Campo, ciudad e identidad nacional FELIP PUIG
Así titulaba el cronista de EL PAÍS el resumen de mi comparecencia parlamentaria del pasado 16 de febrero, haciéndose eco de una cierta interpretación, muy sesgada, de mis palabras. Al principio, no hice demasiado caso. La verdad es que, cuando alguien se dedica a la actividad política, debe asumir que el reflejo de sus opiniones en la información periodística no puede ser demasiado exacta. Las incapacidades propias -las mías- de expresión sumadas a la necesidad -la del periodista- de condensar largas intervenciones en unos pocos párrafos que capten la atención del lector pueden provocar un resultado muy alejado de la realidad. Descarto, no sé si generosamente, que pueda existir además cualquier intencionalidad de alterar voluntariamente mis opiniones.La intervención ante la Comisión de Política Territorial de nuestro Parlamento tenía como objeto presentar los trazos gruesos del programa de actuación del Departamento de Medio Ambiente en la nueva legislatura. Después de repasar los grandes retos en los sistemas urbanos, cité brevemente la importancia de los sistemas rurales y, sin solución de continuidad, afirmé con contundencia que el patrimonio natural contribuye a la configuración de la identidad nacional de Cataluña. Esa secuencia expositiva fue hábilmente utilizada por un miembro de la oposición para "interpretar" en voz alta mis ideas y, transformándolas, asegurar que yo estaba negando la contribución de la ciudad al hecho nacional, como era de esperar de un catalanismo tan rancio. El redactor de EL PAÍS, en lugar de retener mi exposición, prefirió quedarse con la visión que otros daban de la misma.
Si he relatado con cierta extensión un episodio menor, es porque ilustra ejemplarmente cómo el debate político y su seguimiento por los medios de comunicación renuncia normalmente a la hermenéutica, tal como la define el centenario filósofo alemán Hans-Georg Gadamer: la capacidad de escuchar pensando que el otro puede tener razón. En lugar de atender a los argumentos contrarios para contrastar y enriquecer el propio pensamiento, hay quienes intentan simplemente forzar la opinión ajena para que encaje en la etiqueta previamente establecida, cuanto más estereotipada mejor. Aunque sea lo más cómodo, no estoy dispuesto a seguir ese camino.
En consecuencia, insistiré otra vez y con mayor detalle en la idea que expuse en el Parlamento: el patrimonio natural es un elemento identitario. Porque, ¿qué configura la identidad de una nación? Parece evidente que es la suma de todo aquello que genera en sus miembros un sentimiento de personalidad colectiva, singular en relación al resto del mundo. Es decir, todo aquello que nos une, que nos vincula a una comunidad con vocación de continuidad histórica. La identidad es un fenómeno incluyente porque nos hace partícipes de un proyecto común y, en el caso de Cataluña, es además un mecanismo proactivo de integración.
¿Cuáles son los elementos que construyen la identidad? Es decir, ¿qué elementos nos hacen sentir catalanes? Esta segunda pregunta es más precisa, puesto que los elementos identitarios no coinciden necesariamente para las diversas naciones. En nuestro caso, nadie duda del rol central que ejerce la lengua. Sin embargo, otros muchos aspectos contribuyen a definirnos como somos. Destacan los de carácter social: la capacidad de asociación en todos los ámbitos, desde la cultura a la economía y la solidaridad, o la apertura permanente a las nuevas corrientes de pensamiento. También lo son nuestra relación ambivalente con España o esa creatividad mediterránea que produce talentos artísticos de primer orden. Igualmente, nuestra estructura urbana y el estilo compacto de ciudad. Como se ve, se trata de una amalgama compleja y, en ciertos aspectos, modulable con el tiempo, pero con una función de conjunto insustituible: nos reconocemos en ella como comunidad con fuerte personalidad propia.
Pues bien, sostengo que el patrimonio natural nutre, también, ese marco de referencia nacional. Nuestra naturaleza -es decir, el paisaje, tanto desde el punto de vista estético como socioecológico, y la biodiversidad que contiene- también nos define. Lo constatamos a menudo a través de la nostalgia. Debiéramos ser capaces de hacerlo también en la realidad presente, en nuestra interacción creativa diaria con el medio natural: no es un espacio para utilizar sino un espacio para vivir, con toda la carga conceptual que encierra esta diferencia de apreciación.
En la legislatura que estrenamos, vamos a promover la protección de la naturaleza teniendo en cuenta esta perspectiva. Eso es lo que comenté en el Parlamento; eso es lo que propondré a la sociedad catalana.
Felip Puig i Godes es consejero de Medio Ambiente.
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