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Cataluña, ser o estar XAVIER BRU DE SALA

La máxima ambición de CiU es conseguir que Cataluña llegue pronto a la media europea en cuanto a renta per cápita. Es como si un estudiante que roza el aprobado manifestara a la familia el loable propósito de abandonar de una vez el pelotón de los rezagados para atrapar a los mediocres. Si se consigue, habrá sido porque aquí suelen aprovecharse bien los tirones económicos de España y, sobre todo, gracias a los graves problemas de nuestros competidores turísticos. No siempre va a ser así. Turquía y Croacia están cada vez más cerca de hacer creíble su estabilidad. La subida de precios del petróleo aleja por el momento la concurrencia de destinos lejanos a mejor precio. No hace falta ser economista para pronosticar que si un día el turismo afloja en serio volveremos a suspender. Por otro lado, a medida que España siga desarrollándose, va a depender menos del déficit fiscal catalán, pero a cambio será más competitiva, por lo que la ventaja que todavía supone ir por delante acabará por diluirse completamente. Habrá menos déficit, sí, pero más concurrencia. El repaso a nuestras multinacionales de bolsillo es esperanzador, pero insuficiente. Cataluña no va ni bien ni mal, va despacio. España en su conjunto acelera el paso, casi echa a correr y aquí vamos chano, chano, engañados por la inercia del pasado, como si siempre estuviéramos a tiempo de reaccionar.A falta de un debate sobre las líneas estratégicas que seguir, sería saludable discutir las prioridades. ¿En qué deberían invertirse las mejores energías? Dejo aparte el paquete de los servicios de la Administración, enseñanza, sanidad, obras públicas, y las políticas encaminadas a reequilibrar la sociedad e incrementar la calidad de vida, porque ahí las mejoras dependen de la gestión y del éxito económico que permita aumentar el gasto. Según CiU y su Gobierno, la prioridad es mejorar la financiación y reducir el déficit fiscal. En buena lógica administrativa, llevan razón. Pero si en vez de estar atentos sólo al presupuesto y a la dialéctica entre Gobierno y oposición nuestros dirigentes políticos levantaran la vista y escrutaran el horizonte, se darían cuenta de lo limitado de sus palabras, del poco calado de sus propuestas. El éxito de Cataluña en los próximos años no depende en primer lugar de la cantidad de autogobierno o de su financiación. Depende, a mi modo de ver, de tres factores. Primero, afilar las puntas de lanza. Segundo, invertir en capitalidad. Tercero, desarrollar la cultura y la creatividad a todos los niveles.

Es creencia común entre los catalanes que lo más sensato en el parchís es preocuparse de las fichas rezagadas y dejar aparcadas en casilla las que llevan un mayor trecho recorrido. La realidad nunca ha funcionado así. Y menos en estos tiempos, en los que conviene hacer justo lo contrario, tomar la delantera en lo posible, invertir la mayor cantidad posible de puntos en las fichas mejor situadas. Si desean hacer memoria de cuáles son, están explicitadas en el memorable artículo del profesor Pedro Nueno publicado en esta misma sección (¿Pierde Cataluña poder económico?, 29 de febrero). Si la prioridad absoluta es afilar las puntas de lanza, intentar ser de los mejores en lo que somos buenos, la segunda, concomitante, es procurarse capitalidad. No insisto en ello para no repetir argumentos expuestos el sábado pasado. Sólo recordaré que el mayor éxito de la Cataluña contemporánea ha sido convertir Barcelona en una capital que la trasciende. CiU ha impulsado el equilibrio intercomarcal mientras los socialistas vendían la imagen de que la ciudad no necesitaba a la Generalitat para triunfar y admirar al mundo entero. Lo pasado, pasado está, y algunos beneficios ha proporcionado, pero como las pérdidas en capitalidad son evidentes, ahora debe corregirse el rumbo, so pena de acelerar la provincianización en vez de paliarla.

¿Cómo, después de hablar de puntas de lanza y capitalidad, puede sostenerse que la tercera prioridad es la cultura? ¿No hay muchas otras cuestiones más importantes y productivas? A corto plazo, es posible. A medio, seguro que no. Pero no me atrevería a defender un rango teórico tan privilegiado para mi negociado sin el siguiente argumento. La sociedad catalana es potencialmente conflictiva. Si llega a desgastarse en una lucha interna a dos bandos, podemos olvidarnos inmediatamente de lo dicho anteriormente. Aunque fuera quitándole la violencia, el modelo vasco es lo último que nos conviene. Y en este punto, siendo importante la responsabilidad de los políticos, es mayor la de los intelectuales y la gente de cultura, porque de éstos provienen los parámetros que aquéllos aplican. Si se apuesta de una vez por impulsar el desarrollo cultural, las actuales frustraciones se verán sustituidas por una ampliación del campo de acción. Cuando mejoran las expectativas se reducen los enfrentamientos, lo cual constituye por lo menos un importante conjuro. Por lo que, incluso sin creer en la importancia de la cultura, es aconsejable, por pragmática pasiva, situarla en un lugar destacado entre las prioridades del país.

Dicho de otra manera y a modo de resumen: ahora no se trata de ser, se trata de estar. Aunque lo principal fuera ser, no hay otra manera de ser que partirse el brazo por estar. No es culpa de los catalanes si el mundo se ha vuelto mucho más competitivo que antes. Como en todo periodo de cambios acelerados, hay menos trenes y paran menos veces. Disminuyen los márgenes de error sin consecuencias. Así que sería culpa nuestra si nos aferráramos a la voluntad de ser sin tener en cuenta que antes hay que estar. Si entramos en decadencia relativa, va a ser muy difícil una nueva Renaixença. Si no hacemos algo acertado para dar un salto adelante, entraremos en decadencia relativa.

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