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Julio Verne y el 'negro de Banyoles'

Jacinto Antón

Mientras el hombre disecado de Banyoles se prepara para su regreso a África, 170 años después de su partida, en lo que puede describirse como un periplo digno de la imaginación de Julio Verne y merecedor de formar parte de sus Viajes extrordinarios, surge una pregunta impactante: ¿Conoció Verne al negro de Banyoles? Hay indicios de que sí: el autor de Veinte mil leguas de viaje submarino y el guerrero disecado coincidieron en el tiempo y en el espacio -mediados del siglo pasado en París-. Verne frecuentó en la capital los mismos círculos científicos en los que se movían por esos años los naturalistas Jules y Édouard Verreaux, los hombres que consiguieron en Suráfrica el cuerpo del negro -un jefe-, lo disecaron y lo llevaron a Francia (todo ello medio siglo antes de que el barcelonés Francesc Darder lo adquiriera en la capital francesa y lo depositara en Banyoles). El gran escritor tuvo, además, por mentor a Jacques Arago, un célebre viajero cuya vida coincidió extraordinariamente con la de los Verreaux. Y lo que es más significativo: Julio Verne hace aparecer bechuanas -una tribu nada frecuente en las novelas de aventuras- en dos de sus obras: La Estrella del Sur (1884) y Las aventuras de tres rusos y tres ingleses (1872). Y además en la segunda ofrece un retrato de un jefe bechuana cuya semejanza física con el negro de Banyoles resulta, cuando menos, significativa. PASA A LA PÁGINA 8

"El jefe de la tribu, un cierto Mulibahan..."

VIENE DE LA PÁGINA 1 En el capítulo cinco de la novela Aventuras de tres rusos y tres ingleses, titulado 'Un villorrio hotentote', los protagonistas de la aventura, empeñados en medir un arco de meridiano terrestre en el África austral, remontan en 1854 el río Orange y luego se desvían por el Kuruman hasta llegar a Lattakou -también conocido como Litakun y Dithakong, punto de partida de los viajes de Livingstone-, "establecimiento de misioneros más alejado de El Cabo, hacia el Norte" y localidad perteneciente "a la gran tribu de los bechuanas". Hace entonces su aparición, extraña, casi fantasmagórica, el jefe de la tribu, "un cierto Mulibahan". El bechuana, describe Verne, surge vestido con un manto de pieles cosidas entre sí y con una especie de delantal. Se toca con un casquete de cuero adornado con la cola de un antílope y luce pendientes, una vara en la mano y una espesa costra de pintura que le cubre de pies a cabeza. El aspecto es muy similar al que presentaba originalmente, al ser exhibido en París, el hombre disecado de Banyoles. En la novela, el bechuana, "grave", solemne -casi nos parece oír "acartonado"-, se acerca a los blancos y les agarra la nariz uno por uno. "Terminada la operación, Mulibahan se retiró sin haber pronunciado una sola palabra".Es verdad que hay detalles que cita Verne que rechinan ante la visión actual del triste despojo polvoriento en que ha devenido el bechuana naturalizado, como que era "muy apuesto", pero el aspecto del hombre disecado era mucho más rutilante antes de recalar en Banyoles en 1916, como lo atestigua el dibujo que ilustraba el catálogo de 1888 de la colección de Darder. Originalmente, el negro sometido a taxidermia llevaba pendientes (aún pueden verse los agujeros en las orejas), el tocado colocado en la cabeza y no en la espalda, y lucía una vestimenta o capa precisamente de piel de antílope.¿Sorprendente la idea de que Julio Verne y el negro de Banyoles se conocieran? No: lo realmente sorprendente sería que Verne no hubiera tenido ocasión de contemplarlo en París. Y, por cierto, lo que resulta verdaderamente raro del asunto es que el hombre disecado, cuyos inicios como pieza museística fueron de lo más cosmopolita, haya ido a parar, merced a una extraña pirueta de la historia, a Banyoles.Recapitulemos: a finales de 1831 se exhibe en París, en el marco de una exposición de ciencias naturales, el hombre disecado, "un individuo de la nación de los betjounas" traído desde "el extremo de África, las tierras del cabo de Buena Esperanza", por los audaces, julesvernianos hermanos Verreaux -Jules (1807-1873) y Édouard (1810-1868)- . Éstos, pese a su juventud, tienen ya a sus espaldas una carrera sensacional de naturalistas y exploradores. Les viene de familia, pues son hijos de Pierre Jacques Verreaux, marchante de objetos de ciencias naturales y fundador en 1800 de la Maison Verreaux, uno de los principales puntos de aprovisionamiento de esos objetos -animales disecados, esqueletos, conchas, insectos- para museos y coleccionistas privados de toda Europa, y de Joséphine Delalande, hermana del famoso explorador Pierre Delalande, recolector de colecciones para el Muséum de Histoire Naturelle de París. Jules Verreaux ya viajó al África austral con su tío a los 12 años y le ayudó a clasificar el inmenso tesoro de 14.000 especímenes (desde flores a ballenas, incluidos cráneos y esqueletos de los pueblos