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Doble pataleta en CDC XAVIER BRU DE SALA

Ahora entiendo por qué Miquel Roca perdió su pulso con Pujol. Iba tan bien acompañado que el enfrentamiento no podía acabar de otro modo. Después de años de prudente silencio, los roquistas y afines han montado ahora una cena -de mesa cuadrada porque no la encontraron redonda- en la que, a juzgar por los periódicos y algunos presentes y ausentes, se sucedieron los lamentos y protestas por lo mal que lo están haciendo los actuales dirigentes de su partido. Se recriminaron las pérdidas de votos, se recomendó moderación y se prometió seguir hasta montar una tendencia. "Tiembla, Pujol, temblad, Artur Mas y Pere Esteve, que resucita el coco roquista y se os comerá". Políticamente, la iniciativa no tiene ni media bofetada. La sensación general es de ridículo. "Hay que hacer algo". "La cosa no puede seguir así". "Claro, claro". "Pues montamos una cena y Dios proveerá". Tan mal no lo harían ni unos aficionadillos. ¿Creen de verdad que así se cambia un partido desde dentro? Sin jefes, sin programa, sin estrategia, sin calendario, sin nadie dispuesto a trabajar ni 10 horas por semana (cuando lo mínimo para hacer algo en un medio tan competitivo como la política son 70). Como si bastara con extender un poco el brazo, y encima lejos del árbol, para que la fruta se pose suavemente en la mano. Si Roca piensa en volver, extremo que descarto en un 99,9%, estará colorado hasta las orejas. Entre una plataforma de poder y una cena de señoritos y jubilados de la política hay cierta diferencia. Para empezar, la inmensa mayoría de los comensales no aceptaría un cargo medio alto aunque se lo ofrecieran. La Fundación Barcelona debería volver a ser lo que era, un club de opinión con proyección ciudadana. Si algún día en CDC hay movimiento de fondo capaz de cambiar las cosas, su epicentro no va a estar en la cena. Las palancas de los partidos están siempre en manos de los que se ganan la vida moviéndolas o pretenden ganársela.CDC, o mejor dicho CiU, tiene un problema de sucesión y otro de reacción ante la para ellos inesperada mayoría absoluta del PP. El tema sucesorio está más o menos encarrilado: la disputa entre Duran Lleida y Artur Mas ha quedado resuelta casi antes de empezar, incluso en el seno del núcleo duro y familiar que tanto apoyó a Mas, según un razonamiento del tenor del siguiente: "Con nuestro obediente delfín nos la vamos a pegar y saldremos perdiendo todos; con Duran se salvarán algunos, para empezar los primeros que pacten con él". La alternativa del próximo candidato puede estar entre Duran y el propio Pujol, que lo volverá a intentar a poco que los socialistas catalanes decidan derribar por su cuenta el andamiaje que ha dejado a Maragall a un escaño de la presidencia.

Con todo, ésta no es, todavía, la preocupación principal de CiU. Lo urgente es saber qué quieren ser en relación con el PP, porque lo de continuar siendo amigos-enemigos se acabó. La mayoría de los catalanes subestima la extensión y el calado de los cambios que se avecinan. Los nacionalistas, peor. Enfermos de una tradición y un liderazgo inservibles, piensan en cómo adaptarse superficialmente, sin mesurar con realismo el nuevo panorama. ¿Quién va a decidir si se invierte o no en Cataluña? Esta legislatura va a ser crucial para que Cataluña tome algunos trenes que se le resisten. Los más importantes son la financiación de unas infraestructuras competitivas y la participación en la nueva conquista de América. Si el nacionalismo sabe servir estas prioridades, sobrevivirá en esta España que despega a una velocidad pasmosa. Si se concentra exclusivamente en la salvaguarda de la personalidad, no sólo la perjudicará, al aislarla de sus mejores oportunidades, sino que se condenará al revelarse contraproducente para los catalanes. El catalanismo nunca había planteado a la sociedad que la nación deba anteponerse al interés de sus ciudadanos. Ahora está tentado de hacerlo.

Interpreto la abstención en la investidura de Aznar -posición hoy por hoy dominante en CDC- como una pataleta de la ortodoxia que manda, paralela a la pataleta de la Fundación Barcelona. No soy el único. Es más, intuyo que, paradójicamente, tal como están las cosas y a tenor de que los ingresos del Estado van crecer mucho, un apoyo franco de CiU puede reportar mejor financiación para la Generalitat y más inversiones en Cataluña que en la legislatura pasada, cuando la Minoría Catalana era imprescindible para el PP en el Congreso. Si la reunión de la Declaración de Barcelona de esta semana se convocó para calmar los ánimos de los más exaltados antes de burlarles dando el salto pragmático, bienvenida sea. Los principales puntos programáticos de CiU vuelven a ser dos. Negociación amistosa en Madrid y resurrección de la doctrina del pal de paller de un nuevo consenso catalán, con los socialistas y ERC como pilares fundamentales (pero esperando alguna sorpresa agradable por parte del PP). Algo parecido debería haber salido de la cena de la Fundación Barcelona para no resultar un fiasco. Es lástima, pero no fue así.

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