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Crítica:CANTO - EDITA GRUBEROVA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Poderosa princesa

Diez meses después de su última actuación en el Real, Edita Gruberova revalidó e incluso incrementó su triunfo arrollador de entonces, con seis escenas líricas que invitan, por una vez, al símil taurino desde el comienzo de la crónica. Seis hermosos toros, seis, podríamos decir a modo de resumen, o su equivalente, seis hermosas escenas de ópera, seis, de diferentes divisas, llevaron a la diva a resultados desiguales que el público aplaudió a rabiar indistintamente, en un gesto de ganas de fiesta más propio de Valdemorillo o de Albacete que de una plaza de fuste como Madrid, a la que, líricamente hablando, le falta un tendido del 7.De orejas, rabo y lo que haga falta fueron únicamente dos de las escenas seleccionadas por Edita Gruberova: Poderosa princesa, del papel de Zerbinetta, perteneciente a la ópera Ariadne auf Naxos, de Richard Strauss, y un fragmento de la opereta El murciélago, de Johann Strauss, ofrecido como segunda propina. En ambas la soprano eslovaca desplegó su talento de impar artista pirotécnica, con una técnica vocal deslumbrante, que utiliza como un mecanismo de relojería para resaltar la comicidad, la gracia, el arrebato, la vaporosidad, la intención teatral y un sinfín de matices. En Richard Strauss, en Johann Strauss, Gruberova dio una lección magistral de artificio al servicio del arte, de canto por el canto, y se mostró como poderosa princesa; más aún, como reina absoluta del imperio de lo efímero.

Edita Gruberova Orquesta Sinfónica de Madrid

Director: Friedrich Haider. Obras de Mozart, Richard Strauss, Bellini y Donizetti. Teatro Real. Madrid, 28 de febrero.

Más discutibles fueron los dos toros-escenas Donizetti -Lucia de Lamermoor, Anna Bolena-, decepcionante por abuso de trucos el Bellini e insípido el Mozart. Con un fragmento de Lucio Silla, de Mozart, comenzó precisamente el recital y la soprano no llegó a despegar: abuso de pianísimos, registro grave en reserva para más adelante. Unos pases de castigo junto a las tablas, y a matar, que dirían los taurinos. Después vino la portentosa exhibición de Zerbinetta ya contada, para pasar a unos Puritanos, de Bellini, en que la cantante se movió con unas libertades muy poco ortodoxas en la acentuación, en la administración de los tiempos e incluso en la faceta expresiva, con un melodismo más artificial que belcantista. Había, eso sí, detalles de andarse por la estratosfera de la zona sobreaguda como Pedro por su casa, algunos crescendos, filados y diminuendos espectaculares y, en fin, abundantes y precisos lances exhibicionistas en la coloratura, que no impidieron la sensación de falta de continuidad: faena sin ligar, que dirían los aficionados a la fiesta nacional, y con mucho abuso de pico.

Gruberova es una cantante excepcional para Donizetti. Su Linda de Chamounix de hace un par de temporadas en Bilbao fue portentosa (quizá por ello había muchos aficionados bilbaínos en el Real), pero ni en Anna Bolena ni en Lucia acabó de encontrar ayer Gruberova ese punto de esencia abstracta belcantista, con un pie forzado en el registro dramático, que los fragmentos escogidos requieren. Fueron las suyas realizaciones impecables de maquinaria, aunque con cierta debilidad emocional. Todo ello, por supuesto, desde el privilegio de una cantante de primera línea.

La gran artista volvió a aparecer en El murciélago. Y allí fue, de nuevo, el delirio, porque, de verdad, no se puede cantar mejor. La soprano sacó a la luz permanentemente un control respiratorio impoluto, siendo acompañada con endiablada habilidad por su marido, Friedrich Haider, al frente de una Sinfónica de Madrid que cumplió, se divirtió y se unió al público en las aclamaciones a la diva. El Real fue una fiesta, que se continuó en la calle con los comentarios de los aficionados sobre las diabluras que había hecho Gruberova con la divisa de los Strauss.

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