Kosovo, el naufragio
Los últimos días han abundado en testimonios sobre la desastrosa situación en el Kosovo. Kofi Annan ha declarado inaceptable el nivel de descontrol que allí reina. El general Klaus Reinhardt, jefe de la Kfor, ha advertido que pondrá fin al paso de armas y de extremistas albaneses a otras zonas del sur de Serbia. El reciente atentado en Mitrovica, con una cuarentena de heridos, de ellos 16 militares franceses, pone de relieve la violencia de los enfrentamientos. Bernard Kouchner, jefe de la Unmik, acaba de reclamar al Consejo de Seguridad que precise los términos de su mandato para poder detener la desbandada en que el país esta sumido. Según la Comisión de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en la Antigua Yugoslavia, y según la OSCE, desde el otoño de 1999 se ha producido una implacable depuración étnica de los no albaneses, que está acabando con la presencia de los serbios, gitanos y bosnios que vivían en el territorio. A lo que hay que añadir la dominación creciente de las mafias y la persistente hegemonía del Ejercito de Liberación de Kosovo (ELK), oficialmente autodisuelto, pero extraordinariamente activo a través del Movimiento Popular (LPK) y del Cuerpo de Seguridad del Kosovo (TMK). El viejo odio entre serbios y kosovares, que la vesania de Belgrado cultivó durante años, ha llegado a su paroxismo: para los serbios, no hay kosovares inocentes, y para éstos, todos los serbios son asesinos. Desde estas premisas es imposible que funcione el Consejo de Transición que había imaginado Kouchner con representantes de todas las comunidades nacionales. Como es inevitable que las posiciones moderadas de la Liga Democrática de Kosovo (LDK) se vea desbordada por el radicalismo de los partidos inspirados por el ELK. Con lo que el Kosovo multiétnico por el que se hizo la guerra se ha convertido no ya en imposible, sino en impensable. ¿Tenemos alguna responsabilidad en ese naufragio? Los hechos dicen que sí. En primer lugar, la guerra del Kosovo es una consecuencia del desmantalamiento de la antigua Yugoslavia que Alemania y el Vaticano, con el inmediato reconocimiento de Croacia y Eslovenía sin resolver previamente el problema de las minorías -serbia en Croacia, croata y serbia en Bosnia, etcétera- pusieron en marcha de forma imparable. A partir de ahí, en vez de prever la inesquivable violencia y de intervenir preventivamente, nuestros titubeos y la tolerancia de las matanzas de serbios en Croacia y del genocidio bosnio a manos de los serbios, nos llevaron a aceptar la ignominia cotidiana en los Balcanes y el dinamitaje de toda posible convivencia intercomunitaria. En el Kosovo, la enemistad histórica entre serbios y kosovares y las agresiones de que los primeros hacen objeto a los segundos, se intensifican con los éxitos del ELK en 1997-98, que llegan a controlar más del 40% del Kosovo y provocan una reacción brutal por parte de las fuerzas de seguridad serbias y de los grupos paramilitares. Pero está probado que la retirada de los observadores de la OSCE y el comienzo de los bombardeos fueron los causantes de la monstruosa escalada de la represión serbia y de los desplazamientos de personas. ¿Era posible otra solución ? La minuciosa comparación de Chomsky sobre la Resolución de la Asamblea Nacional Serbia de 23 de marzo de 1999 y el Acuerdo de Rambouillet, en particular su Anexo B, muestra que Estados Unidos había decidido que la OTAN fuese a la guerra. ¿Qué puede hacerse hoy? La solución del Kosovo sólo cabe en el marco de un acuerdo global para toda la zona. El Pacto de Estabilidad para los Balcanes, lanzado en Sarajevo en junio pasado por los jefes de Estado y de Gobierno europeos, tiene que ser su punto de apoyo. Hay que constituirlo en la plataforma para la reconstrucción del área, concederle los 5.500 millones de euros que se le prometieron y concretar mediante acuerdos de asociación, país por país, las condiciones que hagan viable, primero su estabilización política y económica, y a largo plazo, su incorporación a la Unión Europea. Todos los países de la zona, en particular el Kosovo y Montenegro, pero tambien Bosnia -donde las promesas de Dayton se han vivido como una estafa- necesitan con urgencia controlar sus demonios, dominar el caos, curarse del odio.
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