los países ricos, puede reducir a la mitad los casos de transmisión del virus del sida de madre a hijo. En Suráfrica, donde más del 13% de la población adulta tiene el virus, nacen cada año entre 70.000 y 80.000 niños seropositivos. Reducir esa cifra a 40.000 utilizando el AZT no implicaría un coste exageradamente alto para el Gobierno surafricano. En cambio, Mbeki ha prohibido el uso del AZT en madres gestantes. ¿Por qué? Porque Mbeki opina que el AZT puede tener efectos secundarios perjudiciales. Se le ha respondido que se equivoca, y que los efectos secundarios no son de mayor importancia si el paciente ya está muerto. Pero Mbeki insiste en que, según sus informaciones, el AZT es malo para la salud.

"Sería una irresponsabilidad", afirmó Mbeki, "no hacer caso de las alarmantes advertencias que han hecho los médicos". ¿Qué médicos? Médicos cuyas opiniones no se toman en serio en los foros internacionales y que para lanzar sus teorías al mundo han acudido a Internet. Efectivamente, cuando se le preguntó a un portavoz de Mbeki dónde había sacado el presidente su información sobre el AZT, el portavoz respondió: "En Internet".

La insistencia de Mbeki en dudar de la ortodoxia científica internacional, de hasta dudar de si el VIH realmente conduce al sida, ha impedido que se utilicen en Suráfrica tratamientos que en otros países han reducido algunos de los peores síntomas de la plaga. Zachie Achmat, uno de los activistas del sida más conocidos en Suráfrica, ha sido partidario toda su vida del Congreso Nacional Africano (antes, el movimiento de liberación nacional; ahora, el partido de gobierno). Achmat dice que le duele reconocerlo, pero cree que la manía de Mbeki de rechazar todas las normas internacionales de tratamiento del sida responde a un cinismo que se podría clasificar de criminal. En una entrevista con EL PAÍS en enero, Achmat dijo que la única explicación que él veía para la aparente irracionalidad de Mbeki era que la prioridad de su Gobierno eran las exigencias económicas del mercado internacional. "Las exigencias de la economía mundial ejercen más presión sobre el Gobierno que los pobres que se mueren calladamente en casa. Tienen miedo de que el tratamiento cueste demasiado y arruine sus planes económicos".

La otra explicación es que Mbeki, sensato en casi todo, deja de funcionar como ser racional, por razones desconocidas, cuando trata el tema del sida.

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