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Jaque al IVAM

Ante las puertas del IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno) se ha instalado una escultura de José Sanleón y el trámite ha suscitado una polémica que no contribuirá a profundizar en el conocimiento del citado artista pero que, de momento, nos distrae de los apremios absorbentes y diarios de la política y de sus trapisondas. No obstante, seguimos enquistados en otra de sus dimensiones, pues el meollo de la disputa no es el arte sino la jurisdicción sobre el citado museo. Un problema de competencias, en suma.Al parecer, el consejero de Cultura, de consuno con el de Obras Públicas, que es el propietario de la obra en danza, decidió por sí y ante sí -aunque con sospechosas anuencias de más alto rango- ubicar la referida pieza en el espacio antes anotado. Ha venido a decir que con esta iniciativa se desagravia al artista por el desdén con que fue tratado, ya por los intolerantes, ya por el vecindario del barrio de Velluters, al que le endosaron la pieza sin consultarles, con la agravante de que no la comprendieron ni les gustó.

Es evidente que ese mismo efecto hubiera podido alcanzarse eligiendo otro espacio urbano relevante. Pero se ha querido ese, precisamente, para que la cuestionada pieza se convirtiese, además, en un símbolo de referencia del museo, según el consejero de Cultura. Pero sobre todo, y digámoslo claro, para romperle la crisma a la autonomía del centro, poniendo en un brete al director, que habrá de tragarse el sapo o tomar las de Villadiego, que quizá es de lo que se trate.

Abunda en este sentido el hecho de que la ubicación cuestionada hubiera podido pactarse y otorgarle carácter provisional, como lo han tenido otras obras expuestas en esa explanada. Darle carácter definitivo es tanto como instalar un símbolo emblemático que califica para siempre ese centro. Una decisión de tal proyección requeriría más asensos y consensos. Puesto en la piel de su director, ¿qué profesional con una mínima dignidad transigiría? Y más, cuando se lo imponen manu militari, o poco menos.

Resulta obvio, por otra parte, que una iniciativa de este calado no ha sido improvisada ni ejecutada a tontas y a locas, pues estaba cantado que provocaría polémica y barullo mediático. Ha sido un riesgo calculado que el gobierno autonómico puede asumir sin desgaste, ya que la misma cofradía artística no acaba de digerir el privilegio que se le ha regalado a uno de los suyos y que nada tiene que ver con los méritos estéticos. Claro que, para el caso, poco importan: tanto daba que se tratase de una creación maestra como de un trozo de chatarra rescatado del desguace. De la pieza en sí nadie ha dicho una palabra crítica o apologética, que yo sepa. Pero la disputa y el fondo de la maniobra es otro, como queda apuntado.

Por eso, precisamente, entendemos que el padre de la criatura debiera haber dicho alguna palabra. Aunque Sanleón vendió su obra sigue reteniendo un patrocinio moral que le autoriza de dejarse oír, siquiera sea para protestar por la instrumentalización de su Esclavo -título de la pieza-, convertido en munición y pretexto para darle jaque a la autonomía del IVAM y mate a su director. Pero calla y otorga.

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