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Las palabras

La Universidad Internacional Menéndez Pelayo celebra estos días en Sevilla, bajo la dirección de Fernando García Lara, un curso sobre narrativa española. Algunos novelistas actuales han contado su experiencia, el recuerdo de sus inicios literarios, el ambiente que los definió como lectores y que les hizo cruzar la aduana flexible de la ficción, esa activa complicidad de las palabras y las historias que José María Merino describe como un viaje secreto o una aventura interior. El camino que condujo al escritor leonés hasta su última novela, Los invisibles (Espasa, 2000), empezó el día en que un niño de la posguerra española aprendió a identificarse con los protagonistas de unas narraciones que lo llevaban lejos, a los bosques nevados de los Alpes, a las islas deshabitadas del sur, precisamente para devolverlo después a sí mismo, a la geografía íntima de su propio deseo. Las novelas sirven para contarnos la realidad porque nos hacen vivir en nuestra imaginación, pasajeros de las sombras, los misterios, los mitos y las dudas que tiemblan escondidos en las interrogaciones de nuestros ojos.José María Merino recordó ante los jóvenes estudiantes sevillanos que él pertenece aun tiempo en el que casi todas las cosas se contaban, llegaban a la memoria y a las ilusiones secretas viajando de palabra en palabra, de boca en boca, más que de imagen en imagen. Los vínculos familiares, sociales, y las inquietudes más sigilosas trazaban sus movimientos en el aire serpentino de la narración. El día en el que un delantero centro del Barcelona, César, se casó con una belleza de León, dejó pronto de ser un día, una fecha en el calendario o en el individual, una evocación flexible en la que cada niño se inventaba el paso del tiempo, la elegancia de los invitados, la procedencia exótica de los regalos y el beso final de los novios. Igual que con los cuentos y las novelas, porque el lector abre sus páginas para inventarse unos rostros, una forma de sentir, un modo de acercarse a las chimeneas o de observar la lluvia en la ventana, una manera de dibujar las sombras que llevamos dentro, de dialogar con los otros, y con ese otro, tan íntimo como lejano, que nos acompaña bajo la piel. Los libros son un espejo elaborado a través de los siglos para capturar sombras, para ver las otras caras que hay marcadas en nuestra cara. El adolescente leonés de posguerra iba mucho al cine, se entusiasmaba con las películas en blanco y negro, pero ni siquiera aquellas viejas historias cinematográficas, tan distintas a las de hoy, le obligaban a protagonizar el ejercicio de la reconstrucción propia, el autoconocimiento de la fantasía, las redes de libertad, indagación, matiz y cálculo impuestas por las palabras y los argumentos de la literatura.

A José María Merino no le preocupan los nuevos soportes, la llegada de nuevas tecnologías, sino la desaparición de los viejos discursos, los antiguos procedimientos de la literatura, las palabras que van de boca en boca, de ojo en ojo, como una conversación alargada con los horizontes de la intimidad. El empobrecimiento del lenguaje nos hará definitivamente invisibles.

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