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El demonio en pantuflas

Mientras el ministro del Interior británico, Jack Straw, daba ayer los últimos retoques al escenario con vistas a anunciar la inminente liberación del general chileno Augusto Pinochet, en una pequeña sala del Alto Tribunal de Justicia londinense, uno de los tribunales en los que se ha juzgado una parte del caso Pinochet, avanza un asunto que ha llevado al Gobierno de Israel a cancelar el secreto del "diario del demonio", como se ha bautizado a un manuscrito de 670 páginas escrito por el criminal nazi Adolf Eichmann, en el periodo comprendido entre su condena a muerte por crímenes contra la humanidad y la ejecución de la misma en Tel Aviv, el 31 de mayo de1962.La desclasificación del diario de Eichmann fue solicitada en el transcurso del juicio a la profesora norteamericana Deborah Lipstadt, demandada ante el citado tribunal por el historiador británico David Irving, un hombre de 62 años, a quien la profesora Lipstadt ha acusado en uno de sus libros de negar la existencia misma del Holocausto. El contenido del diario será utilizado por la defensa de la acusada en las próximas horas.

La coincidencia entre la revelación del diario de Eichmann y la próxima liberación de Pinochet, jefe supremo de una dictadura que ha provocado por lo menos 3.000 muertos, entre ejecutados y desaparecidos, va más allá del hecho temporal.

Eichmann se describe a sí mismo en su diario como un hombre normal, con familia, que obedecía órdenes y que, en todo caso, trató de mitigar los sufrimientos de los hombres, mujeres y niños que condujo a las cámaras de gas por el hecho capital de ser judíos.

En 1961, la escritora judía de origen alemán afincada en Estados Unidos Hannah Arendt cubrió en Jerusalén, para el semanario norteamericano The New Yorker, el juicio de Adolf Eichmann, capturado en 1960 por los servicios secretos israelíes en Buenos Aires, donde se escondía desde 1946. Los textos de Arendt fueron más tarde recopilados en un libro.

Las crónicas del juicio, despachadas por la escritora desde Jerusalén, pintaron un cuadro inesperado del personaje. En lugar de poner el acento en el demonio y en el monstruo, Arendt describió a Eichmann, responsable de la cuestión judía en la Gestapo, la policía política de Hitler, como un burócrata normal, un hombre de carne y hueso. Hannah Arendt describió lo que dio en llamar "la banalización del demonio". Según la escritora, Eichmann representaba un "nuevo tipo de criminal". Aquel que "comete sus crímenes bajo circunstancias que hacen casi imposible para él saber o sentir que está obrando mal".

El diario ahora hecho público, en cambio, nos dice otra cosa. Eichmann escribe que el asesinato de millones de judíos, que él contribuyó desde la primera línea a consumar, resultó ser el "crimen más enorme en la historia de la humanidad" y la "mayor danza de la muerte de todos los tiempos". Según narra, él supervisó personalmente la muerte de los judíos, por fusilamiento, por asfixia en autobuses llenos de gases, o a través de los envíos multitudinarios de hombres, mujeres y niños a las cámaras de gas de los campos de concentración.

"Bebía schnapps como si fuera agua. Tenía que beber. Necesitaba intoxicarme. Y pensaba en mis dos niños. Y reflexionaba sobre el sinsentido de la vida", escribe Eichmann, tras narrar cómo restos del cerebro de un bebé le salpicaron el abrigo de cuero que llevaba en una fría mañana de invierno de 1942 en Minsk.

Pero, según dice, "yo era un engranaje en la maquinaria", aun cuando reconoce haber participado en la gestación y concreción del Holocausto. Al comienzo, como responsable en la Gestapo de la cuestión judía, desde 1936. Más tarde, como encargado de elaborar el protocolo en la famosa conferencia deWannsee, celebrada el 20 de enero de 1942, donde se anunció a los más altos oficiales nazis la creación de los campos de concentración. Y como ejecutor directamente en los campos, como fue el caso de Auschwitz (Polonia).

Hasta ahora, el descargo de responsabilidades de los oficiales de rango inferior en sus superiores era algo normal: la famosa teoría de la obediencia debida. Si Eichmann es su caricatura, habida cuenta de que él era uno de los jefes nazis, en el caso Pinochet se ha dado una situación contraria. El ex dictador ha intentado, durante sus 16 meses de arresto en Londres, presentar las ejecuciones, las desapariciones y torturas en Chile, tras el golpe militar de 11 de septiembre de 1973, como algo ajeno al alto mando militar que él presidía, primero en su calidad de comandante en jefe del Ejército y más tarde como jefe supremo de la nación y presidente de Chile.

La teoría de la banalización de Hanna Arendt se puede aplicar a Pinochet. En su última entrevista concedida en Londres, el domingo 18 de julio de 1999, como parte de una frustrada campaña de relaciones públicas, el ex dictador aparece, según las fotos en color tomadas ese día, en impecable traje dominguero acompañado por una prole de nietos, el menor de los cuales, un bebé, lleva en brazos, en el jardín de la casa que ocupa en la urbanización Wentworth Estate, en Virginia Water, condado de Surrey.

El director de The Sunday Telegraph, Dominic Lawson, señala al ex dictador, en medio de la entrevista, que el antiguo director de la gestapo chilena, la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional), Manuel Contreras, declaró en su día que no hacía nada sin la autorización de Pinochet. "Es difícil responder a esa pregunta", dijo el ex dictador. "Yo le hacía preguntas. ¿Eran órdenes? No. No puedo decir que estaba por encima de la DINA. Puedo decir que existía una línea vertical,una jerarquía que comenzaba en mí porque era el jefe militar. Pero la Junta estaba formada por cuatro personas. Lo que quiero decir es lo siguiente: el jefe pregunta siempre '¿Qué? ¿Qué vas a hacer?'. El 'cómo' o el 'cómo lo vas a hacer' corresponde al jefe de los servicios, y no al jefe supremo. Los civiles no consiguen entender esto. El jefe planifica una operación. En una operación hay siempre dudas, muchas preguntas planteadas por los oficiales".

La banalización de la que escribía Hannah Arendt, por otra parte, también alcanza a la fase final del caso Pinochet. Un equipo del ministro de Asuntos Exteriores español que filtra, en un acto conscientemente desesperado, el contenido de un informe médico para justificar y desviar la atención de sus acciones antijudiciales, cuando no para acabar con el caso de una vez por todas en una fase preelectoral; un ministro británico, Jack Straw, que, a dos semanas del juicio previsto para debatir la extradición del ex dictador en el Alto Tribunal de Justicia, se apresta a dejarlo en libertad, y dos gobernantes chilenos, uno saliente, el democristiano Eduardo Frei, que quiere ponerse la medalla de cumplir su promesa de que el ex dictador estará de regreso antes de entregar el mando, el sábado 11 de marzo, y otro entrante, el socialista Ricardo Lagos, que prefiere el regreso antes de asumir su mandato para no tener que solicitar desde la presidencia el retorno de Pinochet.

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