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El círculo de lo identitario JOSEP RAMONEDA

Josep Ramoneda

¿Es imposible salir del círculo vicioso de lo identitario? Cuando Joaquín Almunia lanzó su oferta de pacto a Izquierda Unida, la campaña electoral sufrió una sacudida. Aznar había arrancado en las plazas del norte de África envuelto en la bandera del patriotismo constitucional. Todo parecía indicar que el nacionalismo iba a ser el tema central de la campaña del Partido Popular. El nacionalismo -en España como en Cataluña o en Euzkadi- todavía da dividendos. Era además un recurso para eludir cualquier crítica respecto al fracaso de la tregua en el País Vasco. Y en estas estábamos cuando apareció el señuelo del programa común de la izquierda. De pronto, el eje de la campaña pareció desplazarse: de la retórica de las esencias patrias a la problemática social, de la representación del desencuentro con los nacionalismos (para acabar pactando después) a la cuestión del reparto del crecimiento.Almunia pareció ganar la iniciativa política. El PP se sintió descolocado y empezó a corregir el programa para darle un toque social. Desde La Moncloa se repitió machaconamente la conocida cantinela de que la oposición derecha-izquierda es propia de tiempos antiguos y que el centro es lo único que importa. La campaña del España va bien se veía amenazada porque la izquierda no se preocupaba por España, sino por los españoles. Pero la querencia debe de ser demasiado fuerte, y Joaquín Almunia no ha conseguido reprimirse ni una semana las pulsiones nacionalistas. Una cosa es el legítimo afán de no regalarle la bandera constitucional a Aznar y otra distinta meterse en territorio apache. Almunia no debió de considerar suficiente su proclama de fidelidad eterna a la Carta Magna -ya sería hora de ir asumiendo que las leyes democráticas, aun las más fundamentales, son para ser adaptadas a los cambios de la sociedad y no viceversa-, y entró en la cuestión de la lengua en Cataluña sin encomendarse a sus compañeros catalanes, que han corrido a recordarle que es competencia del Parlamento catalán. No sólo ha dejado en posición incómoda al PSC, entregado a la estrategia de este neonacionalismo catalán llamado maragallismo, sino que ha dado oportunidad a Jordi Pujol de volver a su equidistancia favorita, la que sitúa a Almunia y Aznar en el mismo saco de los furores nacionalistas hispánicos para después pactar con el que más le convenga. Pujol esquivaba de esta forma la esgrima derecha-izquierda que le condenaba a aparecer alineado con Aznar antes de la segunda vuelta, es decir, de las negociaciones poselectorales.

Siempre me ha divertido el cinismo de los nacionalistas retrayendo a otros nacionalistas sus pulsiones identitarias. Nada debe parecerle más natural a un nacionalista catalán que Almunia se comporte como un nacionalista español. Forma parte de esta ideología sostener que el que no es nacionalista de una cosa lo es de la contraria, con lo cual se garantiza permanentemente el alimento de los enemigos que necesita para su desarrollo espiritual. Pero Almunia se equivoca entrando en el debate identitario porque en esta materia la derecha siempre juega con ventaja. Ella tiene la retórica, ella maneja el código ideológico de la España eterna, porque fue esta música la que aprendió en la cuna.

Quien mucho abarca poco aprieta. El problema de Joaquín Almunia es que quiere defender demasiadas cosas a la vez. Quiere ser federalista, pero negándose a cualquier reforma de la Constitución, con lo cual no hace sino confirmar la sospecha de que la opción federalista del PSOE no es más que una imposición por cuota del PSC, demasiado fuerte en Cataluña para no hacerle concesiones. Quiere hacer un giro a la izquierda, pero mirando fijamente al centro, para no perder por un lado lo que pueda ganar por el otro. Quiere ser más nacionalista que cualquier otro y más internacionalista que nadie. Y todo a la vez no es sólo imposible, sino que es confusionario. Aznar si gana las elecciones es porque es la derecha, y si se dejara de identificarle como tal, por muy de centro que pareciera, las perdería. ¿Qué le ocurrió a Adolfo Suárez? Y si González -el pragmático González- ganó a la derecha es porque se le identificaba con la izquierda, la posible por supuesto. Sólo desde el pleno de la derecha o desde el pleno de la izquierda se hace el salto al centro, porque el centro por sí solo no existe. Las elecciones se ganan con un solo mensaje, que es lo que da credibilidad y solvencia al que lo propone. Tocando todos los registros, difícilmente se llega a ninguna parte porque incluso el elector que se ubica en el centro quiere saber si le hablan desde la derecha o desde la izquierda.

Lo peor que podría hacer Almunia es convertir el pacto con Izquierda Unida en vergonzante. Estos pactos sólo son eficaces si se asumen con plena convicción. Al menos, aparentemente. Si después de firmar el pacto hay que empezar a pedir perdón, los efectos sólo pueden ser negativos porque lo único que se conseguirá es desencadenar la espiral de la desconfianza.

Las cosas están siempre condicionadas por sus orígenes. El pacto de la izquierda es fruto de un movimiento exclusivamente táctico. Las necesidades de cada una de las partes hicieron posible el entendimiento. Pero el matrimonio de intereses es una institución que ha demostrado capacidad para ser estable y eficaz. Hay razones de fondo a favor del pacto de izquierdas: alguien tiene que poner freno a esta pequeña aristocracia neocapitalista que ha decidido que para ella todo es posible, todo le está permitido. Pero para ello hay que tener una propuesta concreta que genere movilización por sí misma. Tirando un poco de aquí y otro poco de allá no se va a ninguna parte y se corre el riesgo de acabar envuelto en la bandera identitaria, que es lo que los adversarios de Almunia esperan porque en este terreno está derrotado antes de empezar.

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