de la zona) destinados al Muséum -y a servir de estudio a los grandes científicos de la época-. No menos precoz, Édouard era nombrado a los 17 años preparador del Museo de Douai. En 1829, el hermano pequeño se embarca para el cabo de Buena Esperanza, en cuya colonia Jules quiere crear un establecimiento científico destinado a proveer la gran casa madre de París. Los dos hermanos viven aventuras sin cuento viajando a tierras inexploradas en el norte de la colonia -sus notas mencionan el río Caledon y el Gariep (denominación nativa del Orange)-. Y a su regreso, en 1831, exhiben ante la sociedad parisiense el resultado de sus trabajos, con el bechuana disecado como perla de la colección, con lo que produjeron "una gran impresión en el mundo científico" y recibieron los elogios de sabios como Cuvier y Geoffroy Saint-Hilaire. Los hermanos vuelven a África austral, acompañados ahora de otro, más pequeño, Alexis, que morirá allí.Julio Verne (1828-1905) llega a París en 1847 para estudiar Derecho. Vivirá en la capital hasta 1866 y luego, por supuesto, regresará a ella, desde Crotoy, desde Amiens, en muchas ocasiones. Según todos los indicios, el bechuana disecado permanece todo ese tiempo en París, presumiblemente en exhibición en la Maison Verreaux, un gran establecimiento en la Place Royal dotado de impresionantes escaparates. De hecho, no tenemos noticia de que el hombre disecado se haya movido de París hasta que aparece en 1888 en Barcelona exhibido por Darder en un pabellón del paseo de Gràcia en el que muestra su colección coincidiendo con la Exposición Universal. Seguramente el naturalista catalán compró -bastante caro, "a fuerza de sacrificio", dijo él- el negro en 1880, en el curso de un viaje a París. Por esa época ya habían muerto los hermanos Verreaux y el bechuana estaba bastante solo: sabemos que en 1869 la colección Verreaux fue comprada a la viuda de Édouard por el Museo de Historia Natural de Nueva York -nada menos-, que por lo visto optó -sabiamente- por no llevarse al negro disecado. Y éste fue a parar, tras ceder Darder su colección a la localidad en 1916, a Banyoles.Visita obligada Tenemos un montón de años para que Verne, hombre curioso por naturaleza e infatigable buscador de documentación para sus novelas, visitara la Maison Verreaux (situada además en un lugar, la Place Royal, obligado de la vida parisiense), que debía ser como la cueva de Aladino en versión ciencias naturales. Es posible que se dejara caer por allí para contemplar sus tesoros zoológicos, para acabar de definir los trazos de tal o cual animal que debía aparecer en sus relatos, tan prolijos en ellos; para asistir a los debates y conferencias que, sabemos, se programaban periódicamente en el establecimiento; para verificar un mapa o para charlar a la vuelta de alguno de sus viajes con los Verreaux, cada vez más sedentarios por razón de edad. Édouard y Jules habían reorganizado la Maison Verreaux, nos dice en la necrológica del segundo (enero de 1873) un científico de la época, M. O. des Murs, "como museo, un modelo de escuela, donde venían a estudiar e instruirse todos los sabios y viajeros, y que admiraba el tout Paris". "Uno no podía poner el pie en los vastos y bellos almacenes de la Place Royal", nos dice otro testigo, el ornitólogo Étienne Mulsant, "sin encontrarse a algunas de las celebridades científicas de Europa o América". ¡Vaya lugar para un novelista como Verne!Junto a la colección de minúsculos colibríes disecados de Édouard, un trabajo de orfebrería aérea que incluía nidos y huevos, eran muy admiradas las colecciones de moluscos de la Maison Verreaux. Es conocida la anécdota del coleccionista compulsivo que había pagado una suma ingente por un oscabrion (una concha) de gran tamaño y que al ir a recogerlo tuvo la oportunidad de ayudar a Édouard a desembalar un nuevo envío: casi se desmaya al ver que el cajón contenía un centenar de oscabriones. Entonces Édouard los rompió todos menos uno y le prometió al asombrado amante de las conchas que ése lo mantendría en secreto, para que el suyo fuera un espécimen único. Un tipo simpático Édouard; lástima que disecara seres humanos. En fin, las conchas son uno de los tesoros que muestra el capitán Nemo al profesor Aronnax en el salón del Nautilus. Verne, recordémoslo, las describe con sorprendente detalle, como un experto conquiliólogo, como si las hubiera visto...En 1851, Verne conoce en París a Jacques Arago (1790-1855), explorador y escritor de libros de viajes, amén de un hombre muy relacionado, en parte a través de sus célebres hermanos, en todos los campos del mundo científico. Intiman y se hacen grandes amigos. Los biógrafos de Verne, entre ellos Lottman (Jules Verne, Anagrama, 1998), destacan todos la gran influencia de Arago en Verne, en su vida, en su escritura, en su obra. Pues bien, las coincidencias entre la vida de Arago y los Verreaux son tantas que es imposible que no se hayan conocido. Arago forma parte en la expedición