Una apuesta por el arte que nace
El pabellón Juan de Villanueva del Jardín Botánico de Madrid, frente al Museo del Prado, acoge hasta la primera semana de mayo una exposición distinguida. Se trata de Generación 2000, una apuesta por el arte español más joven. La muestra es visitable entre las diez de la mañana y las siete de la tarde, y se configura hoy como uno de los periscopios para divisar cuáles son las corrientes más vigorosas entre el potente turbión de la creación artística en España.A ellas aplican su lente las fundaciones culturales. En este caso ha sido la obra social de una entidad bancaria madrileña la que ha dotado a los creadores con 25 millones de pesetas en premios y becas. La exposición del Jardín Botánico acoge una selección de entre las 1.961 obras presentadas al certamen. Las seleccionadas incluyen los principales florones premiados, los accésit y la obra adquirida por la entidad que patrocina la muestra.
Al pabellón que lleva el nombre del más universal de los arquitectos madrileños se accede a través de un caminos singular; al surcarlo, la naturaleza, ahora en su esplendor de primavera rociado por la abundante lluvia de los últimos días, prepara al visitante para el deleite cromático: deslumbra el rojo mate del anacardo y el añil grisáceo del Rhododendrum augustinii, esa flor de China tan bellamente aclimatada en el jardín de los jardines madrileños.
Algunos de esos colores encuentran su representación puertas adentro del pabellón de Juan de Villanueva. Allí refulgen las obras reunidas para la colección; abarcan pintura, escultura, grabado, nuevas tendencias y fotografía. Una primera evidencia: para complementar sus proposiciones, la mayor parte de los artistas convocados ha recurrido a las cámaras oscuras como herramientas, todavía humanizables, con las que garantizar la acentuada visualidad que sesga los tiempos presentes.
Todo configura una sinfonía de pluralidad y de ideaciones, a la que se accede desde los objetos mínimos hasta las grandes composiciones. Como un verdadero fogonazo de actualidad, en el sentido de aunar valores compartidos hoy, la serie fotográfica de José Luis Santalla, titulada Pris, perteneciente a la serie Un mundo feliz, destella con plenitud propia. Santalla es un artista nacido en Madrid en 1965, que ha imaginado digitalmente en esta obra tres retratos de mujeres cuyos rostros, puntillados por una inquietante trama, exhiben desde su tez y sus miradas -donde surge entre la frialdad del relato una lágrima- virtualidad, simulacro y realidad, tres dimensiones rezumantes de nuestros días. La maestría preside también la ingenua secuencia del fotograbado de Cristina Calderón Toi et moi. La identidad restalla y deviene en identidad nueva, y otra, gracias al amor. Inquietante y sarcástica resulta la composición sin título de la fotógrafa Patricia Dauder, una serie de cuatro imágenes en las que una joven se faja el rostro con esponjas, transformando su aspecto que, presencial y psicológicamente, permanece incambiado. Sabia es asimismo la propuesta de Kay Takeda, escultor tokiota nacido en 1972, que brinda un sofá tapizado con miles de filtros fumados de cigarrillos. Algunos podrían considerarlo un objeto denteroso y chirriante; otros, tal vez confortable; quizás alguno más, siniestro: desde su familiaridad entrañable pareciera extrañarse poco a poco. Pero, pese a todo, se trata de una pieza con ese mordiente provocador que desde el futurismo acompaña a unas cuantas obras de arte.
Del apartado denominado Nuevas Tendencias destaca el vídeo Psycho, del barcelonés Jaume Perera, un recorrido por la ansiedad desconcertada del ser joven. El grabador Diego Canogar consigue con su Lasca una apuesta por la racionalidad: mediante el tratamiento con ordenador obtiene sobre papel una estructura a base de aristas cuya silueta es un perfil transparente. En ella, la inmaterialidad se confunde consigo misma para materilizarse luego mansamente.
Colofón idóneo de esta exposición es el cuadro Espacio con espejos, obra del guipuzcoano Manu Muniategiandikoetxea. Destella magisterio y buena hechura, entre diagonales y pinceladas blancas; un texto raro lo consagra a un guión de Jean Luc Godard. Pero la geometría sucumbe al volumen y el volumen a la composición. De su tratamiento brota el chispazo que suele preludiar el genio. El cuadro del pintor de Bergara exhibe la suave impostura del artista sobre los objetos que de su libertad nacen. El arte joven germina en silencio.
Confort, bicicletas y ternura
"Yo nací entre la madera, viendo y sintiendo el trabajo sobre ella y el sacrificio que este material ofrece en las distintas formas de tratarlo. Este trabajo lo realicé sobre un panel de madera, con una prensa manual de tres usillos verticales, de 100 por 70 centímetros cada uno, utilizando un hueco luz en prensa de 250 por 120 centímetros y presiones de cuatro a ocho toneladas. Utilicé piezas auténticas de mi bicicleta y elaboré otras similares, situándolas con absoluta precisión en prensa para obtener el resultado deseado". Este texto corresponde a un fragmento de la pequeña memoria con la cual María Alexandra Alonso-Santocildes, nacida en Carrizo de la Ribera, León, en 1981, presenta su obra Mi bicicleta. Es una de las piezas más desconcertantes de cuantas se exhiben en Generación 2000, precisamente por su ternura, habida cuenta de que los sentimientos suelen ser desterrados del accionar de las vanguardias artísticas.La exposición apenas permite columbrar hacia dónde se encamina la creación artística de los más jóvenes, pero en su mayoría muestran soltura y madurez en el troquelado de formas y estilos. Maestría que resulta aquí reconfortante, en contraposición a la debilidad conceptual que prevalece, fruto quizá de la fragmentación del discurso, la demoledora irrupción del caos televisado en el mundo de la imaginación y la devaluación de la experiencia histórica con las que los jóvenes artistas se enfrentan a su propio futuro.
Emblemas de esta situación son el panel Confort, de Pablo San José o el vídeo de Menchina Ayuso Cómo mantener una rutina y ser feliz, todo un manifiesto generacional.
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