El pasamontañas
Durante estas jornadas de invernaderos rotos en El Ejido los medios de comunicación nos han mostrado diversos testimonios encaminados a explicar cómo centenares de marroquíes acabaron agazapados en los caminos vecinales lejos de la verdulería que les ofrece cada día divisas y pan. Con el fondo de una sociedad aceptablemente enriquecida en poco tiempo y tres muertes en pocos días, la desbandada ocurrió huyendo de esta simplificada confluencia: un alcalde sin capacidades para la conciliación, una policía que no se vio arropada por órdenes contundentes en los primeros momentos y algunos pasamontañas a mano para los atacantes. Estos hombres sin rostro utilizaron sus segundos de púlpito catódico para decir que se fueran los moros y que iban a ir a por ellos. Se mostraban ufanos por el destrozo de un contenedor. La imagen de su acción fue tratada para disimular sus identidades. Para que difundieran este personal mensaje, la mayoría de las televisiones públicas y privadas pusieron a su disposición su tiempo, su audiencia -millonaria en algunos casos- su micrófono, su periodista poniéndole el micrófono y sobre todo, una garantía de protección. Prebendas para quien manifiesta su deseo de destruir. ¿Por qué estos algodones con el agresor? Sabemos lo difícil que resulta en algunas ocasiones conseguir un testimonio. En situaciones conflictivas, en especial, es frecuente encontrar a gente que te cuenta las cosas, pero no quiere dar su nombre ni mucho menos que aparezca su cara. Absolutamente razonable en muchas circunstancias. Como profesionales de la información entra dentro de nuestra responsabilidad la protección de determinadas fuentes. Es fundamental difuminar las fisonomías, por ejemplo, de los menores y de los miembros de las fuerzas de seguridad. También la de todos aquellos que haciendo una contribución positiva al esclarecimiento de los hechos vean amenazada su integridad. Cuando desdibujas los ojos de una mujer que ha denunciado abusos a un niño o a un agente que esposa a un asesino das cobertura a quien se la juega de alguna manera por el bien general. ¿Qué hizo el joven almeriense para que le tengamos que ofrecer el pasaporte del anonimato en su diatriba de ángel exterminador y desaforado? Los que conservaron el sentido común en el Ejido y los inmigrantes amenazados hablaron sin taparse. Recordamos a uno de estos últimos que con su expresión nos dijo más allá de aquello que entre ellos había también buenos. Le vimos los ojos; le vimos pues, pavor a los hombres y además horror a la miseria. El rostro es una firma. Si se tapa sin justificación, se exonera de responsabilidad a quien -nunca mejor dicho- no da la cara. Para todos los discursos, pero sobre todo para tales, que se quiten los pasamontañas. O quitémosles nosotros los micrófonos.
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