Democracia vasca
La "falta de valentía y decisión" que ETA reprocha al PNV y EA en su comunicado de ayer se habría manifestado en su negativa a secundar su propuesta de boicotear las legislativas y convocar unas elecciones constituyentes conjuntas en el Euskadi, Navarra y País vasco-francés. Dice ETA que esa negativa fue "la razón del abandono de la tregua". A la dirección del PNV, tales propuestas le parecieron en su día "estrambóticas", y esa negativa es hoy su mayor aval democrático, aunque no acabe de sacar las consecuencias políticas que se derivan de ella. Reivindicaba Iñaki Anasagasti el pasado domingo, en Deia, la tradición intervencionista de su partido en la política española, prefigurada ya por Sabino Arana en el último año de su vida, y plasmada en la participación en todas las elecciones legislativas celebradas desde 1917. Es decir, desde el año en que el sector mayoritario del nacionalismo vasco dio el giro definitivo hacia la intervención en la política española -obteniendo en las legislativas de febrero de 1918 siete diputados y tres senadores- y hacia la formulación de sus aspiraciones en clave autonómica.Desde entonces, la defensa de la vía autonómica y la participación electoral han circulado en paralelo, y sólo los sectores minoritarios que han impugnado lo primero se han opuesto a lo segundo. Ahora hay una situación especial, porque el PNV ha aprobado una línea de superación del autonomismo, aunque sin renunciar del todo al Estatuto, pero sigue defendiendo la presencia en el Parlamento español. ETA intenta forzar la ruptura: "Hay que poner en práctica la desobediencia a través de la abstención activa" porque la elección de las autoridades españolas "no nos compete". La alternativa es "construir la democracia vasca", desde unas elecciones conjuntas en toda Euskal Herria.
No explica ETA quién, y con qué legitimidad, convocaría esas elecciones en Navarra y Francia, donde el nacionalismo es muy minoritario. Pero sí adelanta algunas pistas de lo que pueda ser esa democracia vasca. Entre otras cosas, los criterios para determinar quiénes son ciudadanos vascos de pleno derecho. El lugar de nacimiento es indiferente, pero todo el que quiera ser considerado ciudadano vasco "debe respetar ante todo y necesariamente los derechos de Euskal Herria". Ello excluye a los "miembros de las fuerzas armadas españolas y francesas y a los funcionarios de una administración extranjera". No es una improvisación. En un artículo publicado este mes en la revista Claves, Carlos M. Gorriarán ofrece algunas de las elucubraciones aparecidas en el boletín interno de ETA sobre el censo de (verdaderos) vascos. Ésta no es una mera cuestión "de territorialidad" -vasco es el avecindado en Euskadi, según el Estatuto de Gernika- sino de "nacionalidad"; habría que negársela "a las fuerzas opresoras y a los lacayos de los Estados español y francés". "La Asamblea de Municipios o las diputaciones podrían abrir el debate sobre la nacionalidad (...) todos los que quieran ser votantes tendrán que pedir el derecho al voto". Es decir, que en la construcción nacional sólo podrán participar los interesados en ella: los patriotas.
Un influyente miembro de HB que participó como asesor en las conversaciones de Argel relativizaba a comienzos de los 80 el papel de unas elecciones que "igualan el voto de quien se juega hasta su vida por Euskadi con el de quien no arriesga por ella ni una uña". No es un criterio racista, pero sí heráldico de los derechos civiles: vasco-vasco es el que se adhiere al proyecto nacionalista. El que no se adhiera, como Buesa, puede ser asesinado, según explicó ayer ETA.
Hacia 1917, los nacionalistas más inteligentes comprendieron que Euskadi era plural, tanto en el aspecto étnico -el 80 % de los vascos tiene al menos un abuelo nacido fuera de Euskal Herria- como en el político, y adoptaron el autonomismo como forma de hacer compatibles sus ideales y el criterio democrático. Lo ocurrido ahora no es que un cambio ideológico haya forzado un giro en la política nacionalista, sino, al revés, que una alteración instrumental en la política de alianzas para atraer a HB ha provocado un cambio de política y hasta ideológico (abandono de la democracia cristiana) en el PNV. Se comprende su estupor a la vista de los resultados, tal como ayer los resumía la propia ETA: efectivamente, la opción no es entre autonomía e independencia, sino entre democracia y fascismo.
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