Una gran oportunidad CARLOS GIMÉNEZ ROMERO
Estamos ante una nueva etapa. Pasado el tiempo de lo exótico y novedoso, la cuestión migratoria es ya cotidiana y estructural. Segundas generaciones, escuelas multiétnicas, parejas mixtas, barrios multiculturales y enclaves comerciales étnicos son realidades en expansión. Las colonias nacionales van articulándose mediante asociaciones, centros religiosos, grupos de comercio o redes informales. Síntomas evidentes del cambio de etapa son la nueva Ley y la ruptura del consenso político-electoral en materia de extranjería, y los acontecimientos de violencia xenófoba en El Ejido han acelerado el nuevo escenario. Estamos ante cinco grandes retos:Primero, el reto de la integración social y la ciudadanía. Los inmigrantes no son mano de obra barata, sino personas con derechos. La integración es adaptación mutua de quien llega y quien recibe, y sus claves son un estatuto jurídico estable y una inserción laboral equiparable (en derechos, deberes y dificultades). Sin ello, los avances en alojamiento, educación o salud, no serán consistentes. Sin papeles y curro el inmigrante es Sísifo. La nueva ley supone un marco mucho más favorable, siendo ahora lo más prioritario su desarrollo adecuado. La integración del inmigrante es creación de nueva ciudadanía. Reconocerlos como tales enriquecerá la ciudadanía de quienes ya lo somos, será la de todos los iguales y todos los diferentes y no una ciudadanía ateniense basada en nuevos esclavos. Desvincular ciudadanía y nacionalidad se convierte en requisito. No sólo titularidad de derechos, también pertenencia: que los inmigrantes y sus descendientes puedan ir queriendo este país y sintiéndolo como propio, sin anular su identidad cultural de origen.
Segundo, el reto de la convivencia social e intercultural. La cohesión de autóctonos y foráneos exige evitar guetos (residenciales, escolares, sanitarios) y construir buenas relaciones con estos nuevos vecinos, padres de alumnos, usuarios, consumidores, contribuyentes, etcétera. No basta con la coexistencia, hay que aprender la convivencia, potenciando espacios de encuentro, mezcla y mestizaje y sin ocultar los conflictos. Paz, convivencia o interculturalidad, no equivalen a ausencia de tensiones, sino a su regulación pacifíca. Si la diversidad cultural nos enriquece, gestionémosla según los principios de igualdad de derechos, respeto a la diferencia e interacción positiva.
Tercero, el reto del consenso político, la coordinación institucional y la corresponsabilidad con la sociedad civil. Se requiere un conseso político-institucional, ahora roto. Siendo la colaboración entre administraciones clave de éxito en políticas y programas, es la excepción y no la norma. Nada se va a conseguir si los retos no se asumen conjuntamente por el Estado y las organizaciones sociales, siendo preciso un mayor protagonismo de las asociaciones de inmigrantes, otra de las asignaturas pendientes.
Cuarto, el reto de la cooperación internacional y el codesarrollo. Como el baile de salón, los flujos son cosa de dos, norte y sur. O se coopera o su regulación es imposible. La cooperación al desarrollo es importante (sin la demagogia de que frenan las migraciones), pero debe completarse con el codesarrollo. La migraciones implican vinculaciones. Los migrantes son seres entre dos mundos, al menos. Hay que verles aquí y allá, no sólo aquí o allá que es lo se hace. Son los hilos con los que se tejen campos sociales transnacionales, ámbitos comerciales, familiares, asociativos, políticos o identitarios, que transgreden las lógicas de los Estados-nación. Como puentes que son, los emigrantes pueden jugar un relevante papel como nuevo tipo de cooperante y como mediadores transnacionales.
Quinto, el reto de las mentalidades y la educación cívica. Tenemos una mentalidad premigratoria, y aún no hemos metido la hospitalidad o el interés por lo diferente en la sala de nuestros valores y actitudes democráticas. Ya no valen los conceptos fronterizos, territorialmente delimitados. Debería ser ilegal hablar de ilegales. La población ha de conocer la contribución económica, demográfica, fiscal y cultural que supone la inmigración. La educación en interculturalidad y regulación de conflictos falta como el agua. Hay que dar la vuelta al calcetín de las imágenes, pasando de la criminalización y culpabilización al potencial de desarrollo.
La migración no es tanto un problema como una gran oportunidad y en nuestras manos está el aprovecharla.
Carlos Giménez Romero es antropólogo y dirige desde 1989 el Programa Migración y Multiculturalidad de la Universidad Autónoma de Madrid.
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