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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un circo indecente

A medida que parece acercarse el desenlace natural del caso Elián González, con la entrega del niño de seis años a su padre que espera en Washington, el asunto gana tintes surrealistas. La inminencia del final ha desatado la histeria. Alcaldes de Florida anuncian que su policía no cooperará para sacar al niño de su actual casa, convertida en lugar de peregrinación. Miles de exiliados cubanos, a los que ya se agregan las estrellas del cine o la canción, se concentran ante la vivienda o la rondan por la noche con velas mientras entonan cantos de combate. Los más sectarios amenazan con formar una cadena que, llegado el caso, haga imposible a la policía federal hacer cumplir la ley sin graves riesgos en Miami. A un centenar de millas, el Gobierno de Castro organiza una especie de vigilia permanente y convierte a Elián en su última trinchera.El tenso desafío entre el Gobierno estadounidense y los parientes de Elián no es sino el espejo deformante de las desquiciadas relaciones entre Washington y La Habana. La manipulación hasta los vomitivos extremos actuales de un niño de seis años es algo que nunca debieron permitirse dos Estados responsables. El Ejecutivo norteamericano reza por boca de la ministra Reno la letanía de que está dispuesto a hacer cumplir la ley. Pero actúa en la práctica como rehén del sector más extremista de los cubanos de Miami, árbitro de su política isleña, y de los intereses electorales del candidato Gore, que busca medio millón de votos en Pequeña Habana. Castro ocupa la televisión un día sí y otro también, arengando a la ciudadanía a salir a la calle y hacer de la suerte del pequeño naúfrago el tema por antonomasia del acontecer cubano.

Desde que fuera rescatado del mar en noviembre, único superviviente de un grupo huido en balsa de Cuba, Elián ha sido utilizado de forma indecente por unos y otros. No hay por qué dudar de que sus familiares de Miami quieren al niño. Pero cabe preguntarse por la naturaleza de un cariño que se resuelve en propaganda: haciéndole desfilar regularmente entre signos de victoria, disponiendo que firme una solicitud de asilo o incitándole a decir ante una videocámara que no quiere regresar a su país.

Un niño que ha perdido a su madre debe permanecer con su padre. Algo que debería ser sagrado ha sido convertido en cinco meses de repugnante espectáculo. El Gobierno estadounidense, que tiene la autoridad y el poder para devolverle a su custodia, debe ejercerlo con urgencia. A Elián González hay que desearle que, con los años, sea capaz de recordar esta etapa de su vida simplemente como un circo.

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