Campañas y campañas
Parece que lo social y solidario venden y están de moda. Después de una fase de exaltación del dinero, resulta que volveríamos a estar en un periodo de preocupación y atención hacia algo más que la cuenta de resultados. Me imagino que algo de eso hay ante la proliferación de campañas que lanzan algunas empresas o entidades. Oigo a menudo anuncios en los que se me invita a solicitar una tarjeta de crédito "solidaria" de una entidad de ahorro, con la promesa de que el 0,4% de lo que gaste se invertirá en ayuda "solidaria". También fumar puede servir para mejorar nuestra capacidad de cooperación con los países en desarrollo. Siempre, eso sí, que elijas consumir una determinada marca de cigarrillos. Si no tienes esa fortuna, sólo conseguirás incrementar tus riesgos sanitarios, sin más contraprestaciones solidarias. Recientemente, una marca de prendas de vestir ha colocado al lado del logotipo de su empresa las inquietantes fotos y los nombres de algunos de los condenados a muerte en Estados Unidos. Suponemos que de esta manera quieren poner de relieve que se sitúan al lado de aquellos que defienden la abolición de la pena de muerte en el mundo. Esa empresa multicolor se une así a entidades como Amnistía Internacional y a personas como el Papa en esa campaña internacional contra la pena capital.No pretendo demonizar ese tipo de campañas ni situarme en contra de que las empresas se impliquen en actividades que se sitúen fuera de sus tradicionales objetivos lucrativos. Pienso que en España y en Cataluña no vamos precisamente sobrados de espíritu empresarial. Más bien nos falta gente que quiera salir de los caminos tradicionales de hacer dinero sobre la base del "cómo está lo mío". Tampoco me parece nada mal, al contrario, que las empresas se preocupen por ofrecer balances que vayan más allá de la estricta cuenta de resultados económicos y pongan de relieve su balance ecológico (con sus buenas prácticas medioambientales) o su balance social (con el número de discapacitados que acogen, su política no discriminatoria en razón de género o raza o sus labores de patrocinio). Lo que me repugna es la falta de consistencia, la mezcla de prácticas dudosas con las virtuosas. Como se dijo hace ya años, quien esté limpio de contradicciones que levante la mano. Pero uno trata de mantener unos pocos principios, aunque sea de forma flexible y sin aspavientos. Y las cosas que uno ve provocan una cierta desazón. No acabo de entender que "cuentas solidarias" de instituciones de ahorro sin ánimo de lucro se mezclen con obras sociales que no aclaran bien sus objetivos o que, en un caso reciente, acaben transfiriendo terrenos para la construcción de un campo de golf. No acabo de entender que se incite al consumo de una determinada marca de tabaco bajo el paraguas de la solidaridad y que esa empresa no sea escrupulosa en no utilizar aditivos adictivos, en evitar el consumo de los menores o en revertir sus beneficios en la atención a aquellos que han enfermado gravemente por su tabaquismo. No logro entender que se banalice la pena de muerte mientras uno no tiene la conciencia limpia sobre qué edad tienen y en qué condiciones trabajan los que fabrican las prendas que comercializa.
Al lado de todo ello, veo campañas que pueden plantear otro tipo de problemas, pero que seguro que no presentan ese tipo de doblez. Hablo, por ejemplo, de ese grupo de entidades y personas que se han lanzado a promover una consulta popular el día 12 de marzo como un acto más en la lucha por la abolición de la deuda externa. Como sabemos, ese día va a haber elecciones generales al Congreso y al Senado. La idea de la plataforma (www.consultadeuda.org) es que en las cercanías de los colegios electorales encontremos una urna en la que podamos depositar nuestra respuesta a una serie de preguntas planteadas en torno a la deuda externa de los países más pobres del mundo. La idea se experimentó, con éxito, en Lleida en las pasadas elecciones municipales del 13 de junio.
No se me oculta que muchos podrán caracterizar esa consulta como ingenua. Alguien me ha comentado que el tema le recordaba la votación que se promovió en el Ayuntamiento de Marinaleda, años ha, para preguntar a la población si prefería el neoliberalismo o el humanismo. Los cinco cachondos que votaron a favor del neoliberalismo aún deben de estar riéndose. A pesar de que en este caso también resulta difícil imaginar quién puede optar por el mantenimiento de la deuda externa en una consulta no vinculante, creo que la cosa es mucho más seria y consistente. Por una parte, el problema es insultantemente grave: según el PNUD, las tres personas más ricas del mundo tienen tanto dinero como los 48 países más pobres. Las dependencias que genera la deuda externa y el pago de sus intereses condenan a esos países a una auténtica situación de esclavitud, y son constante carne de cañón de las llamadas "políticas de ajuste" de los organismos internacionales. Por otra parte, la iniciativa surge conectada a un amplisímo movimiento internacional contra la continuidad de la deuda. Tiene unas profundas raíces sociales y ha ido logrando conectar a gentes de edades, intereses y orígenes muy distintos. Tiene, por otro lado, el valor indudable de demostrar que la ciudadanía es capaz de crear sus propios espacios de participación, ejemplificando que no todo es alejamiento entre gente y política. Se trata asimismo de una demanda concreta, no abstracta, que puede ser vehiculada y defendida por partidos e instituciones antes y después de la consulta. Así sabríamos al menos quién opina qué. Los amantes del formalismo descartarán darle a esa iniciativa un valor que vaya más allá del testimonio ingenuo y la buena voluntad, ya que ni cumple ni pretende cumplir requisito legal alguno (no puede inscribirse como iniciativa legislativa popular al tratar temas que no pueden acogerse a esa posibilidad), y tampoco existen cautelas de censo o de duplicación de votos que puedan dar a las cifras obtenidas un grado de representatividad significativo. Pero en momentos en que aquí todo son parabienes, y mientras las distancias y las desigualdades entre gentes y países aumentan, qué quieren que les diga, entre votar el día 12 en la urna a favor de la abolición de la deuda y fumarme un cigarrillo solidario, me quedo con lo que algunos llaman ingenuidad.
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