Salón de amor perdido
Había una vez una dama madura y famosa que se dedicaba sólo a la empresa; una naviera. La entrevistaba en la televisión Pedro Ruiz, y le preguntaba por su media naranja, y respondía que ella era una naranja entera. Rápidamente se comprendía, viendo aquel reportaje, que la dama caería en el amor, y que no encontraría la felicidad.Antonio Gala es probablemente el último benaventino. No es mal elogio: don Jacinto tuvo el Premio Nobel por su teatro. Gala ha escrito una alta comedia, como se hacía entonces: con una primera actriz elegante y bella (como fueron Irene López Heredia, María Fernanda Ladrón de Guevara), que viste a cada momento un modelo distinto, a cual más espectacular: como corresponde a la excelencia de Elio Berhanyer. Pasan las cosas en un salón rico (de Adolfo Barajas), con piano de gran cola, y esta mujer que es una naranja entera se enamora del hijo de una marquesa amiga suya de colegio. Es un tema eterno: es el de Colette en Chéri.
"Las manzanas del viernes", de Antonio Gala
Intérpretes: Concha Velasco, Encarna Paso, Josep Linuesa, Antonio Rosa, M. Paz Ballesteros, Cristina Castaño. Figurines: Elio Berhanyer. Escenografía: Alfonso Barajas. Director de escena: Francisco Marsó. Teatro Fígaro.
Uno de los primeros síntomas de ese amor es el de que la dama, Concha Velasco, se pone a hablar incesantemente. Con quizá bellas frases: se acumulan de tal manera que el espectador apenas tiene tiempo de percibir la profundidad de una cuando se le echa encima la otra. Mejor: no tiene por qué analizar, pero le queda la sensación de profundidad y belleza. Las frases se montan como un discurso y están a su vez articuladas con "es", con "como", con "es como".
Amar y envejecer
El amor, la vejez. La insistencia poética harían pensar a un freudiano que son dos cosas que obsesionan al autor: amar y envejecer, y tener pánico a los dos horrores. La insistencia sobre los años no cuadra con Concha Velasco, que no parece tener tantos; ni su interpretación puede corresponder a la achacosa imaginada. Hace bien su papel, como lo hace bien su novio pequeñito, Josep Linuesa, y la eterna aya del teatro clásico y también benaventino, como las frases, Encarna Paso.
La ilustre dama se despeña por este camino del amor llamado imposible en el teatro. Y no muy fácil, desde luego, en la vida. El pequeñín se escaquea, siempre entre frases; aparece con una pequeñina delgadita y sinvergüenza en la misma casa de la dama (a mí me parece una falsedad de la comedia, pero tiene que respetar la unidad de lugar en un escenario tan construido, y llevar a todos los personajes siempre al mismo salón), y la ama allí mismo, y la dama se va envileciendo en la persecución del amor que se le va, y se hace ridícula. El aya, como siempre, la regaña; su empresa la reprocha. Las revistas del corazón la muestran en sus portadas borracha (no falta el número de la borrachera de teatro), y entonces ella toma una pistola de su caja y...
¡La tragedia! Para pasar de la comedia a la tragedia hacía falta antes una buena gradación. Ahora el lenguaje es mas rápido y prácticamente toda la comedia es una gradación. Estas alusiones al teatro anterior tampoco son peyorativas: el nuevo no existe, o está buscando su camino. Es curioso que empezara muy bien en el momento en que se declaró la democracia, y el propio Gala fue uno de sus autores al que reconocimos todos. Pero la sociedad prefirió otros caminos. Quizá sean los mismos espectadores de entonces los que están ahora en este teatro: el sábado por la tarde la media de edad era muy elevada, aunque las personas jóvenes que les acompañaban se declaraban también gustosos de la interpretación y de la obra.
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