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De pesca por las tabernas de Barbate

Hace cuatro meses que hay demasiados hombres en las tabernas de Barbate. Los barcos de la sardina y el boquerón permanecen amarrados mientras se negocia en Bruselas el nuevo acuerdo de pesca con Marruecos. Los marineros se aburren. Y sus mujeres se desesperan de verlos aburridos, con las manos en los bolsillos y los bolsillos vacíos. Hay cuatro cosechas en Barbate. La del atún, que se cría y pesca en la almadraba para que luego se lo lleven los japoneses en sus grandes barcos frigoríficos. Las del boquerón y la sardina, que de siempre se faenaron al cerco en los caladeros marroquíes, frente a Larache o más abajo, hasta Kenitra incluso. Hay otra cosecha, la cuarta, que también viene por mar y de Marruecos. Es la de Ketama, la del hachís que no sabe de paros biológicos ni de papeles de Bruselas. Mientras muchos viejos marineros se aburren en las tabernas, administrándose como pueden las 151.500 del subsidio europeo, sus hijos -a bordo de motocicletas relucientes, conectados por teléfonos móviles- vigilan de reojo a la patrulla de la Guardia Civil. En la playa acaba de desembarcar una patera con un motor fuera borda."Así están las cosas", dice Antonio Varo, el patrón mayor de la cofradía de pescadores de Barbate (Cádiz), "y es una pena que la pesca esté tan difícil y lo otro tan fácil. A ver cómo vamos a atar a nuestra gente para que no se meta en las cosas malas". Y no es sólo Barbate: 35 barcos amarrados y 700 marineros aburridos. Es Tarifa y Algeciras y Málaga y la costa de Huelva y Almería; también es Galicia, Canarias, algo de Valencia, Ceuta y Melilla, Murcia... Las cifras marean más que un mal día de Levante en el Estrecho. 415 barcos parados, 4.300 marineros sin trabajo, buscándose la vida con una chapuza aquí y otra allá. Otros 20.000 hombres y mujeres, si no más, están pendientes de lo que suceda en Bruselas porque sus trabajos -en las lonjas, las fábricas de hielo, los talleres, las carpinterías de ribera- también dependen del mar. De ellos nadie se acuerda. Bruselas aprobó el pasado mes de enero las ayudas, más de 10.000 millones de pesetas, para los armadores y tripulantes por la falta de acuerdo pesquero entre la Unión Europea y Marruecos. Pero nadie reparó en los que esperan a los barcos en la orilla. La lonja de Barbate, por ejemplo, tiene el aspecto desolado de un pueblo después de una feria. Hasta el 30 de noviembre -fin del anterior convenio- venían entrando en los muelles unos 50 camiones diarios en busca de boquerones. Ahora sólo entran una docena, y a por sardinas. La fábrica de hielo, por poner otro ejemplo, vendía más frío del que era capaz de producir. De las 100 toneladas que facturaba, 75 se fabricaban allí mismo y las otras 25 se importaban de Cádiz. Ahora sólo se despachan cinco toneladas al día, para los barcos pequeños que siguen faenando sin perderse de vista. Las tabernas son las únicas que, por el momento, no han perdido cuota de mercado.

Sólo por el momento. Antonio Varo, el patrón mayor de Barbate, es un hombre sensato que no vende jureles por sardinas. Está sentado en su despacho, junto a la Casa del Mar, con el mono azul de trabajar en la almadraba. La situación, explica, no es todavía mala del todo. Las 151.500 de Brulesas, sin ser un dineral, tampoco son una miseria. Sobre todo porque los meses de diciembre y enero son malos para la pesca; y los de febrero y marzo, suele haber paro biológico. "Así", explica el patrón mayor, "la gente ha ido capeando el temporal sin levantar la voz, pero ahora empieza a verle las orejillas al lobo. Se va a acabar la ayuda de Bruselas y no sabemos qué va a pasar".

El jueves, frente a la costa de Barbate, tres barcos de guerra -fragatas decían unos, destructrores juraban otros; ni idea, admitía el resto- parecían vigilar la costa, azotada por el viento de Levante. Detrás de ellos, si no estuviera nublado, se adivinaría el perfil de Marruecos. No existe aquí en Barbate animadversión hacia los vecinos de enfrente. Aunque ahora le hayan echado el cerrojazo a su mar. "La gente aquí está acostumbrada", dice Ramón Rivera, presidente de la Asociación de Armadores, "a que, cada vez que se termina un convenio, Marruecos diga que es el último, que ya no se pesca más en sus aguas. Y es lógico. El mar para ellos es como una casa de alquiler. Le crecen los hijos y tienen que ir echando a algunos de sus huéspedes, subiendo el precio de las habitaciones". Lo que sí le da pena a Ramón Rivera, también a Antonio Varo, es que terceros países se estén aprovechando de la situación. "Sabemos", dice el patrón mayor, "que en los caladeros donde nosotros pescábamos hay ahora barcos rusos, japoneses, holandeses... Los marroquíes firman acuerdos con ellos mientras Bruselas no es capaz de llegar a ninguno. Vamos a tener que presionar un poquito".

A un marinero de verdad la tierra se le antoja demasiado quieta. Y el dinero del subsidio, poco y aburrido. Si la mar es buena, un pescador puede llegar a ganar en una semana las 151.500 pesetas que da Bruselas por estarse todo un mes con los brazos cruzados. Y, además, nadie espera que al comisario Franz Fischler, austriaco él, se le ocurra incluir en la paga la correspondiente "jarampa". Una especie de viejo acuerdo, no escrito, entre el armador y los tripulantes, quienes se quedan varias cajas de pescado para venderlas en la lonja y así tener para sus gastos: el tabaco, la cerveza en la taberna del puerto o el café mañanero en la Casa del Mar.

No, no es bueno cobrar por no hacer nada. De nuevo el subsidio, la sopa boba. A un marinero varado en tierra le da por pensar, por echar cuentas, por caer en la tentación. Hay algunos que ya han naufragado en el peligroso caladero de Ketama.

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