de 1817-1820 de Freycinet a bordo de la corbeta La Uranie, uno de los grandes viajes científicos franceses, en la estela de los de La Pérouse y Entrecasteaux (recordemos que Jules Verreaux, por su parte, se incorporó a la expedición de 1833-1839 de Laplace con La Favorite). En el curso de su viaje, accidentado pues acabó en naufragio en las Malvinas, Arago visitó las islas del Pacífico, Australia y el sur de África.El explorador ciego En el primero de los cinco tomos de Voyage autor du monde, obra publicada en 1840 con el subtítulo Souvenirs d'un aveugle (Arago se quedó ciego en 1837), explica su estancia en El Cabo. Lo hace en un tono brutalmente racista, propio de la época, comparando por ejemplo desfavorablemente a los "hotentotes" con los orangutanes y describiendo a una jovencita inglesa que atraviesa las "curiosas" calles de la colonia entre "cabezas negras apestosas y babeantes", como "un ángel entre demonios". Arago participa en una caza del león junto con un energúmeno local, Rouvière. El viajero ofrece una valiosísima descripción de la colonia y de su ambiente físico y moral, el espacio donde muy pocos años después los Verreaux se instalarán y donde consumarán, dándole tratamiento de animal, la taxidermia del jefe desenterrado en la frontera, al norte. Podemos imaginar a Arago en primera fila cuando los Verreaux expongan el negro disecado en París. Y quizá podamos imaginarlo también, años después, ya ciego, siniestro Borges naturalista, recorriendo con las manos, en la Maison Verreaux, las facciones y la silueta del bechuana, y tratando quizá de recordar su juvenil sobresalto ante la negritud.PASA A LA PÁGINA 9VIENE DE LA PÁGINA 8 Al leer al amigo y maestro de Verne uno se da cuenta de que los deslices racistas de éste -que los tuvo, como también antisemitas- son, por comparación, pecata minuta. Evidencia nuestro autor ser un hombre de mayor sensibilidad que Arago (cuyas obras, por cierto, figuran en la biblioteca de Nemo en el Nautilus).No podemos saber qué reacción le produjo a Verne ver, si lo vio, al hombre disecado. En todo caso, no consideró que la taxidermia humana fuera un tema apropiado para sus novelas (el único ser humano que aparece convertido en, por así decirlo, pieza de museo es el seudonazi Herr Schultze de Los quinientos millones de la Begum, momificado por congelación a causa de sus propias intrigas -"la muerte le dejó la actitud y todas las apariencias de vida, de forma que yo creí que ese fantasma iba a hablarme", explica un personaje-. Quizá Verne sintió piedad por el bechuana -¿hay que recordar que el novelista sufría parálisis facial?- y por eso el jefe Mulibahan -¿de dónde sacó el nombre?- es tan digno. Mucho menos dibujado está Lopepe, el caudillo bechuana de La Estrella del Sur, novela más tardía y bastante floja (aunque cuenta con una versión cinematográfica -Sidney Hayers, 1968- en la que intervienen Orson Welles y Ursula Andress, lo que establece un tenue línea entre el negro de Banyoles y la Andress...).Aventuras entre los "cafres" En fin, bechuanas, como se ve, aparecen en las obras de Julio Verne, pero no los Verreaux, esos grandes aventureros; ¿cabría esperarlo? Muchos de los episodios de la vida de los naturalistas podrían haber inspirado cualquier pasaje de Verne, como la ocasión en que Édouard busca al hermano pequeño, Alexis, perdido en medio de una guerra contra los "cafres" -los xhosa- que sacude la colonia. O cuando el mismo Édouard, persiguiendo a un roedor gigante, se despeña por un acantilado en Mossel-Bay y queda agarrado a una rama con el océano embravecido rompiendo a centenares de metros debajo...Es cierto que Verne no menciona a los Verreaux en su Histoire générale des grands voyages et des grands voyageurs, concretamente en el volumen dedicado a 'Les voyageurs du XIX siécle', que es donde deberían figurar, pero ésa es una obra de encargo y, pese al título, no tiene intención de ser exhaustiva: lo referente a África se limita a la búsqueda de Mungo-Park, a Caillié, a Laing en el Congo, a los Lander en el Níger, y poco más; nada del África austral.Tampoco aparecen los Verreaux en la prolija lista de exploradores a cuya salud se brinda en en Cinco semanas en globo. Pero no hay que olvidar que los Verreaux, pese a sus aportaciones científicas (numerosas especies nuevas), no realizaron ningún descubrimiento geográfico y no publicaron ninguna obra de consideración. Y eran cazadores, y Verne odiaba la caza...Quizá Verne dejó en alguna carta alguna referencia a los hermanos, a su establecimiento, a la extraña figura del negro disecado... algún testimonio que pruebe definitivamente la relación.El negro de Banyoles será enterrado -¿debería cambiar su destino si hubiera servido de modelo para Julio Verne?-, pero sus misterios, y uno de ellos es el del nexo con el gran novelista, van a seguir por algún tiempo con nosotros.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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