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LAS VENTAS

Contra el agua y la casta

Abrieron las nubes sus grises portones y se derramó el aguacero sobre el ruedo venteño, mientras José Ignacio Ramos y Juan Carlos García levantaban el estandarte de toreros machos frente a los problemas del segundo y tercer toro de la tarde. Abrieron los toriles sus puertas de pintada madera y se desparramó por el mojado redondel el empuje, el poder y la dureza de los astados de la ganadería de Monteviejo.Contra uno y otros lucharon los tres espadas con acierto unas veces, con mala fortuna otras, pero siempre con gran disposición, con deseos de resolver lo intrincado del trance, con la ilusión del triunfo. Es verdad que, la mayoría de las veces, los toros no les dejaron hacer las faenas que, indudablemente, habían soñado, pero el público anduvo toda la tarde diciendo que les hubiera gustado ver allí a los ases de la baraja, esos que andan por ahí con el torito del minipuyacito.

Monteviejo / Urrutia, Ramos, García Toros de Monteviejo, de excelente presencia, duros, con problemas

Antonio Urrutia: estocada caída perdiendo la muleta (silencio); bajonazo tirando la muleta (algunos pitos). José Ignacio Ramos: estocada desprendida (ovación); estocada corta (petición minoritaria y vuelta). Juan Carlos García: estocada y descabello (ovación y salida al tercio); tres pinchazos, metisaca y estocada corta delantera (silencio). Plaza de las Ventas. 2 de abril. Un octavo de entrada.

Los toros de esta corrida lucieron irreprochable trapío, desarrolladas defensas, hechuras proporcionadas y armoniosas. A los seis se les castigó mucho y fuerte en varas y sólo el quinto recibió dos puyazos. Y el tercero de la tarde, tras dos lanzazos de mucho castigo, derribó espectacularmente en el tercer puyazo. También pudo haber derribado el quinto, que romaneó en los dos encuentros, de no haberlo impedido un monosabio, que lo distrajo con la varita.

Este duro castigo sufrido por todas las reses contribuyó a que, en el último momento, los toros llegaran con escaso recorrido a las faenas de muleta. Tampoco los toreros supieron alargarles el viaje. Para ello hacía falta adquirir confianza y no quitarles la muleta de la cara tras cada pase. La desconfianza estaba justificada, porque torear con el suelo hecho un barrizal y las ráfagas del tempestuoso viento agitando los engaños es un trago de mucho cuidado. Cuando algún torero se decidía a pararse, a tirar del toro y a intentar la difícil ligazón, el muletazo surgía impecable y perfecto. Así ocurrió en algunos momentos de las faenas de Antonio Urrutia, en el primero, y de Juan Carlos García, en el tercero. Pero duraba poco la alegría, porque los morlacos no admitían nunca el tercer muletazo de cada serie. El instinto de la casta les hacía buscar al hombre que andaba intentando engañarles con el trapito colorado.

Hubo algunos momentos de brillante altura. La estocada de Ramos al quinto, que le valió una merecida vuelta al ruedo tras haber aprovechado muy bien las muy cortas arrancadas de su enemigo. O algunos pases de la faena de Juan Carlos García al tercero, en las pocas veces en las que se decidió a no quitarle el engaño de la cara.

El mexicano Urrutia estuvo muy valiente con el primero, que aprendía enseguida y hacía muy difícil el quedarse allí para rematar el pase. Y muy inhibido en el cuarto, con el que nunca se confió y anduvo con muchas precauciones, dudas e inseguridades. El astado se había hecho el amo durante el tercio de banderillas, esparciendo peligrosas amenazas contra los banderilleros. Un rehiletero tan seguro como Curro Cruz tuvo, incluso, que clavar un palitroque en cada encuentro y salir de estampida.

Al final de la corrida, cuando el público había abandonado ya los graderíos, se desató la tormenta y corrieron ríos de agua y granizo por las calles. Pero los toreros habían ya pasado el mal trago de pelear con el agua y los toros y se libraron del diluvio final.

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