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El pirata de la tarjeta de crédito

El ingeniero francés que descifró el sistema de codificación secreto de los cajeros recibe una condena mínima

Serge Humpich, el más famoso de los piratas informáticos franceses, verdadero caballero de la tarjeta de crédito manipulada, recibió ayer una condena más simbólica que real. Los jueces le impusieron una pena de 10 meses de cárcel -pero con suspensión de pena- y una multa de un franco. Todo ello por haber puesto en ridículo la seguridad bancaria francesa y haber demostrado la vulnerabilidad de sus códigos de seguridad. "Al no absolverme se está invitando al fraude a aquellos que en el futuro también descubran los sistemas de codificación. Ellos no harán públicos sus hallazgos", resumía ayer, al salir del Palacio de Justicia de París, este ingeniero de 36 años nacido en Alsacia.En 1997, Humpich comprendió la técnica para averiguar los códigos secretos que protegen los 35 millones de tarjetas de crédito francesas. A diferencia del español, el dinero de plástico de nuestros vecinos incorpora un microprocesador en el que está inscrito un número secreto y quedan registradas todas las operaciones del usuario. Si no se conoce el número, la tarjeta queda inservible para todo el mundo. Sólo Humpich escapa a ese genérico "todo el mundo". Según él, basta con una simple "inversión de los algoritmos de codificación" para abrir las puertas de cualquier cajero automático. "Podía sacar 375.000 pesetas cada 15 minutos de cualquier cajero automático. Podía comprarme lo que quería".

Pero Humpich no abusó de su sabiduría electrónica. Se puso en contacto con el GIE-CB, el organismo que se ocupa de la seguridad de las transacciones bancarias en Francia realizadas a través de tarjetas de crédito. Les comunicó lo que sabía y lo que podía hacer. Quería negociar. ¿Sobre qué bases? Nadie lo sabe, pero no hay duda de que el secreto descubierto por Humpich tiene un precio. "Si me secuestran, no estoy dispuesto a convertirme en un héroe por no revelarlo", bromeaba ayer en el diario Libération el virtuoso de los algoritmos invertidos.

En el GIE-CB no quisieron comprar la habilidad de Humpich, una negativa inimaginable en EE UU. Aparentaron no creer en su hallazgo y despacharon sin contemplaciones al abogado y al notario que Humpich les enviaba para negociar. Eso fue lo que hizo que este alsaciano, hoy en el paro, decidiera comprar un carné de 10 billetes de metro a través de un distribuidor automático: 1.300 pesetas, en vez de 375.000 cada 15 minutos. Pero el GIE-CB denunció a Humpich. "He estado tratando con bandidos", dice éste, "pues intentaba informarles de cómo evitar una nueva forma de fraude y ellos aprovecharon mi demostración para atraparme".

Todo esto ocurrió hace dos años, y, desde entonces, Humpich ha creado su propia página en Internet y dialoga en ella con gente que se interesa por sus secretos, por su habilidad con los programas informáticos. Nuestro Rocambole de la electrónica no explica cómo desvalijar todos los cajeros, pero sí principios generales que pueden llevar a conclusiones que a su vez, y tras un largo encadenamiento de razonamientos, acaban desembocando en el famoso algoritmo invertido y en su ¡ábrete, Sésamo!

Hoy, mientras espera que su popularidad y conocimientos le permitan reincorporarse al mundo laboral, Humpich vive en el campo con su esposa. Hace gimnasia, juega con halteras de 5, 10 y 34 kilos de peso, contempla el paisaje y ve crecer la hierba.

Sin duda, ese entretenimiento dejará de ser su principal pasatiempo ahora, una vez acabado el litigio que le ha transformado en el hacker preferido de sus compatriotas. Otra cosa es lo que haya podido averiguar de un sistema de videovigilancia cuyas fallas está analizando. Será difícil que ahora se deje atrapar de nuevo.

El abogado del GIE-CB se ha declarado satisfecho, aunque reclamaba dos años de cárcel y una multa de más de un millón de pesetas: "Ha quedado probado que no se pueden atacar impunemente los sistemas de pago". Es una visión de los hechos optimista, que no coincide con la realidad.

El sistema francés del microprocesador incorporado, inventado por un hijo de españoles emigrados, ha dejado de ser inviolable. "Si Humpich no se hubiese puesto en contacto con ellos, hoy los bancos franceses aún estarían contando sus pérdidas", ha resumido el letrado que defendía al virtuoso de la tarjeta de crédito.

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