"La gente tiene miedo a los marroquíes" J.M. Pérez, agricultor almeriense
José Miguel Pérez Gijón, de 35 años, posee dos invernaderos en La Mojonera (Almería), a unos 15 kilómetros de El Ejido. Tiene empleados a cuatro jóvenes de Guinea Bissau, pues no hay españoles dispuestos a realizar ese trabajo. El jornal oscila entre 4.300 y 5.000 pesetas diarias, asegura. "Intento tener siempre legales, pero si he metido algún ilegal le he pagado lo mismo". Ahora está tramitando el permiso a un inmigrante y ya ha legalizado a media docena. La multa por emplear a un irregular supera el millón, aunque a él no le ha visitado ningún inspector en 13 años. "No intento justificar lo que ha pasado", dice de los recientes incidentes, "pero hay mucha más delincuencia que antes. Se ven grupos de marroquíes por la calle en actitud provocativa y la gente tiene miedo".
"No me importaría morir en España" Ababacarim Kebe, inmigrante irregular
"Mentiría si dijera que me siento español, pero no me importaría morir en este país". Ababacarim Kebe, de 25 años, espera que la nueva Ley de Extranjería le permita legalizar su situación en España, donde vive desde 1996. Salió de Senegal con el objetivo de reunirse en Italia con dos hermanos. Pero en Marruecos supo que los papeles por los que pagó unas 250.000 pesetas eran falsos. Entró clandestinamente en Ceuta y seis meses después cruzó el Estrecho, haciéndose pasar por ruandés, como le aconsejaron. Cuando se descubrió el engaño, le quitaron la documentación. Desde entonces vive, en la ilegalidad, de la venta ambulante. Pero ni en los peores momentos, asegura, ha cometido ningún delito. "Algunos se desesperan y caen en ese error. No lo harían si pudieran ser legales".
"Antes, los moros éramos nosotros" Manuel Moreno, emigrante en Suiza
Manuel Moreno Preciado tomó conciencia de que su país era pobre cuando en 1966, con 19 años, cruzó los Pirineos camino de Zúrich (Suiza). Había nacido en Medina de las Torres (Badajoz) y tenía el título de mecánico fresador. Su familia le despidió "como si fuera a la guerra". El barracón en el que se alojó al llegar recordaba a los campos de concentración. El idioma (alemán) suponía una barrera casi infranqueable para relacionarse con la población local, que le miraba con recelo. "A veces te decían: 'Si no estáis a gusto, volveos a vuestro país'. Éramos los moros y los negros de la época". En total, vivió 16 años en Suiza. Volvió en 1985, con su esposa española, a la que conoció en Ginebra, arriesgándose a engrosar las filas del paro. Pero era "entonces o nunca".
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