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Rosa Montero

Qué condición tan especial une a los pacientes con los médicos: nuestro momento de mayor debilidad se corresponde con el de su máxima gloria. Es una estricta relación de indefensión y de poder, y por eso resultan tan angustiosas las historias de doctores malvados. Como Maeso, el anestesista de Valencia, cuyo ADN acaba de confirmar que contagió la temible hepatitis C a 171 pacientes. O como Kemnitz, ese patólogo alemán cuyos erróneos diagnósticos de cáncer han sido la causa de que centenares de mujeres hayan sufrido la amputación de uno o ambos pechos. Kemnitz se suicidó en su laboratorio en 1997: prendió fuego al lugar, y con ello destruyó la mayoría de las pruebas de sus actos. Una psiquiatra amiga mía considera posible que el patólogo equivocara los diagnósticos premeditadamente, como una loca venganza contra las mujeres.Ambas historias son espeluznantes, pero lo que de verdad me inquieta no es la catadura psíquica y moral de esos dos individuos, sino que el entorno les haya permitido tales tropelías. En el caso del patólogo, sus diagnósticos falsos fueron suficientes para que los médicos llevaran a cabo mutilaciones bárbaras, aunque algunos cirujanos se sorprendieran al abrir y no encontrar ningún tumor. Qué nulo interés por sus pacientes. En cuanto a Maeso, parece imposible que sus compañeros no percibieran graves anomalías en su comportamiento (de hecho, entró en una operación con botas camperas); pero era el jefe de anestesiología, y sin duda es mucho más cómodo cerrar los ojos. Por no hablar del corporativismo médico, que a veces se semeja demasiado al hermetismo mafioso.

Pero lo peor es que no es un problema sólo de médicos. Estamos hablando del abandono de las obligaciones. De la pereza ética y el egocentrismo. El sentido de la propia responsabilidad es un deber social que muchos incumplen. Y así, hay administrativos chapuceros, periodistas manipuladores, empresarios mezquinos. Y políticos mucho más preocupados por mantener su propio poder que por luchar por la paz y la justicia, como parece ser el caso del PNV. Si el caos y los miserables prosperan en el mundo, es porque hay demasiados vagos de conciencia cerrando los ojos.

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